“Jamás me voy a poner un jeans para sentarme frente a la computadora en la casa”, pensó Carolina Leitón cuando el inicio de la pandemia la encuarentenó en la modalidad de teletrabajo. Con la comodidad en mente, Carolina desempolvó su máquina de coser y empezó a coserse unos pantalones aladinos para usar en casa.
Un día una amiga vio sus creaciones y le preguntó: “¿por qué no hacés para vender?”. En ese momento a Carolina se le prendió una bombilla que había estado apagada desde 2008, cuando, ante una crisis económica mundial y la imposibilidad de competir de tú a tú contra casas de moda que alquilaban vestidos a bajo precio, abandonó su emprendimiento de costura para trabajar en un call center.
“Todo el mundo estaba con ese tema de que necesitan ropa cómoda para estar presentable y trabajar desde casa, así que empecé a hacer los pantalones aladinos y tuvieron muy buena aceptación”, cuenta Carolina.
En 2021, Carolina dejó el call center en el que trabajaba para dedicarse a su nuevo emprendimiento y fuente de ingresos: Carito’s Designs. Actualmente vende —además de los pantalones aladinos— faldas, shorts, vestidos y licras; todas pensadas en que sean prendas cómodas que se puedan usar fuera de casa también.
Así como le sucedió a Carolina, la pandemia impulsó, tanto por necesidad como por oportunidad, a un grupo de nuevas emprendedoras —en su mayoría mujeres— a mirar la costura como una alternativa para alcanzar liquidez.
Resurgimiento
Eliza Bolaños, costurera con más de dos décadas de experiencia, recuerda que antes de los noventas la ropa de costurera independiente era mucho más popular que en el primer quindenio del siglo XXI.
“Antes era normal que usted se pagara a hacer un vestido, una camisa, una enagua, un pantalón, todo. Yo saqué el título del INA (Instituto Nacional de Aprendizaje) en corte y confección y vendía mucha ropa, ¿pero qué vino a desplazar a las costureras? La ropa americana. Mucha gente que yo conocía en San Isidro de Heredia tenían talleres de costura grandes y empezaron a cerrar y a quitarlos porque la gente comenzó a ver que en las americanas se conseguía ropa muy barata, a veces hasta de marca”, recuerda Bolaños.
Las famosas americanas, sumada a la cúspide de la moda rápida con la consolidación de los grandes centros comerciales en Costa Rica, redujeron los espacios para ejercer la costura en el país. Sin embargo, costureras y tiendas textiles consultadas por EF han visto un resurgimiento del oficio en el último lustro.
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“Desde hace unos 10 o 5 años es que ha tomado más fuerza la costura (independiente) y con la pandemia se ha acentuado aún más”, explica Flory Aymerich, costurera y dueña de la Academia de Costura Flory. “Yo tengo varias alumnas que se quedaron sin trabajo y se han tenido que mantener con la costura”.
Aymerich también ha notado ese crecimiento a través de sus clases, las cuales tiene llenas de lunes a sábado: “hay hasta una lista de espera muy grande porque ya no tengo dónde meter más gente”, cuenta.
De igual forma, este auge se ha manifestado a través del movimiento de los grupos de costura en Facebook: Costureras y Sastres Unidos de Costa Rica cuenta con más 20.000 miembros, Costuras y Maquilas de Costa Rica tiene 23.000, Costura y Moda Costa Rica, 17.000 y Costureras Emprendedoras de Costa Rica está cerca de los 4.500. En cada uno de estos grupos se realizan decenas de publicaciones diarias sobre venta de productos, servicios, telas, talleres y consejos.
Las tiendas textiles Kilotex y La Ópera también han observado cómo sus ventas al detalle han subido de la mano de pequeños emprendedores en diseño y costura en años recientes.
