Una de cada cinco personas desempleadas en Costa Rica es un ‘nini; es decir, un joven de entre 15 y 24 años que no estudia, ni trabaja. Los ‘ninis’ en el país se estiman en 160.000 personas, aproximadamente, pero 66.000 de ellas son jóvenes que buscan activamente un empleo y no lo consiguen.
Los ‘ninis’ desempleados son ‘ninis’ porque fueron excluidos del sistema educativo y, como si esa ya no fuera una carga demasiado pesada, también lo están siendo del mercado laboral.
Los datos se desprenden de los resultados más recientes de la Encuesta Continua de Empleo (ECE) y su sección de temas especiales, cuyos registros son actualizados trimestralmente por el Instituto Nacional de Estadística y Censos (INEC). Con base en ese instrumento, es posible determinar que estos jóvenes desempleados representaban al tercer trimestre de 2021 casi una décima parte de toda la población de entre 15 y 24 años del país, un bloque demasiado amplio y con fuertes implicaciones futuras.
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Para la economista e investigadora del Programa Estado de la Nación (PEN), Natalia Morales, el fenómeno de los ‘ninis’ desempleados es uno de los engranajes más complejos y de los que menos se habla cuando se analiza el desempleo estructural costarricense. Sin embargo, se trata de un fenómeno con duras implicaciones y que institucionaliza esa realidad, pues la exclusión a temprana edad suele agudizarse y profundizarse con el tiempo.
“Hablamos de ‘ninis’ que en su mayoría no son ‘ninis’ por gusto, sino por falta de acceso a educación y a otras oportunidades”, observó la economista. “Muchos de ellos son jóvenes excluidos del sistema educativo y que luego enfrentan dificultades para conseguir empleo, en medio de un cambio de estilo de empleo y de producción que te pide cada vez más habilidades, como un segundo idioma o el uso de tecnologías”, subrayó.
Solo un pequeño indicio
Históricamente se ha hablado de una “generación perdida” de jóvenes que, por la crisis económica de los años 1980 en Costa Rica, dejaron las aulas y luego ya nunca pudieron reinsertarse correctamente en el mercado laboral. Siempre se ha planteado esa situación como la de un grupo que quedó al margen de los cambios estructurales en el modelo de producción costarricense, que cada vez se fue orientando a labores más especializadas.
Sin embargo, la existencia de una masa persistente de ‘ninis’ que hoy representa al 20% de la población desempleada evidencia que el país sigue “perdiendo” generaciones actualmente y que ese no es un fenómeno exclusivo de aquella época de enorme pobreza.
A los ‘ninis’, además, se les podría sumar un grupo de unos 147.000 jóvenes que solo trabajan y que ya no estudian, entre los cuales muchas veces se encuentran hombres y mujeres que se desempeñan en trabajos informales, de baja remuneración y que a veces incumplen las mínimas garantías laborales. Ellos, al contar con un bajo nivel de escolaridad, son casi tan vulnerables como los 66.000 que ya están desempleados ahora mismo y podrían caer en esa misma condición en el largo y mediano plazo.
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“Esos son factores que hacen que el círculo se siga reproduciendo”, explicó la investigadora Morales.
El reto en este sentido es mayúsculo si se toma en cuenta además que Costa Rica era, al cierre de 2021, el país miembro de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) con los peores niveles de desempleo juvenil, incluso por encima de naciones con crisis recientes en cuestiones de paro laboral, como España y Grecia.
Muchas veces se piensa que el desempleo juvenil representa más que todo a personas que salen de universidades y no logran insertarse de lleno al mercado laboral en sus tareas especializadas, pero realmente el fenómeno corresponde a jóvenes que fueron excluidos del sistema educativo en etapas más tempranas.
Entre los 160.000 jóvenes que no trabajan ni estudian (desempleados y que no buscan empleo), 23.400 son personas con títulos de primaria o menos, 44.5000 que empezaron la secundaria pero no la terminaron y 85.200 que salieron de secundaria y no continuaron su camino universitario. Apenas unos 6.900 son personas que siguieron sus estudios de enseñanza superior, con o sin título.
Los 160.000 ‘ninis’ totales, además, se dividen en 67.300 hombres y 92.700 mujeres: una diferencia de género que podría explicarse principalmente por obligaciones familiares, que suelen asignarse mayoritariamente al segundo grupo.
De hecho, hasta 25.000 de los 160.000 ‘ninis’ que se estiman en el país (casi la misma diferencia entre hombres y mujeres) asegura no poder estudiar ni trabajar justo por ese motivo.
Precisamente el Instituto Mixto de Ayuda Social (IMAS) ha detectado en esa una de sus poblaciones para enfoque central de atención, que se basa en personas en condición de pobreza o pobreza extrema.
