Suele decirse que las elecciones son una carrera de obstáculos, pero cuando el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, busque su segundo mandato dentro de 12 meses se verá más bien como una masacre de proporciones épicas.
El 3 de noviembre de 2020, uno de los presidentes más divisivos en la historia de Estados Unidos, que lucha contra una eventual destitución en un Congreso paralizado por el partidismo, se presentará a la reelección ante un electorado profundamente polarizado.
Los demócratas aún están lejos de elegir al oponente de Trump. Los aspirantes, de diversidad y cantidad récord, incluyen a dos afroamericanos, media docena de mujeres, un hombre abiertamente gay y dos candidatos líderes en las encuestas que buscan inclinar a Estados Unidos dramáticamente a la izquierda.
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Pero una cosa los une: el deseo de humillar al magnate inmobiliario Trump para que se convierta en el cuarto presidente con un solo mandato desde la Segunda Guerra Mundial.
Uno de los favoritos a disputarle la releección, el exvicepresidente centrista Joe Biden, dice que lo que está en marcha es una "batalla por el alma de Estados Unidos".
A lo que Trump responde: los demócratas quieren "destruir nuestro país".
Y con la advertencia de los servicios de inteligencia de Estados Unidos de que Rusia busca repetir su campaña de interferencia de 2016, no se puede descartar la posibilidad de que la contienda termine en una verdadera crisis.
"Realmente hay que esforzarse para encontrar una elección tan impredecible como esta", opinó Allan Lichtman, profesor de historia en la American University en Washington.
La batalla de las bases
La suerte de Trump importa al mundo.
Disputas comerciales con China y la Unión Europea, el futuro de la OTAN, los enredos de Estados Unidos en Medio Oriente y Afganistán, el programa nuclear de Irán, el enfrentamiento nuclear con Corea del Norte, el acuerdo climático de París: una larga lista de temas globales clave dependen de si la agenda de "Estados Unidos primero" de Trump se valida por otros cuatro años.
Pero es difícil anticipar el resultado.
Las encuestas muestran a Trump perdiendo contra todos los candidatos demócratas con chance de ser nominados. El índice de aprobación del mandatario está estancado en el 40%, donde se ha ubicado la mayor parte de su presidencia.
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Sin embargo, este mandatario impopular sorprendió a muchos expertos cuando derrotó a Hillary Clinton en 2016.
Y los sondeos realizados en octubre por Moody’s Analytics muestran que podría repetir la hazaña, perdiendo una vez más el voto popular pero ganando fácilmente el importante voto del colegio electoral, centrándose en bastiones estratégicamente posicionados.
Charles Franklin, director de la encuesta de Marquette Law School, dice que la profundidad de las divisiones republicano-demócratas en todo el país muestran poco terreno intermedio para moverse.
“El apoyo al presidente es intenso entre sus partidarios de base y la oposición es, en todo caso, más intensa”, indicó.
"El grupo a observar", advirtió, es la pequeña porción de votantes que dice que "de alguna manera aprueban" al presidente. Si ese grupo cambia a "de alguna manera desaprueban" podría ser "una señal de peligro para la campaña de Trump".
El comodín del juicio político
Un juicio político al mandatario podría arrojar todas estas consideraciones por la ventana.
Trump es acusado por los demócratas de retener ayuda militar a Ucrania para obligarla a montar una vergonzosa investigación de corrupción contra Biden, en otras palabras, usar la política exterior para su beneficio político personal.
El presidente dice que todo es un invento, pero los legisladores que investigan si hay mérito para acusarlo han escuchado un flujo constante de evidencia perjudicial al mandatario.
Es casi inevitable que la Cámara baja controlada por los demócratas vote por enjuiciar al presidente. Trump se enfrentaría a un juicio entonces en el Senado dominado por los republicanos, lo cual hace que la destitución parezca altamente improbable.
Sin embargo, incluso sin ser destituido, una votación en la Cámara baja con miras a ello marcaría indeleblemente su legado. Solo dos presidentes han sido acusados con éxito antes y, como mínimo, el escándalo dejaría huellas amargas en todo el país.
Cisnes negros
Más allá de un posible juicio político, la cantidad de variables a un año del día de la elección es vertiginosa.
¿Los demócratas nominarán a un candidato inusualmente de izquierda como Elizabeth Warren, que quiere rehacer la economía de Estados Unidos? ¿O elegirán la opción menos dinámica, pero quizás más segura, que supone Biden?
Pete Buttigieg, un alcalde gay de una pequeña ciudad de Indiana, era tan desconocido hasta hace nada que pocos podían pronunciar su nombre (se dice But-ech-ech). Hoy sube en la intención de voto y es visto como una potencial sorpresa.
Y Trump, aunque no es el desconocido de hace cuatro años, sigue siendo un político que rompe las convenciones y puede cambiar el rumbo con apenas un tuit.
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Lo ocurrido el domingo pasado resumió perfectamente la montaña rusa en que vive: comenzó el día regodeándose en la victoria que implicó una operación de las fuerzas estadounidenses para matar al líder del grupo Estado Islámico en Siria, y lo terminó abucheado en un partido de béisbol de la Serie Mundial en Washington.
No se pueden descartar además los llamados cisnes negros: cosas tan locas que son difíciles de prever, pero pueden dar vuelta todo.
Por ejemplo, puede aparecer una ola renovada de injerencia electoral rusa, o surgir actos de piratería en los centros de votación.
En algunos sectores se teme que Trump incluso pueda negarse a aceptar la derrota. Suena exagerado, pero el presidente ha pasado gran parte de su primer mandato alegando estar luchando contra un misterioso golpe de Estado en las profundidades de la administración.
Trump estaría ciertamente en su elemento si se repitiera el dramático caso de 2000, cuando el candidato republicano George W. Bush derrotó al demócrata Al Gore gracias a una decisión de la Corte Suprema.
Para Lichtman, todo esto hace que la carrera de 2020 sea la más tensa en medio siglo.
En 1968, Richard Nixon ganó después de los asesinatos de Martin Luther King Jr y Robert F. Kennedy, de violentas protestas políticas y disturbios raciales.
Las instituciones estadounidenses sobrevivieron a esa agitación. También sobrevivieron a la posterior renuncia de Nixon, tal como habían sobrevivido a la Guerra Civil, la Gran Depresión y la lucha por los derechos civiles.
¿Pero ahora el país se recuperará nuevamente? Lichtman no dudó: “Esa es una pregunta abierta, ¿no?”.