Pese a un mercado en buena forma, con beneficios récord, la industria automotriz llega al salón de Ginebra en pleno momentos de dudas, debido a la caída del diésel y la necesidad de colosales inversiones en los vehículos eléctricos y del futuro.
"Ginebra debería haber sido de hecho un buen salón", ironiza Ferdinand Dudenhöffer, director del Center Automotive Research, basado en Alemania. "Los constructores de vehículos de lujo siguen presentando novedades. Las ventas mundiales batieron récords en 2017. Pero detrás de todo eso, hay inquietudes", añade.
Además, el presidente estadounidense Donald Trump ha estado presente en el ambiente al amenazar con imponer aranceles a las importaciones de automóviles europeos. Ello afectaría primero a los constructores alemanes, que sin embargo ya producen de forma masiva en América del Norte.
Pero la primera preocupación es la acelerada caída de la venta de motores diésel, por el que apostaron durante años los constructores europeos para reducir las emisiones de CO2, con el apoyo de los poderes públicos.
El caso de los motores alterados de Volkswagen desacreditó a esta tecnología, criticada por sus emisiones de gas contaminantes y de partículas finas.
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Ciudades como París anunciaron que van a prohibir progresivamente el diésel, y en Alemania la justicia abrió la vía a posibles prohibiciones para viejos diésel, generando incertidumbre entre los propietarios o posibles compradores.
La caída del diésel obliga a los constructores a adaptar a toda velocidad su actividad para fabricar los coches que piden los clientes: es decir, más vehículos con motor de gasolina, eléctricos o híbridos eléctrico-gasolina.
Los grandes grupos mundiales anunciaron planes de inversión de miles de millones de euros, a lo largo de varios años, para acelerar su estrategia eléctrica, con consecuencias comerciales aún imprevisibles.
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Varios nuevos modelos eléctricos, así como varios conceptos, serán desvelados en Ginebra durante las jornadas de prensa el martes y miércoles, luego al público a partir del jueves y hasta el 18 de marzo.
Entre esas novedades, el primer vehículo eléctrico de Jaguar, el I-Pace, o el SUV (4x4 deportivo) eléctrico de Hyundai, el Kona.
Las transferencia hacia los motores de gasolina –que emiten más CO2– hace que sea más difícil para los constructores respetar las futuras normas europeas.
Los grupos automotores deberán por lo tanto seguir invirtiendo también en la mejora de sus motores térmicos, que constituyen lo esencial de sus ventas, pero con los que cada vez ganarán menos dinero.
Al mismo tiempo, se enfrentan a la llegada de nuevos gigantes, como Tesla, o los gigantes de la alta tecnología, que quieren su parte del pastel del “smart-car” (coche inteligente) eléctrico, autónomo y conectado.
La informática, la inteligencia artificial y las telecomunicaciones formarán parte del coche del futuro, algo que no está aún en las competencias tradicionales de los constructores.
¿Serán suficientes sus beneficios récord, anunciados en las pasadas semanas, para financiar esa adaptación?
Hoy, hay constructores que están “muy bien” pero cuyo “futuro es muy complicado” y que deben “reducir costes para generar ahorros que financien sus planes de investigación y desarrollo”, comenta Eric Kirstetter, del gabinete de asesoría Roland Berger.
Según él, “hay un problema de cuadratura del círculo financiero”. Se trata de “resolver una compleja ecuación para invertir en el desarrollo de nuevas generaciones de vehículos, y seguir al mismo tiempo invirtiendo masivamente en motores de combustión”.
En todo caso, nada impedirá el placer para los 700.000 visitantes esperados en el salón de Ginebra de contemplar los cerca de 900 autos expuestos.
El acontecimiento dio inicio el lunes con el anuncio del automóvil del año, entre siete finalistas: Alfa Romeo Stelvio, Audi A8, BMW serie 5, Citroën C3 Aircross, Kia Stinger, Seat Ibiza y Volvo XC40. Este último fue el ganador.