La escasa presencia de mujeres en los altos cargos empresariales puede ilustrarse con el hecho de que solo el 7% de las compañías que integran el IPSA cuenta con mujeres en sus directorios.
Además, en el caso de empresas del Estado, ese número era levemente superior a 4% en 2013, comparado con la cifra de 24% de mujeres en altos cargos en las empresas a nivel mundial, según un informe de Grant Thornton de 2016.
Los altos cargos en las empresas de gran tamaño, en especial los de carácter ejecutivo, requieren de rasgos excepcionales para ser ocupados exitosamente y, además, son relativamente escasos, pues corresponden a la cúspide de la organización.
Por esa razón, incluso, son muy pocos los hombres que alcanzan esa ubicación.
Para ascender a esas posiciones se requiere demostrar capacidad de liderazgo, ambición para alcanzarlos, acompañado de un trabajo incesante; ser competitivo con los pares y con las empresas con las que comparten mercados, además de las habilidades analíticas necesarias para comprender los escenarios en los que se desenvuelven, y las sociales para interactuar adecuadamente con sus inferiores o superiores jerárquicos.
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El caso de los directorios es levemente distinto. Su labor consiste en evaluar la marcha general de la compañía, el desempeño de la gerencia general, las decisiones estratégicas que enfrenta la empresa y los riesgos involucrados en ellas, así como el cumplimiento de la normativa pertinente y la inserción de la empresa en el entorno económico y social del país, o el internacional, según el caso, para lo cual se requiere una vasta experiencia y suficientes conocimientos del funcionamiento de las empresas, aunque una menor dedicación en tiempo y capacidad ejecutiva.
En nuestro país, un grupo de 42 presidentes, directores y gerentes generales de empresas se reunió este año para analizar las trabas que enfrentan las mujeres para integrar los directorios de las empresas, así como para ocupar sus más importantes puestos ejecutivos.
El trabajo –realizado mediante mesas redondas y coordinado por las organizaciones PROhumana, Grupo CAP y +Mujeres– identificó cuatro trabas importantes, y calificó como la más importante de ellas al "machismo" imperante en la sociedad chilena.
Las otras tres fueron lo que se denominó "el impuesto a la maternidad", es decir, el hecho de que la mayor parte del esfuerzo y tiempo destinado a criar a los hijos recae en la mujer, por lo que las políticas en relación al tema tienden a concentrarse en estas; el que sean vistas como "corredoras de corta distancia", que privilegian su calidad de vida por sobre las duras exigencias de los altos cargos ejecutivos, y, finalmente, el paradigma del "liderazgo masculino", que relegaría la elección de mujeres de esas posiciones.
El machismo y el paradigma del liderazgo masculino pueden ser vistos como parte de una misma dimensión cultural, que se traduce en una visión del mundo que está en acelerado y positivo cambio hacia un estilo de vida cotidiano y laboral más igualitario entre hombres y mujeres.
Con todo, el "impuesto a la maternidad" sigue siendo una traba importante para que las mujeres alcancen posiciones de mayor responsabilidad en las empresas, no tanto por la utilización del pre o posnatal, sino porque, en promedio, ellas tienen una mayor disposición a orientarse a la crianza y cuidado de sus hijos, en contraposición a las exigencias que imponen esos cargos.
De hecho, en EE.UU. los salarios de las mujeres sin hijos (solteras o casadas) se han equiparado a los de los hombres, y las diferencias solo se mantienen en el caso de las casadas con hijos.
Finalmente hay un aspecto a considerar, pero difícil de cuantificar: el que las mujeres prefieran su calidad de vida y tengan, en promedio, menos apetito por la competencia, la ambición y el riesgo que los hombres, puede disminuir el universo elegible de ellas para dichos cargos, lo que podría distorsionar la representatividad de esta cifra de participación.