Con la cabeza descubierta, tatuajes en los puños y camiseta de manga corta, Talia destaca en un supermercado transitado por judíos ultraortodoxos. Ante la inflación galopante, esta israelí acude a tiendas con descuentos habitualmente frecuentadas por familias numerosas.
"No tenía otra opción que venir aquí. Tengo miedo de no poder alimentar a mis dos niños", explica la enfermera de 32 años, que lleva el carro lleno de paquetes de pastas vendidos de seis en seis en este supermercado de la periferia de Jerusalén.
"Trabajamos como locos, he multiplicado mis guardias de noche, y mi marido, técnico de electrodomésticos, trabaja incluso los fines de semana pero ya no llegamos", se desespera esta mujer que prefiere no dar su apellido.
El encarecimiento del nivel de vida castiga desde hace años a los más pobres de Israel, excluidos del auge económico de la "nación de las empresas emergentes".
Pero con la subida reciente de los precios de la alimentación, incluso las clases medias quedan en precario, una cuestión que se ha situado en el centro de las elecciones legislativas del 1 de noviembre.
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La profesora Ayelet Benshoshan empuja su carro entre los estantes de los supermercados Rami Lévy, que alardea de proponer "el cesto de la compra más barato del país".
Con los ojos fijos en su lista de la compra, va pasando entre carteles de colores vivos que anuncian las promociones del momento: pepinos a 2 séqueles ($0,57) el kilo, carne en liquidación, latas de atún con descuentos...
“Siempre nos fijamos pero ahora simplemente hay muchas cosas que simplemente dejamos de comprar”, explica la mujer en la cuarentena, que dice haber renunciado a los “bombones, las galletitas saladas, las natillas o algunos cereales a más de 20 séqueles el paquete”, unos $6.
Con cinco niños "todos todavía en casa", ella y su marido, que trabaja como empleado de mantenimiento en una escuela, tiran adelante "con dificultades". "Preparo cada vez más cosas en casa, pan o pasteles, para evitar comprarlos", explica.
La cadena Rami Lévy registró un aumento de ventas del 15% interanual, seduciendo a una clase media que cada vez sufre más para llegar a final de mes, explica a la AFP el propietario Rami Lévy.
"Con el aumento de precios, la gente (...) comenzó a venir a nosotros porque saben que es menos caro", dice.
"Cada año, el gobierno aumenta los impuestos sobre los propietarios, los derechos aduaneros y la electricidad. Sin medidas en estos factores, será imposible abajar los precios", añade.
En 2021, la revista The Economist clasificó Tel Aviv como la ciudad más cara del mundo por delante de París, Hong Kong y Nueva York, en parte por la explosión de los precios inmobiliario en un país en crecimiento por el auge de las nuevas tecnologías.
Con un coste de vida ya prohibitivo se unió este año una inflación récord en más de una década (+4,6% en los últimos 12 meses), según las cifras publicadas en octubre por la Oficina Central de Estadística.
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Según Aron Troen, profesor de la escuela de sanidad pública de la Universidad Hebraica de Jerusalén, esta situación amenaza la seguridad alimentaria de numerosas familias, más allá de las clases más pobres.
"Como hay una inflación rápida de precios de los productos alimentarios y los salarios no van en consonancia, la clase media que debe gastar más dinero no solo en la comida, sino también en el alquiler, el transporte, el combustible, la educación..., empieza a tener dificultades para procurarse una alimentación sana", explica.
"La gente empieza por cambiar la calidad de lo que come, después se salta comidas o solo da comida a los niños", dice Troen.
Según la Agencia Nacional de la Seguridad Social, más del 20% de la población israelí estaba en situación de inseguridad alimentaria en 2021. El principal banco de alimentos del país, Latet, elevaba la estimación al 30%.
Durante la campaña electoral, los partidos compiten con promesas para frenar la inflación.
"Querría que piensen en nosotros, los ciudadanos ordinarios, que trabajamos duro y cuyos salarios no aumentaron, que tenemos niños, pagamos nuestros impuestos y realizamos nuestro servicio civil y militar. Nos merecemos una vida más fácil", dice Ayelet Benshoshan.
“Es la clase media que empieza realmente a desplomarse. Espero que nos escuchen”, añade.