El continente americano será testigo la próxima semana de la novena Cumbre de las Américas, el encuentro más relevante que convoca a los representantes provenientes desde el Ártico canadiense hasta la Tierra del Fuego. Pero esta vez, más que un signo de unión, el evento abre nuevas brechas.
El país organizador, Estados Unidos, adelantó que evitará invitar a los países donde no se respeta la democracia; mientras tanto, unos presidentes rechazan asistir a la reunión y otros más condicionan su participación.
La cumbre encuentra a un continente dividido y una América Latina con un nuevo giro a la izquierda, con la aparición de líderes antisistema y un mayor acercamiento a China, la otra potencia mundial que conquista a la región con sus inversiones.
Una cumbre divisoria
Tras dos años de una aguda pandemia, en medio de la recuperación económica y con un entorno internacional incierto y afligido por la guerra en Ucrania. En ese contexto se realizará la novena Cumbre de las Américas entre el 6 y 10 de junio en Los Ángeles, EE. UU.
“La democracia es una prioridad clave para nosotros en relación con la cumbre (..). Y ese será un factor clave de quién es invitado y quién no”, declaró hace unos días el subsecretario de Estado para las Américas, Brian Nichols, quien enfatizó que, para Estados Unidos, no importa dónde esté un país en el espectro político en tanto sus líderes hayan sido elegidos democráticamente.
Esta fue una clara referencia a Venezuela, Nicaragua y Cuba, países que, de todas formas, rechazaron participar en la reunión y que, por el contrario, celebraron el 27 de mayo un evento paralelo de la Alianza Bolivariana para América (ALBA).
El secretario ejecutivo de esa entidad, Sacha Llorent, dijo a la cadena alemana DW que el ALBA “repudia el trato discriminatorio” de EE. UU. y acusó a ese país de querer imponer una agenda hegemónica.
El presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, ha abogado por fortalecer la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), que excluye a EE. UU. y Canadá, también desteñida por tensiones entre sus miembros.
Otros presidentes como los de Bolivia, Honduras o Guatemala han manifestado que solo irán si se invita a todos los países. No obstante, aún no está claro cuál será esa lista final de invitados.
El mes pasado, ocho países americanos quedaron fuera de la Cumbre por la Democracia que acogió el presidente estadounidense, Joe Biden, de forma virtual. Los excluidos fueron Bolivia, Cuba, El Salvador, Guatemala, Haití, Honduras, Nicaragua y Venezuela.
Rosmery Hernández, directora de la Escuela de Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional (UNA), recordó que en los principios de la cumbre se establece que asisten los mandatarios democráticamente electos, por lo que EE. UU. estaría respetando esos principios.
Tampoco es la primera vez que se deja de invitar a un presidente, como ya sucedió en la edición del 2018 en Perú, a la que no se convocó a Nicolás Maduro y a la que Donald Trump canceló su participación.
Históricamente, el país anfitrión de la cumbre se reserva el derecho de invitación, por lo que otras ediciones han estado marcadas por diferencias políticas. Pero también han servido para acercamientos como el que tuvieron Barack Obama y Raúl Castro en la reunión del 2015 en Panamá.
Para Gerald Solano, especialista en relaciones y comercio internacionales, la no invitación eleva tensiones y expone la vuelta a una estrategia añeja.
“En el contexto actual demuestra una continuidad de esa política exterior de Estados Unidos, propia de los años 80 y 90 y que, por supuesto, era de esperar una negativa de otros estados”, afirmó.
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El politólogo y analista Constantino Urcuyo apuntó que Biden quiere restablecer contacto con sus vecinos latinos tras un enfriamiento de las relaciones durante el cuatrienio de Trump, pero está topando con un cambio de actitud del continente. También apuntó contradicciones entre el discurso y las acciones estadounidenses.
“Lo que revela todo esto es división, confusión, una pluralización política de América Latina. Es tan confuso que a la vez que Estados Unidos no quiere invitar a Venezuela pero están negociando petróleo con ellos”, aseguró Urcuyo.
