Por donde se le vea, el 2022 ha sido un año particularmente atípico para el tipo de cambio. Por un lado, el colón ha registrado su mayor apreciación anual frente al dólar desde que se abandonó el régimen cambiario de las minidevaluaciones en octubre de 2006, pero por otro lado, también ha dejado más de ¢100 de diferencia entre el precio máximo y el mínimo del año natural, algo insólito en este siglo y que causó que en las ventanillas de los intermediarios financieros se vendiera la divisa en tres centenas diferentes en menos de 365 días.
Un año partido a la mitad
Actualmente, al 23 de diciembre, el tipo de cambio promedio del Mercado de Monedas Extranjeras (Monex, donde se transan los dólares) está en ¢584,99, de cerrar el año cerca de esta cifra (solo quedan cinco días más de negociaciones) significaría una apreciación del colón sobre el dólar de alrededor del 8,9%. El simple hecho de que la moneda estadounidense termine el calendario con un valor inferior al que tuvo cuando lo inició ya es, por sí solo, un comportamiento relativamente poco habitual en una economía como la costarricense, sin embargo, el dato se vuelve más atípico cuando se revisa que un abaratamiento de este tamaño no se veía desde el 2010, cuando la cotización de la divisa se redujo en un 8,8% entre el 1 de enero y el 31 de diciembre.
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Y aunque doce años han pasado desde que se registró un cambio así, también hay que recordar que la apreciación del colón no fue la tendencia durante todo el 2022: el primer semestre del año estuvo marcado por un alza en el tipo de cambio que lo empujó hacia su techo histórico alrededor de los ¢700 en junio e incluso forzó al Banco Central ha realizar operaciones de estabilización por más de $100 millones. No obstante, el mes de julio marcó una especie de parteaguas donde el colón se hizo más fuerte de lo que originalmente se podía pronosticar.
Esta apreciación fue, también, un fenómeno local. Las alzas en las tasas de interés de la Reserva Federal de Estados Unidos suelen tener un efecto depresivo sobre las monedas débiles al volver más atractiva la colocación en dólares. De hecho, de este fenómeno no se salvaron ni siquiera circulantes fuertes como la libra o el euro, las cuales vieron su valor caer a suelos a los que no llegaban hacía décadas.
Sin embargo, el colón, contrario a lo esperado e incluso con el antecedente de ser una de las monedas latinoamericanas más devaluadas desde la pandemia, tuvo un semestre de apreciación que terminó por superar con creces la fuerza con la que cayó durante los primeros seis meses del año.
La volatilidad como regla
Aunque son evidentes las dos tendencias contrarias que se vivieron durante el año, hubo un tercer comportamiento que también se robó una gran parte del protagonismo: la volatilidad. Esta volatilidad no se evocó solo a través de la diferencia entre el precio máximo y el mínimo del dólar, sino que se asió incluso a las variaciones semanales, en las cuales registró cambios de hasta ¢24, tanto hacia arriba como hacia abajo, en la cotización. El año que más se acerca a estos cambios tan abruptos es el 2018 con subidas semanales de ¢24 y caídas de ¢18. Hay que tomar en cuenta que durante dicho año el país atravesaba uno de sus periodos de incertidumbre más grandes con la utilización de las Letras Tesoro como pago de emergencia para las obligaciones del Gobierno.
Cuando el dólar sube o baja siempre hay grupos que ganan o pierden más que otros, sin embargo, cuando es muy volátil la cancha se vuelve compleja para todos. Las variaciones abruptas en los precios de la divisa generan incertidumbre y la incertidumbre tiende a tener un efecto regresivo sobre el crecimiento económico.
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Lo que sucede es que se complica la planificación empresarial, sobre todo de los sectores más dependientes de los dólares como los de comercio exterior y turismo. Los tomadores de decisiones empiezan a trabajar con escenarios más pesimistas y eso hace que moderen sus compras, expansiones, contrataciones, etc.
De momento, y a menos que en los últimos cinco días de negociación en el Monex se dé un giro radical, todo parece indicar que el tipo de cambio cerrará en menos de ¢600 el año en el que llegó a ser vendido en ventanillas por más de ¢700.