Durante dos años fue la voz de Donald Trump ante la ONU, pero ahora Nikki Haley es el último obstáculo entre el expresidente y la nominación republicana para las presidenciales.
El gobernador de Florida, Ron DeSantis, decidió apoyar a Donald Trump, quien arrasó en las primeras primarias republicanas de Iowa el 15 de enero, así que solo queda ella para desafiarlo.
Esta exgobernadora de Carolina del Sur, única mujer en liza entre los republicanos y la nueva niña mimada de la derecha estadounidense, encarna los valores conservadores clásicos contra una deuda e impuestos elevados y un sistema migratorio que considera laxo.
Ella es partidaria de aumentar la edad de la jubilación para aquellos que recién llegan al mercado laboral con el fin de salvar de la quiebra a los sistemas de seguridad social y de seguro médico.
Donald Trump la llama “globalista”. “Ella ama al mundo, yo amo a Estados Unidos primero”, dijo durante un mitin en Iowa.
La acusa de querer "aumentar los impuestos, desangrar la Seguridad Social" o incluso "abrir las fronteras".
En realidad sus programas apenas difieren, salvo en el caso de Ucrania, a la que Nikki Haley quiere seguir apoyando masivamente contra la invasión rusa, mientras que Donald Trump presume de poder actuar de mediador entre Kiev y Moscú.
“Nueva generación”
La batalla es esencialmente de estilo y de generación.
Trump fue quien la nombró para el prestigioso puesto de embajadora ante las Naciones Unidas al comienzo de su presidencia en 2017 pese a que carecía de experiencia internacional.
Ella durante un tiempo evitó los ataques frontales contra él pero cada día se anda con menos miramientos. ”Con razón o sin ella, el caos le persigue”, repitió durante los últimos días en una posible alusión a las múltiples inculpaciones de Trump.
“No sobreviviremos a cuatro años más de caos”, insiste Nikki Haley, de 52 años, sobre el presidente demócrata Joe Biden, de 81 años, y su exjefe, de 77.
"La única manera de convencer a una mayoría de estadounidenses es elegir a un dirigente de una nueva generación y dejar atrás la negatividad y la pasividad y mirar hacia el futuro", declaró.
Este fin de semana intensificó las críticas, poniendo en entredicho la “capacidad mental” de Donald Trump.
Hija de migrantes
A Nikki Haley no parecen importarle los insultos de Donald Trump, que la llama “cabeza hueca” y no le perdona que haya traicionado su promesa de no presentarse contra él si era candidato en 2024.
Al contrario, lo considera un motivo de su subida en las encuestas, gracias también a sus intervenciones en los debates entre candidatos republicanos en los que Trump no participó.
En ellos destacó por un discurso más moderado que sus rivales sobre el aborto, consciente de que su partido ha sufrido una serie de reveses electorales después de que la Corte Suprema anulara la protección constitucional del derecho a la interrupción voluntaria del embarazo en el país.
Nimarata Nikki Randhawa es hija de migrantes indios de religión sij.
Tiene dos hijos y está casada con un oficial de la Guardia Nacional, actualmente desplegado en Yibuti.
Entró en política a principios de la década de 2000, cuando consiguió un escaño en el Congreso de su estado natal de Carolina del Sur, pero saltó a la fama en 2010 durante su campaña para convertirse en gobernadora.
Tras ser elegida se mantuvo a la derecha, con una fuerte hostilidad hacia los sindicatos y los impuestos, así como hacia el matrimonio entre homosexuales. También fue reticente a acoger a refugiados sirios en su estado.
El 17 de junio de 2015, un supremacista blanco entró en una iglesia de Charleston y mató a nueve feligreses afroestadounidenses.
Haley ordenó entonces que se retirara del congreso estatal la bandera confederada, considerada por muchos un símbolo racista y de esclavitud.