Las nuevas izquierdas
Como sucedió a inicios de siglo, América Latina está girando el volante hacia la izquierda pero esta vez con una característica adicional: la irrupción de líderes “antisistema”, algo que le incomoda a EE. UU.
Las últimas elecciones en Perú, Honduras o Chile han llevado a la presidencia a figuras de izquierda; en Colombia, un izquierdista avanzó a la segunda ronda, mientras en Brasil se perfila Lula da Silva como candidato con posibilidades de ganar. Estos se suman a Bolivia o Argentina, donde ya gobierna esta tendencia.
No obstante, Urcuyo puntualizó que todos representan diferentes izquierdas, algunos de nueva generación y con matices entre cada una. El chileno Gabriel Boric o el argentino Alberto Fernández se han desmarcado de la izquierda autoritaria de Maduro, por ejemplo.
En México, López Obrador se alinea más a la izquierda revolucionaria histórica de ese país, según el politólogo.
Sin embargo, una característica más recurrente es que los latinoamericanos se decantan por figuras antisistema, no tradicionales, sean de izquierda o de derecha. Ejemplo de ello son el presidente peruano Pedro Castillo, con un fuerte arraigo en el campesinado y la ruralidad, o el candidato presidencial de Colombia Rodolfo Hernández, una nueva figura en la política de ese país que se medirá en la segunda ronda contra Gustavo Petro.
El giro de espectro político en la región evidencia una disconformidad ante modelos agotados, en los que los líderes no han podido dar con las soluciones que necesita la ciudadanía, la cual, ante la desesperanza, acude al otro extremo como un voto protesta.
Estos cambios de timón incomodan a EE. UU., preocupado por la posibilidad de no tener gobiernos amigos en la región, pues América Latina es su vecina inmediata, aunque parece estar fuera de sus prioridades.
La sombra de China
El peso de China en la región es cada vez más grande. Sus negocios, sus puertas abiertas al comercio y sus préstamos seducen a una Latinoamérica sedienta de inversiones.
La influencia del gigante asiático provoca una reconfiguración en las relaciones de poder entre los países del sur y EE. UU., otro factor que incomoda a la potencia norteamericana.
En una entrevista reciente con la cadena BBC, el presidente de Uruguay, Luis Lacalle, reclamó que EE. UU. “no está mirando al sur” y reconoció nuevas oportunidades con China, país al que se dirigen el 37% de las exportaciones uruguayas.
“Creo que (los EE. UU.) no tienen una visión de América Latina (...). Piensan que desde la frontera en México hasta Tierra del Fuego tenemos todos los mismos problemas y las mismas necesidades”, manifestó el mandatario.
Para Solano, China ha seguido una estrategia sutil pero exitosa de posicionamiento, diferente a la de EE. UU., basada en un interés económico, aunque en el camino se han revelado grandes fiascos.
Más allá de la influencia china, se está hablando de la influencia de actores extrahemisféricos, donde se incluye a Rusia, agregó Urcuyo. La injerencia de este país resulta más preocupante porque pasa, en gran parte, por el apoyo militar a sus aliados latinos, al tiempo que los occidentales refuerzan su presencia en el entorno ruso. “Es un juego interplanetario”, dijo el analista.
La Cumbre de las Américas es una oportunidad para que EE. UU. demuestre que tienen algún grado de control y convocatoria del continente. Sin embargo, la antesala esboza un encuentro con pocas luces y muchas sombras.
Será un espacio para la presentación en sociedad de los nuevos gobiernos, incluido el de Costa Rica, y donde los encuentros bilaterales o de pequeños grupos podrían tener más protagonismo que el debate general.
Se espera que se traten temas como la migración o la recuperación pospandemia, pero hay pocas expectativas de que surjan acuerdos o propuestas significativas para una América urgida de manos estrechadas.