Durante un largo tiempo los inversionistas debatieron si sus carteras se deberían administrar activamente o si deberían seguir pasivamente un índice de mercado. Sin embargo, tal cuestionamiento se está volviendo marginal. Reconforta ver que la atención está pasando a lo que es más importante: las decisiones activas sobre asignación estratégica de activos que determinan, en gran medida, los retornos de las inversiones subsiguientes. Parafraseando a Milton Friedman en los años 60, ahora todos somos activos.
Es cierto que, a nivel global, los fondos cotizados en bolsa (ETF, por sus siglas en inglés) de administración pasiva han tenido un crecimiento explosivo (de un poco más de $200.000 millones en valores en 2003 a más de $4,6 billones el año pasado). Esto les ha permitido ganar participación de mercado a los fondos con administración activa, más costosos.
LEA MÁS: Tasas en colones disminuirían en lo que queda del 2019
Los inversionistas siempre deberían preferir la opción de menor coste si pagar tarifas más altas por un fondo activo aporta poco valor adicional (especialmente durante mercados al alza, cuando el solo hecho de estar en el juego puede rendir buenos retornos). Sin embargo, el rápido aumento de los ETF de bajo coste ha tenido otros dos efectos importantes sobre la administración de las inversiones.
Primero, las tarifas por administración activa han sufrido presiones, en especial para los fondos con rendimiento más débil. Por ejemplo, la proporción los administradores de fondos de cobertura (también denominados fondos de alto riesgo) que cobran tarifas de “dos y veinte” –una tarifa de administración de un 2 % más el 20 % de las utilidades ganadas– ha caído a menos de un tercio.
Considerando el mediocre rendimiento de estos fondos en la última década y el surgimiento de alternativas más líquidas, sorprende que las tarifas no hayan caído más. Más aún, el promedio de tarifas para fondos activos en todas las estrategias de inversión bajó de cerca de un 1 %, en 2000, a un 0,72 %, en 2017, con una tendencia descendente que no da señales de debilitarse.
Segundo, el rápido aumento de los ETF ha difuminado la distinción entre inversión pasiva y de bajo coste. Estrictamente hablando, una estrategia pasiva es aquella que reequilibra continuamente una cartera para seguir un índice ponderado de capitalización de mercado. Sin embargo, muchos ETF van más allá de esta definición, al ofrecer a los inversionistas exposición a regiones, sectores, factores o tipos de crédito específicos, así como una multitud de otros criterios de “submercado”. Estos fondos no son pasivos, sino más bien instrumentos para expresar visiones de inversión activas sin gastar demasiado.
Pero hoy los ETF se enfrentan a desafíos. Hace varias décadas, la llegada de vehículos de inversión más baratos, como los ETF, impulsaron los retornos netos de los inversionistas. Por ejemplo, entre 1979 y 1992 el promedio ponderado de la razón de gastos de fondos mutuos en el sector minorista era de cerca de un 1,5 % (incluidos los honorarios de carga por ventas). Sin embargo, ahora que el promedio de honorarios de los fondos administrados activamente está por debajo de los 75 puntos base, frente a los cerca de 44 puntos base de los ETF, la “diferencia de rentabilidad” de los ETF está bajando.
El mayor error...
Es más, la rápida expansión de los ETF coincidió con un período en el que los mercados estaban al alza. Básicamente, la selección de valores se guiaba por el rendimiento de los índices, y la asignación de activos significaba poco más que amontonar acciones, bonos y crédito. Pero probablemente esos días ya son cosa del pasado.
Es poco factible que haya más avances sostenidos en el mercado, dadas las sobreexigidas valoraciones de las acciones y los bonos, la desaceleración del crecimiento económico y de las ganancias, y la mayor incertidumbre política. Es probable que los retornos generales del mercado sean más bajos, con una mayor frecuencia de episodios de volatilidad.
En un mundo de menores retornos y una menguante brecha de tarifas entre vehículos de inversión activos y pasivos, los inversionistas deben cambiar su énfasis desde el acceso barato al mercado a una construcción adecuada de su cartera. Después de todo, la elección de qué estrategia de asignación de activos seguir determinará la mayor parte de los retornos de una cartera de inversiones. Otros factores, como la asignación táctica de activos o la opción de instrumento, revisten una importancia secundaria y pueden representar menos del 10 % de la varianza de la cartera.
LEA MÁS: Perfil riesgoso de la deuda persistirá pese a intención de Hacienda por modificarlo
El mayor error que podría hacer un inversionista en el entorno actual es buscar refugio en carteras “equilibradas” de acciones y bonos. Ambos tipos de activos adolecen de valoraciones poco atractivas y fundamentales económicos en deterioro. Resulta inverosímil pensar que una proporción aproximadamente equivalente de cada uno pueda generar resultados satisfactorios.
En su lugar, los inversionistas deben reconocer que las iniciativas genuinas de diversificación y prevención de pérdidas son importantes para obtener retornos menores y ajustados al riesgo (como lo reflejan los índices de Sharpe) y las cambiantes correlaciones del mercado. La diversificación exige a los inversionistas atención a los mercados, los factores y las fuentes de retornos no direccionales, y también un enfoque sobre la volatilidad y la correlación. Para evitar pérdidas se requiere una toma de decisiones flexible para reducir exposiciones cuando sea necesario.
Bien puede ser que algunos de los instrumentos que los inversionistas necesiten para diversificarse y prevenir pérdidas sean de bajo coste, pero es improbable que en el universo de los ETF haya muchos de ellos, como estrategias de primas de riesgo de largo/corto plazo o alternativas. En consecuencia, seguramente será necesario un enfoque mixto para obtener los mayores beneficios de la diversificación.
En vez de preocuparse sobre si sus carteras se administran activa o pasivamente, los inversionistas deberían centrarse en la crucial decisión de la asignación estratégica de activos. Ya se ha agotado el debate sobre la conveniencia de la inversión activa frente a la pasiva. La verdad es que ahora todos somos inversionistas activos.