Trump ignoró a América Central, se concentró en el tráfico de drogas y en su obsesión con el muro.
La llegada de Biden revela un nuevo interés por Centroamérica, originado en su política interna, afectada por la migración masiva centroamericana.
El primer paso fue reconocer las raíces del problema, la migración continuará si el atraso persiste y el mandatario anunció que destinará $4.000 millones durante cuatro años para promover la prosperidad del Triángulo Norte.
Dicha suma, aunque necesaria, será insuficiente, razón por la cual Kamala Harris, encargada del problema regional, trata de movilizar la inversión privada.
Biden nombró a Ricardo Zúñiga, como enviado especial para la región, quien ha llevado la preocupación a lo político, advirtiendo al presidente Bukele de los peligros de su deriva autoritaria, el problema no es exclusivamente económico.
La penetración del narcotráfico en las estructuras políticas ha llevado a que la congresista californiana Nuria Torres caracterice a Honduras como un narco gobierno.
En el horizonte, además de las consecuencias de la pandemia, se ciernen turbulencias en torno a elecciones amañadas en Nicaragua y Honduras.
La clase política norteamericana comparte la ansiedad por presencias extra continentales en su zona de influencia: el acercamiento de Bukele con China, el nexo nicaragüense con Rusia y los guiños hondureños a Moscú.
El enviado especial advirtió, a El Salvador, de la intranquilidad causada por su giro hacia China, en continuidad con los apercibimientos del exsecretario de Estado Pompeo hacia Dominicana y Panamá.
La visita del Secretario de Estado, Antony Blinken, a Costa Rica y su encuentro con los cancilleres centroamericanos revela un intento por dar tratamiento integral al istmo.
Costa Rica tiene una oportunidad para establecer una alianza con los Estados Unidos, más allá de mendigar donaciones o apostarlo todo al nearshoring.
El problema es político también.