El día de la mujer (con minúscula) no es un día, es una modalidad heroica de Triatlón (con mayúscula). El día de la mujer no es uno, son como tres, comprimidos en una sola jornada, luego de la cual comprendemos que la feminidad no es una condición innata ni una construcción social, es una prueba de resistencia.
Rayando el sol una mujer se despierta y sin recordar aún si le toca ser madre, chofer u oficinista, desenfunda más brazos que los que tiene Shiva y alista loncheras, al bebé, el attaché case . Rayando el sol un hombre se despierta y se vuelve a dormir. Él es ejecutivo y lo tiene muy claro.
La mujer entra al baño y se arranca las cejas, se quema el cabello, se descarrila las vértebras sobre sus tacones y se comprime la cintura con talles ajustados. El hombre se abandona en un cómodo sobrepeso. Sabe que no necesita ser bello para ser querido.
Una mujer llega al trabajo. Ya alguien la insultó por cómo maneja y alguien la piropeó por cómo camina. Se descoyunta tratando de conseguir paga justa y ascenso, pero está duro: las mujeres hablan mucho, orinan mucho, se embarazan. Que ni se resienta, en el fondo le están haciendo un favor: quién quiere dormir con una lideresa.
Vuelta a casa. Todos la necesitan: hombre, gato, perro, niños. Quieren croquetas, tenis, que los alcen, que les cambien la arena, una excusa para no ir a Física, un trago, el control remoto. Ir al baño es un acto de heroísmo o rebeldía.
Cae la noche. El hombre o ronca o reclama atención conyugal, poco importa si la mujer se siente el cadáver de sí misma. Tener dos, tres jornadas y solo media paga. Eso es el día de la mujer. Algo nos huele a podrido en la división del trabajo. La lógica, descubrimos, no es un rasgo masculino, es un dogma machista: trabajamos el doble porque somos el sexo débil. O marcamos nuestro espacio o nos despojan de nuestra vida.