Uno de los grandes problemas de las políticas de gestión de personas es que a menudo existe una gran distancia entre su diseño y lo que termina resultando en su implantación. Encontramos un magnífico ejemplo en las nuevas alternativas a los espacios de trabajo tradicionales.
Hasta finales del pasado siglo las oficinas se estructuraban en un conjunto de despachos para gestores y directivos (cuyo tamaño generalmente reflejaba la relevancia del puesto) rodeados de pequeños cubículos o simplemente mesas alineadas para el resto de personal –la legendaria película de Billy Wilder El apartamento refleja muy bien este tipo de espacios, así como algunos otros símbolos asociados a la cultura de empresa de aquella época.
Algunos sectores en concreto (fundamentalmente las firmas de servicios profesionales) comenzaron a innovar en el diseño de los espacios, en un intento de optimizar costes de alquiler de superficies cuando una buena parte de sus empleados pasaba muchas horas con clientes o haciendo gestiones fuera de la oficina. Llegamos así a las denominadas praderas, espacios abiertos sin asignaciones de puestos a personas concretas.
Esta transición resultó costosa de digerir para la generación entonces imperante en la empresa, y con frecuencia se podían advertir muestras de conquistas territoriales en las mejores zonas de las praderas: la foto de los hijos, el calendario personal o la plantita verde eran los signos más frecuentes de toma de posesión del espacio.
A lo largo del presente siglo las tecnológicas han tomado el liderazgo en el diseño de las zonas de trabajo. La oficina ha pasado a denominarse espacio de co-creación, conjuntos de áreas diferentes que facilitan la interacción informal entre trabajadores, con la intención de desarrollar y fortalecer el intercambio de conocimiento y la colaboración.
Las salas de empresas como Google, con futbolín, televisor y provisión de comida (una de las obsesiones de Google es alimentar bien a sus empleados) se han convertido en un modelo que se ha extendido rápidamente en los contextos empresariales que buscan modernidad.
La semana pasada me comentaba un alumno, directivo de una gran multinacional, que la sala de futbolín estaba impoluta, sin estrenar... nadie se atrevía a usarla para no parecer ocioso o desinteresado en la dinámica de trabajo.
¿Qué sentido tiene montar el espacio si no se fomenta el cambio las dinámicas sociales que son las que realmente importan? La inversión se vuelve en contra y el empleador pierde legitimidad.
Es lo que ocurre cuando se empieza la casa por el tejado... o la gestión del cambio por el futbolín.
*Profesora IE Business School.