Algunos observadores dicen que el mejor modo para que los bancos centrales se protejan de la injerencia política es recluyéndose en el estrecho mandato de estabilidad de precios que tan bien les funcionó antes de la crisis. Pero es una sugerencia errada. El imperativo de que los bancos centrales revivan su papel original como guardianes de la estabilidad financiera es ineludible.