Los escándalos de lavado de dinero en el Danske Bank y en el Swedbank ya se han cobrado a los CEO de ambas instituciones, y han generado un derrumbe de los precios de sus acciones. También es posible que los escándalos, que están principalmente relacionados con las operaciones de los bancos nórdicos en Estonia, aceleren el retiro en curso de los bancos extranjeros de la Europa emergente.
Frente a los renovados ataques populistas en Europa central y del este, y de los reguladores y supervisores cada vez más vigilantes en sus países, los bancos extranjeros sin duda se volverán a plantear sus vínculos ya declinantes con la región. Es verdad, los bancos tuvieron que cortar su exposición a la Europa emergente después de una expansión excesiva antes de la crisis financiera. Pero si bien un mayor retiro podría reducir sus riesgos, afectaría el crecimiento futuro de la región.
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El éxodo de la Europa emergente es parte de un retiro global de la banca transfronteriza luego de la crisis financiera. En el período previo a 2008-2009, los bancos europeos actuaban como canales para sus pares estadounidenses que eran reticentes a quedar demasiado expuestos a las economías emergentes. Ahora que los bancos europeos se están retirando, los bancos norteamericanos han asumido parte de la actividad existente. Por otro lado, los mercados de bonos corporativos se han expandido. Los riesgos se han propagado de los bancos al resto del sistema financiero, que en gran medida no está regulado.
Al canalizar flujos de capital relativamente estables y propicios al crecimiento de economías avanzadas a economías emergentes y en desarrollo, los bancos extranjeros jugaron un papel transformador, especialmente en Europa central y del este. Después de que colapsó el socialismo, una pequeña cantidad de bancos radicados en la Unión Europea invirtieron fuertemente en redes minoristas, ayudando a construir de la nada los sistemas financieros de estos países y aumentando masivamente el acceso financiero de los ciudadanos. Y estos bancos minoristas estratégicos se quedaron allí durante la crisis cuando otros flujos de capital se extinguieron.
Se quedaron gracias a la Iniciativa de Viena, un esfuerzo de coordinación ambicioso que involucró a reguladores y supervisores, ministros de Finanzas, instituciones financieras internacionales y, más importante, los bancos estratégicos de los países de origen y de los países receptores. El 27 de marzo, veteranos de la crisis se reunieron en la capital austríaca para celebrar el décimo aniversario de la iniciativa. Hay mucho para celebrar: salvó a Europa de un colapso bancario devastador y ayudó a gestionar los riesgos durante la crisis de la eurozona.
Pero los bancos de Europa occidental que se salvaron gracias a la iniciativa hoy enfrentan un futuro incierto en Europa central y del este. Sus inversiones en la región se han convertido en activos estancados listos para ser liquidados por los populistas locales. Y, como no es de extrañar, el primer ministro húngaro, Viktor Orbán, ha liderado el ataque.
Odio y aversión
Los bancos extranjeros en Hungría y otras partes se volvieron objeto de odio y aversión durante la crisis financiera. A instancias de asesores financieros excesivamente ansiosos de los bancos, los ciudadanos se apresuraron a tomar préstamos en euros, dólares y hasta yenes, y de repente se encontraron con deudas aplastantes cuando la crisis hizo que las monedas domésticas se derrumbaran. Cuando los pagos se retrasaron, los bancos se apresuraron a ejecutar viviendas, autos y empresas. Gravar a los bancos, como hizo Orbán, parecía justo.
Es más, los impuestos de Orbán permitieron a OTP, el banco transfronterizo propio de Hungría, reconstruir su balance y fortalecer su franquicia doméstica después de haber quedado sobreextendido antes de la crisis. Los bancos extranjeros en Hungría tuvieron que redefinir sus estrategias radicalmente, y en algunos casos tuvieron que buscar respaldo de las instituciones financieras internacionales. Muchos simplemente retiraron las estacas y se marcharon.
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Esto es parte de un patrón más amplio en todos los mercados emergentes. La mayoría de los bancos extranjeros intentan seguir adelante con el retiro, y los que se quedan cada vez más se financian a través de los depósitos locales. Si bien existen menos bancos extranjeros, algunos —especialmente bancos rusos y chinos— han incrementado su presencia a través de adquisiciones y crecimiento, lo que resultó en una mayor concentración de mercado. (Y los bancos rusos habrían tenido una presencia mucho mayor si no fuera por las sanciones internacionales).
El retiro en curso de los bancos extranjeros de la Europa emergente resulta tanto más notable porque el marco regulatorio al interior de la UE ha mejorado enormemente en la última década. Si bien la unión bancaria de la UE claramente no es perfecta, la banca transfronteriza hoy está respaldada por instituciones e instrumentos con los que quienes estaban al frente de la Iniciativa de Viena nunca podrían haber soñado.
Es verdad, los países fuera de la eurozona tienen menos protección, pero ahora hasta ellos tienen un anclaje y la experiencia de Viena lo ha reforzado. Como dijo Michel Barnier cuando renunció al cargo de comisionado dela UE para el mercado y los servicios internos, la Iniciativa de Viena “ahora se ha vuelto parte de la arquitectura financiera europea”.
Sin duda, deberíamos aplaudir la existencia de un mayor financiamiento local a través de depósitos y de bancos locales fuertes. Pero todavía existe un espacio considerable para que se produzca una convergencia económica en el mundo emergente y en desarrollo, lo que requiere que los fondos fluyan “cuesta abajo” de los países ricos en capital a los países pobres en capital. La inversión extranjera directa ha proporcionado transferencias de fondos más estables a la Europa emergente, pero los bancos estratégicos están rezagados. Si se van, los bancos locales pueden volver a recurrir al financiamiento transfronterizo, que es el más sensible a los espíritus animales.
En tanto retrocede la ola global de la banca transfronteriza, los bancos extranjeros se están convirtiendo en blancos fáciles de la expropiación populista. En un plano más fundamental, un agente importante de desarrollo financiero local y un canal para los flujos de capital estables a las economías emergentes y en desarrollo está dejando de operar. Los bancos extranjeros siguen siendo críticos para el crecimiento de largo plazo de estos países. Esperemos que los escándalos y los ataques populistas no les impidan desempeñar ese rol.