“En el marco de los diferentes programas que ejecutamos se encuentran personas jóvenes que no trabajan y no estudian, particularmente mujeres que son madres a pesar de su corta edad”, explicó la presidenta ejecutiva de esa entidad, Yorleny León, quien aseguró que es por ese motivo que se insiste en el fortalecimiento de las redes de cuido y de los programas de formación técnica.
Herramientas como respuesta
Las poblaciones ‘ninis’ y excluidas del sector educativo son extremadamente heterogéneas. Por ese motivo, la investigadora Morales considera que el fenómeno se debería abordar desde múltiples aristas y no con un solo programa. Por ejemplo, es probable que algún grupo de la población pueda atenderse con medidas destinadas a reintegrar estudiantes al sistema educativo; mientras que otros quizás podrían requerir de programas de capacitación técnica ‘exprés’ en áreas de alta empleabilidad y otros más bien la dinamización de sectores que requieren de empleados menos calificados.
Intentar atacar este fenómeno con un solo tipo de programa o una sola línea de acción sería tan ineficiente como usar una sola cubeta en busca de contener toda la lluvia.
“Las políticas no pueden ser únicas, ni estar enfocadas solo en educación o solo en empleo”, afirmó la investigadora Morales en ese sentido. “Se deben realizar esfuerzos en muchas áreas y con distintos tipos de políticas dirigidas, porque no es lo mismo una política dirigida a hombres jóvenes que terminaron la secundaria y les está costando encontrar trabajo, que a otras personas que fueron excluidas de sus estudios a edades más tempranas y ya trabajan en el sector informal, en condiciones más precarias y con menores posibilidades de recuperar acceder a nuevos aprendizajes”, señaló.
Para diferenciar los posibles enfoques, según la especialista, siempre se deberían considerar las diferencias de género, de edades, de niveles educativos y de lugares de residencia, cuando menos.
El desempleo juvenil y la exclusión educativa, además, se vieron recientemente exacerbados por la pandemia de covid-19. Esta situación agravó problemas preexistentes y trajo otros nuevos consigo. Evitar que las consecuencias de ese fenómeno se prologuen históricamente es parte de los retos actuales.
La tasa de desempleo entre jóvenes de 15 a 24 años es ahora mismo de un 34,2%: todavía 3,3 puntos porcentuales mayor que en el primer trimestre de 2020.
Además, la emergencia sanitaria provocó el cierre de escuelas y colegios por varios meses, lo cual propició problemas en la calidad de la enseñanza y la exclusión educativa de cientos de miles de estudiantes que no tuvieron acceso oportuno a Internet y herramientas y tecnológicas. A marzo de 2021, el Ministerio de Educación Pública (MEP) registraba unos 426.000 estudiantes de primaria y secundaria que decían mantener problemas de conexión para acceder a sus clases virtuales, de los más de 1,2 millones que tenía en sus centros educativos.
Futuro comprometido
Para Natalia Morales, el Estado debería de entender que los ‘ninis’ son la prueba de una falla del sistema. En su mayoría no se trata de jóvenes vagos o conformistas, sino de personas que no encontraron oportunidades en el estudio y, luego, tampoco en el mercado laboral.
La economista también considera que se debe sopesar la importancia de invertir en ese sector de la población, que no solo representa un foco de mayor impacto a futuro por sus propias condiciones de vida sino que además es crucial en un contexto de envejecimiento poblacional que requiere de una juventud con mayores capacidades de atender ese fenómeno.
“Invertir en niños y en jóvenes siempre es lo más rentable, porque vos les podés cambiar el futuro”, observó Morales.
En ese sentido, los datos sobre ‘ninis’ son una pista para abordar los problemas estructurales de desempleo, desigualdad y otras cuestiones de las que tantas veces se habla en términos más abstractos. Además, son una señal en momentos en que los recursos para atender fines sociales son más limitados en Costa Rica y la estrechez fiscal –producto de una deuda pública que ya se acerca al 70% del PIB– obliga a priorizar esfuerzos en cuestiones con un eventual impacto más expansivo.
“De otra forma estamos condenando a estas personas. Gran parte de los problemas de desempleo que tenemos vienen de la baja escolaridad que tuvimos a raíz de la crisis de los años 1980 y pareciera que ahora lo estamos reproduciendo, con el agravante de que en aquel momento era porque había más pobreza y baja inversión en educación; pero ahora el escenario es que tenemos inversión, pero pareciera que no estamos llegando a donde se requiere con ella. Hay que evitar que eso pase, porque ya sabemos que eso nos va a generar un desempleo y una pobreza estructural que son muy difíciles de superar cuando se superan ciertas barreras de edad“, concluyó Morales.. Todavía se puede frenar al menos parte del problema.