Durante el pasado junio, todo parecía indicar que el tipo de cambio atravesaría la barrera imaginaria de los ¢700. Tan solo entre el 1° de mayo y el 22 de junio, el precio del dólar había subido ¢27,81 para colocarse en un techo de ¢696,76, según el precio ponderado del Mercado de Monedas Extranjeras (Monex). Incluso para entonces, ya algunos intermediarios financieros lo vendían en hasta ¢702 en sus ventanillas.
Sin embargo, casi dos meses después, para el 12 de agosto, su valor retrocedió hasta los ¢667,54. ¿Qué causó esta regresión? En su diagnóstico, el Banco Central de Costa Rica (BCCR) menciona una serie de medidas adoptadas recientemente que podrían estar contribuyendo.
Entre ellas están la mejora en la programación de operaciones del sector público no bancario, la colocación de instrumentos de deuda (bonos del BCCR) en moneda extranjera en el mercado local (para evitar la fuga de dólares fuera del país), la solicitud de un préstamo por $1.000 millones al Fondo Latinomericano de Reservas (FLAR) y la reducción en el horario del mercado mayorista.
Incluso el Central anunció el 11 de agosto que el FLAR aprobó la operación por $1.100 millones.
También ayudó que entre los momentos de mayor aceleración en el valor de la divisa, el Central realizó operaciones de estabilización de ventas propias por un monto de $164,77 millones del 30 de mayo al 14 de junio. En las intervenciones de estas magnitudes, el BCCR asume la postura de vendedor en el Monex y pone una especie de techo sobre el precio del dólar que modifica las expectativas de los agentes cambiarios, siempre, en teoría, respetando la tendencia del mercado.
Estos factores podrían explicar la regresión del dólar después de rozar los ¢700, pero a su vez vale la pena resaltar que desde que se adoptó el régimen de flotación administrada en el mercado cambiario en febrero de 2015, cada vez que el precio del dólar se acercó a una nueva centena, tendió a retroceder en la mayoría de ocasiones, incluso cuando la cruza brevemente.
Esta no es la única coincidencia: todas las grandes operaciones de estabilización propias del Banco Central también han coexistido con la aproximación del dólar a un nuevo centenar. Estas operaciones, para el fin del reportaje, las llamaremos “tormentas” y se entenderán como periodos menores a cuatro semanas en los que el BCCR desembolsa más de $100 millones en operaciones de estabilización de ventas propias.
Desde que tenemos la flotación administrada, solo han ocurrido cinco tormentas: del 16 de mayo al 9 de junio del 2017, del 24 de setiembre al 12 de octubre del 2018, del 29 de octubre al 9 de noviembre del 2018, del 21 de octubre al 12 de noviembre del 2020 y del 30 de mayo al 14 de junio del 2022.
En cada uno de estos casos, el precio del dólar giraba alrededor de una nueva centena: ya sea un poco por debajo de la frontera, o ligeramente por encima.
En 2017, el primer día de intervenciones el tipo de cambio se registró en ¢576,19 y tuvo un precio máximo durante la tormenta de ¢595,28. En la primera tormenta de 2018 su precio de inicio fue de ¢580, el 24 de setiembre, y el máximo lo alcanzó el 11 de octubre con ¢597,43. La segunda tormenta del 2018 empezó cuando el dólar se cotizaba en ¢605,06 el 29 de octubre y alcanzó un techo de ¢628,85 el 6 de noviembre. En 2020, la tormenta se abrió cuando el tipo de cambio llegó a ¢604,83 el 21 de octubre y topó con su máximo el 10 de noviembre a ¢615.11. En la tormenta más reciente, la del 2022, el Central empezó a intervenir cuando el dólar valía ¢688,43 el 30 de mayo y tocó el techo dentro de la tormenta de ¢692,33, el 3 de junio.
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El único periodo en el que el precio del dólar se acercó a un cambio de centena y el Central no realizó estabilizaciones propias fue en octubre de 2019, cuando superó los ¢580, sin embargo tuvo su techo en los ¢585, monto por debajo a los máximos de los periodos de tormenta.
Además, al igual que en la mayoría de las incursiones a las fronteras de una nueva centena, su valor retrocedió en los meses posteriores. La excepción a este fenómeno se dio en el último trimestre del 2020, cuando las presiones cambiarias derivadas de la pandemia superaron la frontera de los ¢600.
Estas presiones estaban constituidas por un aumento en la demanda de divisas del sector público no bancario, una internacionalización sin precedentes de los inversores, particularmente de las operadoras de pensiones ante el premio negativo de invertir en colones, y una oferta de dólares reducida por el cierre del turismo.
¿Entonces las intervenciones del Central tienen que ver con el cambio de centena? Sí y no. No, porque el BCCR ha dicho claramente y en múltiples ocasiones que no tiene ningún objetivo numérico con el tipo de cambio. Es decir, no busca fijar u orientar su precio en un monto en específico, sino que deja que sean las fuerzas del mercado las que dictaminan si sube o si baja y solo interviene para evitar cambios abruptos.
Al consultarle a Rodrigo Bolaños, presidente del Banco Central entre el 2010 y el 2014, si existía algún tipo de alarma o sentido de urgencia en el Banco Central al acercarse a un cambio de centena, su respuesta fue:”Ninguno, no tiene mayor efecto (...). Cuando yo estuve en la presidencia, definimos las reglas de intervención y nunca nadie en el comité que definía eso o en la junta directiva mencionó ningún número cabalístico o psicológico. Era más bien si el tipo de cambio había variado mucho lo que importaba”, dijo Bolaños.
