Hay tres elementos que para Porter son claves en la definición de estrategia: i) la creación de una posición valiosa y única, envolviendo un grupo variado de actividades; ii) hacer trade-offs (sacrificios), de manera que limite a propósito lo que ofrece una compañía; iii) que las actividades de la empresa “calcen” fuertemente unas con otras, en ventaja y sostenibilidad.
En síntesis, el valor competitivo de las actividades no se puede separar del conjunto, y eso mismo es la integridad.
La integridad es actuar éticamente en cualquier circunstancia, y especialmente en los momentos difíciles, cuando se someten a prueba la solidez de los principios. En las organizaciones –y las personas– la integridad supone integralidad, es decir, actuar con consistencia en todas las dimensiones del negocio: marketing, recursos humanos, finanzas, operaciones, etc.
Por ejemplo ¿debo contratar a un colaborador simplemente por ser pariente del dueño, sin hacer notar la necesidad de regirse por parámetros de idoneidad y no solo de consanguinidad? ¿qué nivel de apalancamiento es el más apropiado para actuar con responsabilidad financiera sin exponer a riesgos innecesarios a los accionistas? ¿es ordenado optimizar los niveles de productividad a costa de la salud física y psíquica de quienes intervienen en operación?
Una organización que es incapaz de encadenar la integridad en las diversas áreas del negocio tampoco será competitiva. Según Porter, una posición estratégica debe tener un horizonte de tiempo de una década o más, no solo un plan cíclico.
Una compañía íntegra es confiable, goza de buena reputación, construye cohesión interna y externa, y busca el bien en el largo plazo, tanto particular como general. Más aún, para Porter la efectividad operativa por sí sola no es estrategia; es necesaria, pero no suficiente: la única manera de vencer a los rivales es establecer una diferenciación sostenible. Y esto se consigue con la integridad.