Muchas veces nos quedamos con lo que Patrick Whitaker, director de la Unidad de Organización Educativa de la Universidad de Nottigham, Inglaterra, ha llamado “la obsesión por las dificultades y deficiencias actuales”; es decir, la práctica que no contribuye a desarrollar la idea de un sistema educativo para un mundo cambiante.
Si tenemos claro lo que anhelamos, pero utilizamos tiempo valioso en las dificultades y deficiencias que encontramos para lograrlo, vamos por el camino equivocado.
Cuando tenemos un horizonte definido, caminamos hacia él pero necesitamos no solo de nuestro tiempo sino también de nuestra energía y de nuestra automotivación, porque el reto no es fácil.
Esta es una situación que viven los emprendedores y los empresarios, pero también las personas que son contratadas para desempeñar un cargo específico.
David McClelland, pionero en el tema de la gestión del talento humano por competencias, afirmaba que desempeñar bien el trabajo dependía más de las características propias de la persona y de sus competencias, que de su conocimiento, currículo, experiencia y habilidades.
En esa misma línea, la convicción de seguir el objetivo y alcanzarlo, y en ocasiones superarlo, es una virtud propia de un colaborador que evidencia un desarrollo ideal de la competencia denominada “Orientación al logro”. Cuando el colaborador posee esta competencia, si le parece que el objetivo está muy alto, traerá una escalera, subirá los escalones y lo alcanzará, a pesar de que no sea fácil.
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Esa orientación al logro es, según Spencer y Spencer (1993), la capacidad de encaminar todos los actos al logro de lo esperado, actuando con velocidad y sentido de urgencia ante decisiones importantes, necesarias para superar a los competidores, satisfacer las necesidades del cliente o mejorar la organización.
Esa misma competencia es definida por Ortiz y Rendón (2012), como la capacidad para definir procesos, gestionarlos, medirlos y mejorarlos, para alcanzar los resultados esperados o superarlos en función de las metas.
En ese sentido, define un comportamiento observable para aquellos colaboradores que evidencian poseer dicha competencia: “Compromete significativos recursos y tiempo para conseguir mejoras en el rendimiento, intentar algo nuevo o alcanzar un objetivo difícil tomando las medidas necesarias para minimizar el riesgo. Promueve y apoya a sus supervisados al asumir riesgos calculados y al intentar hacer cosas nuevas”.
Un caso concreto
Hace poco se hizo la designación de los 100 mejores ejecutivos del mundo, realizada por Harvard Business Review , la cual se lleva a cabo anualmente desde el 2010 y es llamada “un experimento en curso”, ya que mejoran el proceso de selección, sin cambiar la filosofía, a saber, que los líderes empresariales deben juzgarse por los resultados que producen en todo su mandato, con base en datos objetivos y no en la opinión pública.
Este año, y por segunda vez consecutiva, el primer lugar lo ocupa Lars Rebien Sorensen, CEO de la empresa danesa Novo Nordisk desde hace más de 30 años, compañía que maneja más de la mitad del mercado de la insulina a nivel mundial.
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Sorensen tiene la meta clarísima: encontrar la cura de la diabetes. Le dice a sus empleados: “Si terminamos curando la diabetes, esto destruye gran parte de nuestro negocio, pero podemos estar orgullosos y conseguir trabajo en otro lugar. Pero habremos trabajado en el mayor servicio social de cualquier empresa farmacéutica y eso sería una cosa fenomenal”.
Sin lugar a dudas, después de tener un objetivo claro, Sorensen ha escalado los peldaños que lo acercaban al éxito y admite haber cambiado su perspectiva personal: dejó de lado una posición operativa por una mayor participación en la dirección de la empresa, lo cual implicó centrarse más en establecer los valores y comunicarse personalmente con los trabajadores y con las partes interesadas en su negocio.
Por eso, solo los que se atreven a continuar y desafiar los obstáculos, pueden alcanzar el éxito.