Sin embargo, quedarse solo con el “no” evita contar todo el espectro, ya que, aunque el Central no se fije en un monto específico a la hora de intervenir, el resto de participantes del mercado —excluyendo a la entidad emisora— puede que sí lo hagan y eso cambie la forma en la que procedan y tomen decisiones.
Es decir, al final para los compradores y vendedores más sofisticados es posible que no les importe mucho si el dólar está en ¢696 o en ¢702, pero para quien tiene pagar una cuota de crédito o quiere hacer un viaje verá la diferencia como una señal contundente de aumento.
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Para Vidal Villalobos, asesor económico de Prival Bank, tiene sentido que el Banco Central suela intervenir fuertemente durante momentos en los que el mercado cambiario está por pasar de centena, no tanto por el cambio de dígito en sí mismo, sino por cómo se comporta el mercado cuando esto sucede.
Su tesis se apoya en que en los mercados suelen generarse “barreras psicológicas” alrededor de montos mínimos y máximos. Como ejemplo pone el caso del euro y el dólar: cuando la moneda europea cae por debajo de la estadounidense se rompe esa barrera invisible. En el caso del colón, ese nivel sería llegar a una nueva centena.
Según dice, cuando un mercado se aproxima a estos límites, los sentimientos se empiezan a exacerbar. “En el caso del tipo de cambio, cuando se acerca a la centena hay un poco más de ebullición en el mercado a la expectativa de si se va a romper o si se va a respetar el nivel y en el caso particular del Banco Central, este podría tener como incentivo entrar en esos momentos a tranquilizar a los mercados porque ahora viene la otra parte: una ruptura de esos niveles técnicos de resistencia (techos) o soporte (suelos), que son niveles psicológicos, puede generar una volatilidad y una sobre reacción mucho mayor como consecuencia”, explicó Villalobos.
Adriana Rodríguez, gerente general de Acobo puesto de bolsa, también se suscribe a la idea de que una nueva centena representa una carga psicológica sobre el mercado. “Es un nivel psicológico para la gente: abajo de ¢600 está barato y arriba de ¢600 está carísimo. (El cambio de centena) empieza a funcionar como un imán, entonces en la medida en la que se acerca hala con más fuerza porque hay un comportamiento de masas detrás de esa demanda, entonces el Banco Central sale a actuar como un resultado de la coyuntura, no tanto por el nivel per se del tipo de cambio.”, dice Rodríguez.
Se le consultó al BCCR si se prendía una alarma especial en sus oficinas cuando el precio del dólar se aproximaba a una nueva centena, no obstante a la hora de cierre de este reportaje no se obtuvo respuesta.
En síntesis, ambos expertos consideran que los cambios de centena representan niveles psicológicos para el mercado y que esto puede causar una alteración en la tendencia. Al observar el gráfico del precio del dólar de los últimos siete años, se encontrará que cada vez que se aproximó a los ¢600 o ¢700, se detalló un empinamiento más marcado en su valor.
Otro de los comportamientos que muestran parte de la ebullición en el mercado, al menos en esta tormenta que se presentó en junio, son la amplitud de las ofertas en cada día de sesión del mercado (precio mínimo y máximo en cada jornada) y la posición del precio final o promedio ponderado en ese rango, en dónde en ciertos días se aprecia la ubicación más cerca del punto alto.
En periodos más estables el valor de la divisa tiene una amplitud reducida entre las ofertas mínimas y las máximas de un día.
Hay, por supuesto, más elementos que explican este comportamiento. A final de cuentas, el tipo de cambio es una variable macroeconómica definida por más de un fundamento. “Su comportamiento lleva una buena dosis de expectativas y de psicología de masas y por eso es que es tan difícil de predecir”, dice Rodríguez.
En la tormenta de 2018 estaba detrás del telón la incertidumbre fiscal —justo el entonces presidente del BCCR le había dado las letras del Tesoro al Gobierno como financiamiento de emergencia—, en 2020 el país estaba en medio de una pandemia y ahora en 2022 hay una guerra en Europa que tiene en jaque los precios de los alimentos y la energía, así como una escalada internacional de la inflación.
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Estos serían una serie de factores que podrían tener una incidencia psicológica sobre un mercado ya en posible ebullición por el acercamiento a una nueva centena. En otras palabras: un caldo de cultivo con el potencial de generar variaciones abruptas sobre el precio del dólar, justo lo que el Banco Central trata de evitar.
Pese al empinamiento que suele generarse cuando la depreciación del colón ronda estos techos, en cinco de las seis ocasiones en las que el tipo de cambio se acercó a nueva frontera el mercado respetó los niveles psicológicos y retrocedió por debajo de ella nuevamente, incluso después de cruzarla.
Por ejemplo, el 24 de mayo del 2017, durante la primera tormenta, la cotización llegó hasta ¢595,28; un mes después ya había bajado ¢32. En noviembre de 2018, en la tercera tormenta, su techo sobrepasó la frontera imaginaria y llegó a ¢628,85; 30 días más tarde volvería a estar debajo de la centena. Un efecto similar se dio recientemente en junio de 2022: después de estar a ¢4 de los ¢700, para agosto ya habría un colchón de más ¢30 con respecto a los ¢700.
El decrecimiento en estos valores no puede ser atribuido solamente a un respeto psicológico por el techo de la centena, pero tanto para Villalobos como para Rodríguez tampoco se pueden excluir los cambios en el comportamiento del mercado cuando el precio del dólar se acerca a un nuevo nivel.
Además, está claro que lo que haya sucedido en el pasado en el mercado cambiario no es señal o indicación de que se repita el comportamiento en el futuro. Las razones están más que claras: existen condiciones económicas nacionales e internaciones muy diferentes y hasta las reglas en el Monex han sido modificadas.