“Hay un resurgimiento de diseñadores nacionales y un deseo de tener prendas únicas, hechas a la medida, porque ahora la gente está con una necesidad de individualización, no quieren verse como todo el mundo. Yo vengo viendo esto desde hace una década y en los últimos cinco años ha estado con más fuerza”, cuenta Gil Porat, presidente de La Ópera.
“En los últimos tiempos, y sobre todo en la pandemia, se han acercado maestras, psicólogas, gente de todas profesiones a nuestras tiendas y me dicen: mirá, la costura me está dejando más que cuando daba clases o cuando atendía clientes. La gente la vio como una opción para montar sus negocios y les ha ido bien”, cuenta Mary Bonilla, asistente administrativa de Kilotex.
Bonilla recuerda que el tema de la confección de mascarillas también significó una fuente de ingresos importante para los negocios de costura durante la pandemia, además sirvió como portillo para conseguir una clientela y empezar a hacer otras creaciones textiles.
Un boom en la demanda de ropa cómoda
La pandemia dejó suelo fértil para emprendimientos en costura, no solo al obligar a una parte de la ciudadanía a desempolvar sus máquinas de coser como un método de sustento, sino porque a su vez creó una nueva necesidad en el público: ropa cómoda para estar en casa.
Con el teletrabajo como norma para una parte del país, la ropa de oficina se quedó en el clóset mientras que las piyamas, los buzos y las camisetas holgadas se coronaron como las indumentarias más utilizadas durante los dos últimos años.
Esta tendencia se topó con el ingreso de la tela tipo brush en los mercados textiles costarricenses, hace alrededor de cinco años, dándole a los negocios de costura artesanal una ventaja para suplir esa nueva necesidad en el consumidor.
“La brush ha revolucionado demasiado la forma de vestir, ahora a las personas no les gusta andar muy acartonadas y esta es una tela muy suave y de excelente calidad”, dice Aymerich. La costurera también afirma que emprendimientos le han encontrado infinidad de usos a este material —un tipo de punto licra—, incluso para vestidos de baño. “Antes era impensable que se pudiera sustituir la tela de baño por esta”, agrega.
“Es una tela muy fresca y muy suave, es anatómica: se ajusta a todos los cuerpos y se aclimata al tiempo, es un producto que prácticamente se vende solo. Usted se hace una piyama con eso y ya no se la quita más”, cuenta Bolaños, quien hace unos tres años inició su negocio de venta de ropa interior y piyamas.
La primera vez que Bolaños compró esta tela, dice haber invertido ¢30.000; ahora, tras ver lo popular que se volvió en sus pedidos, compra hasta ¢300.000 en brush cada vez que pide material.
En el caso de Carolina Leitón, ella utiliza la tela brush para hacer licras, vestidos y pantalones aladinos y campana. “En esa tela el estampado queda muy nítido, los colores quedan muy vivos y, como no pierde color, la presentación del producto queda de una calidad muy buena”, dice.
Apoyo al producto local
Otro de los factores que ha servido como abono para la costura es una inclinación del consumidor a la hora de apoyar un producto nacional.
“La pandemia lo que hizo fue volver a reforzar la práctica de comprar local y yo creo que eso fue un tema mundial, no solo en Costa Rica. La gente se dio cuenta de que verdaderamente hay diseño y producción de calidad en las marcas nacionales”, cuenta Carolina Rodríguez, administradora Apartado Creativo, un colectivo de diseño especializado en productos nacionales.
A través de su experiencia con Carito’s Design en ferias de emprendedores, Leitón también ha notado ese abrazo hacia lo local. “Las personas que mantuvieron sus empleos apoyaron mucho al emprendedor nacional, pero no solo por apoyarlo, sino porque se dieron cuenta que habían talentos que estaban sin explotar”, dice.
“Hay de todo”, dice Bolaños, “hay mucha gente que le gusta apoyar al pequeño emprendedor y hay mucha gente que es más consumista y va solo a los mall, pero no me puedo quejar, me ha ido muy bien”.