Mesas llenas de cronómetros, válvulas de ollas girando tan rápido como las mentes de los cocineros, dedos temblorosos por los nervios encargados de cortar alimentos a toda velocidad.
Ganar las olimpiadas de la gastronomía, el Bocuse d'Or, implica convencer al jurado tras cinco horas y 35 minutos de alta tensión.
Este miércoles Estocolmo fue la sede la primera jornada de la fase clasificatoria europea, en la que participaron España, Alemania, Turquía, Francia, Italia, Estonia, Noruega, Dinamarca, Holanda y Bulgaria. Mañana lo harán Finlandia, Reino Unido, Suiza, Hungría, Austria, Islandia, Suecia, Luxemburgo, Bélgica y Rusia.
Por celebrarse en Suecia, son mayoritarias las delegaciones nórdicas, especialmente la de Noruega, aunque también se han hecho notar las de España e Italia.
Este jueves, el jurado, presidido por el chef sueco Mathias Dahlgren y que cuenta con la española Elena Arzak, como presidenta del jurado internacional, dará a conocer cuáles 12 países pasarán a la final que se celebrará en enero de 2015 en Francia.
Los equipos empiezan a cocinar en sus sets de forma escalonada, con 10 minutos de diferencia, desde las 8:30 a.m.
Así, luego los platos se pueden presentar al jurado uno a uno, con tiempo suficiente entre ellos.
Detrás de ese momento, hay muchos meses de preparación: lo normal son seis, aunque no todos los presupuestos se lo pueden permitir.
La olla de presión
En las cinco horas y media de competencia se vive una “presión brutal”, asegura el chef español Juan Andrés Morilla
“Son más de cinco horas de concentrada en una sola cosa: cocinar. Eso te revienta las neuronas”, dijo el participante del concurso culinario más prestigioso del planeta.
De hecho, los entrenadores --también cocineros-- recomiendan a sus pupilos comer alguna fruta durante la prueba y ejercen también como psicólogos, apoyándolos en los momentos de “bajón” físico y mental.
“Es agotador”, comenta uno de estos entrenadores entre fuegos a máxima potencia, trituradoras rugiendo y hábiles manos abriendo ostras.
No es de extrañar que se comentan algunos tropiezos en técnicas y pasos ensayados día tras día, hasta dar con lo que se considera el plato perfecto.
Algunos incluso se quedan fuera de tiempo, pese a que los cronómetros son omnipresentes en este concurso. Bulgaria tuvo que pedir dos minutos extra de tiempo para poder finalizar el emplatado de su segunda preparación.
Desde sus cocinas, abiertas a una grada, los concursantes apenas son conscientes del público que acude a apoyarlos, agitando banderas de sus respectivos países, gritando sin parar.
Pero ellos no saben cuál será el resultado. No puede sacar conclusiones ni por las caras del jurado ni por lo que dejan en el plato, que es la mayor parte de la comida.
El Bocuse d'Or fue creado por el prestigioso chef galo Paul Bocuse, uno de los padres de la “nouvelle cuisine” francesa, en 1987 y desde entonces se celebra de forma bienal. Francia es el país que más veces ha ganado el oro, con un total de siete, seguida de Noruega, con cuatro.
Los países nórdicos figuran siempre entre los favoritos de un concurso en cuyas preparaciones no se ve nitrógeno líquido, sino bastante clasicismo.
La estética ha venido evolucionando desde la primera edición, haciéndose más contemporánea, aunque no por ello menos barroca en ciertas ocasiones.
Uno de los nombres que más suenan como vencedor de la final de 2015 es el sueco Tommy Myllimaki, que ya consiguió el Bocuse de plata en 2011. Se espera que siga los pasos del danés Rasmod Kofoed, que se hizo con el oro en 2011 tras ganar el bronce en 2005 y la plata en 2007.