La etiqueta de un vino esconde bastante información de utilidad. Hay diferencias entre las clásicas etiquetas del Viejo Mundo y las más innovadoras y, a veces irreverentes del Nuevo Mundo, pero hay datos que se repiten, independientemente del diseño.
Iniciando por los menos glamorosos, siempre encontraremos, por ley, el contenido de la botella y su grado alcohólico.
Más informativo es el año que aparece en las etiquetas, este indica que las uvas que se utilizaron para su elaboración fueron cosechadas ese año en particular. Puede contener pequeñas porciones de vino de otras añadas, pero si es un porcentaje minoritario, no es relevante indicarlo.
Cada país tiene sus propias reglas para limitar ese porcentaje minoritario. Me he encontrado con pocos casos en los que aparece más de un año en la etiqueta, uno de ellos es el reconocido Vega Sicilia Único, el cual es una mezcla de vinos de tres añadas diferentes, aportando cada una de ellas un sello propio tan particular que las hace dignas de destacarse.
Si del todo no está el año, probablemente se trate de un vino más básico elaborado a base de caldos de varios años.
Otros datos relevantes son el nombre del productor y el país de donde proviene. Ya sea un Chateau francés o la más moderna de las bodegas de Australia, estos datos siempre serán protagonista en la etiqueta.
Si de etiquetas se trata, la principal diferencia entre el Nuevo Mundo y el del Viejo Mundo es que el primero etiqueta de acuerdo a la variedad de uva, o sea, siempre me indicará el tipo de uva utilizada para su elaboración, mientras que en el Viejo Mundo los vinos se etiquetan regionalmente, o sea, indicando el nombre de la región o denominación de origen de donde provienen. Si uno no sabe cual es la uva predominante o autorizada en esa zona, nunca se entera de cual está tomando .
Lamento decirles, eso sí, que como en todo en esta vida, nada es absoluto y podemos encontrarnos con excepciones a esta regla que pueden enredar a nuestra cabeza y nuestra selección.