Beirut, Líbano. El presidente Bashar al Asad gobernó Siria con mano de hierro durante 24 años y reprimió con violencia una revuelta prodemocrática en 2011, que se transformó en una de las guerras más sangrientas del siglo.
El Observatorio Sirio de Derechos Humanos (OSDH), un organismo de monitoreo de la guerra con sede en Reino Unido, indicó el domingo que el mandatario había huido del país, tras la entrada de los rebeldes a Damasco, la capital.
Su huida no sólo significa el fin de su poder, sino el de toda su familia. Al Asad asumió las riendas del país en el año 2000, sucediendo a su padre, que gobernaba desde 1971.
Asad logró recuperar el control de gran parte de Siria en la guerra civil que comenzó en 2011, tras enfrentarse a protestas multitudinarias que exigían su destitución y una rebelión armada que prácticamente aplastó.
Durante años, el dirigente se apoyó en sus alianzas con Rusia, Irán y el movimiento libanés Hezbolá para mantenerse en el poder.
Y mientras dirigía una despiadada guerra de supervivencia para su gobierno, se presentaba ante el pueblo y el mundo como el único líder viable frente a la amenaza islamista en Siria.
El 27 de noviembre, sin embargo, empezó una fulgurante ofensiva liderada por islamistas, que no tardó en conquistar varias ciudades del noroeste y centro del país, controladas por Al Asad.
Los rebeldes, liderados por los islamistas de Hayat Tahrir al Sham (HTS), anunciaron el domingo su entrada en Damasco.
“El tirano” Al Asad “huyó”, afirmó la alianza de grupos rebeldes. Rusia, a su vez, anunció que el presidente “dimitió” y salió del país, sin precisar su destino.
Sin oposición
Durante años, Al Asad se erigió en protector de las minorías sirias, baluarte contra el extremismo y único proveedor posible de estabilidad para un país asolado por la guerra.
En las múltiples elecciones celebradas a lo largo de los años, se llevó la gran mayoría de los votos.
Los comicios, realizados únicamente en territorios controlados por el gobierno, fueron tachados de irregulares por las potencias occidentales y grupos de derechos humanos.
Al Asad, un oftalmólogo formado en el Reino Unido, vio cambiar su destino con la muerte en 1994 en un accidente de tránsito de Basel, su hermano mayor, que estaba destinado al poder.
Entonces se vio obligado a abandonar Londres, donde conoció a su esposa Asma, una sirio-británica que trabajaba en la City para JP Morgan.
Hizo un curso militar antes de iniciarse en asuntos políticos junto a su padre, líder del partido Baaz, que impuso un régimen hermético en el país, en el que la más mínima sospecha de disidencia podía llevar a la cárcel o algo peor.
Bashar al Asad sucedió a su padre tras su muerte en el año 2000, a través de un referéndum celebrado sin oposición. Fue reelegido para un segundo mandato en 2007.
Entonces, con apenas 34 años, encarnó una figura reformadora para iniciar la liberalización económica y una relativa apertura política del país.
Comenzó inyectando una tímida dosis de libertad, pero la “Primavera de Damasco” fue de corta duración. Los opositores fueron rápidamente silenciados y encarcelados.
Represión sangrienta
Cuando, en el marco de la Primavera Árabe, la revuelta explotó en su país en marzo de 2011, la reprimió sin piedad, provocando una militarización del levantamiento que se transformó en conflicto armado.
La guerra dejó más de 500.000 muertos y desplazó a la mitad de la población. Pero la posición de Al Asad sobre los manifestantes y la oposición no cambió.
Ante Siria y el mundo, el político, padre de dos varones y una niña, justificó los bombardeos y las campañas militares como una guerra contra los “terroristas”.
Mientras tanto, su aparato de seguridad aplicó un brutal sistema de encarcelamiento de disidentes, con una red de centros de detención y cárceles repartidos por todo el país, que se volvieron famosos por sus abusos.