El rompimiento de la cultura política bipartidista en Costa Rica llegó de la mano con las segundas rondas de elecciones presidenciales. De los últimos seis procesos electorales, tres se resolvieron por la vía del ‘desempate’ y el proceso actual será el cuarto en la historia que llegue a esa instancia.
No existe una fórmula mágica, ni una tendencia uniforme para definir a los balotajes en el país. Sin embargo, la experiencia costarricense y de la región brinda pistas sobre este tipo de procesos, que varían considerablemente en sus formas, dependiendo de los niveles de polarización a los que se somete la población.
Mayores niveles de división por temas muy específicos alientan mayores niveles de votación y eso suele beneficiar al candidato que necesita revertir la primera votación. En cambio, cuando las campañas de cara a los balotajes se desarrollan con un perfil más bajo y más ‘apagado’ que no saca a los electores de su zona se suele presentar un efecto contrario.
Los números de esta segunda ronda muestran la diferencia más amplia de votos en la historia de cara a un ‘desempate’ por la Presidencia de la República. Sin embargo, nada está escrito. Hasta un millón de votantes respaldaron a otras candidaturas este 6 de febrero y ahora podrán debatirse entre José María Figueres, Rodrigo Chaves o ninguno de ellos. Esto se suma a un 40% de la población empadronada (mayor de 18 años) que no salió a votar hace pocas semanas.
Costa Rica acumula aprendizajes de segundas rondas que siempre son distintas, pero que evidencian posibles escenarios de cara nuevos procesos.
Polarización y participación
Los niveles de participación y de abstencionismo siempre varían de cara a las segundas rondas de elecciones. Ninguna persona que votó en primera ronda está obligada a hacerlo en segunda, y tampoco existe una prohibición para el voto de personas que no sufragaron en primera instancia.
Según los politólogos e investigadores Ronald Alfaro y Carolina Ovares Sánchez, un factor de peso para determinar si más o menos personas votan en las segundas rondas suele ser el nivel de polarización que al que se someta el electorado durante la discusión electoral.
Por ejemplo, el debate en 2018 se centró en temas religiosos y en el matrimonio igualitario, lo cual dividió a la población de cara a la segunda vuelta y resultó en un aumento de la participación electoral de cara al desempate entre dos tendencias: una progresista y otra conservadora.
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Ese fenómeno no solo elevó los niveles de participación, sino que además permitió a Carlos Alvarado revertir la ventaja de más de 3 puntos porcentuales que tenía el exdiputado evangélico Fabricio Alvarado, en primera ronda.
Por el contrario, en 2014, el candidato oficialista de entonces (Johnny Araya, del Partido Liberación Nacional) abandonó la contienda ante resultados adversos en las encuestas, y eso se tradujo en una participación históricamente baja en el ‘desempate’ (56,5%).
Con un debate aún menos enardecido que en 2002, los electores que salieron a votar fueron menos.
Es usual que las segundas rondas involucren a menos votantes; sin embargo, el aumento de la participación en los balotajes ha marcado algunos de los procesos electorales latinoamericanos que se realizaron en los últimos meses.
Así ocurrió en las elecciones chilenas y en las ecuatorianas, por ejemplo; para beneficio de las candidaturas que iban a la zaga.
En Chile aumentó la participación en el balotaje y el izquierdista Gabriel Boric ‘cazó' al candidato de la extrema derecha José Antonio Kast. En Ecuador, el conservador Guillermo Lasso hizo lo propio ante el izquierdista Andrés Arauz.
Según el politólogo Ronald Alfaro, la participación suele aumentar en momentos de mayor división porque ese fenómeno saca al elector de su zona de confort. “El tipo de competencia puede cambiar el escenario... en climas de mayor polarización es más posible una mayor participación o, por lo menos, que esta se mantenga”, observó.
Sobre el caso de este 2022 en Costa Rica, Carolina Ovares –que también es socióloga– considera que no existen mayores indicios de una división significativa, pues no existe un tema que permee el proceso político y las posturas de los candidatos tampoco son excesivamente antagónicas.
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A pesar de que el expresidente José María Figueres padece el rechazo de alguna parte de la población y de que Rodrigo Chaves ha enfrentado la crítica por las acusaciones de acoso sexual en su contra, la politóloga analiza que no se trata de cuestiones que realmente estén dividiendo o generando una grieta en la población.
“Parece ser que la elección no va a ser tan polarizarte. No vemos tantos temas que dividan y no veo indicios para pensar que vaya a disminuir el abstencionismo. Muy probablemente el electorado que ya votó sea el que cambie o mantenga su posición, mientras que el que no votó no encuentre mayores incentivos para salir a votar en esta nueva ocasión”, afirmó.
La tradición moderada
Una posible explicación para que los niveles de división no sean tan altos es la tradición costarricense de inclinarse por candidatos que le parecen “moderados”, afirmó Ovares.
Este es un fenómeno que solo se rompió en 2018, cuando la resolución de la Corte Interamericana de Derechos Humanos (Corte IDH) pidió al país reconocer el matrimonio igualitario y eso eso alentó a algún sector de la población a buscar refugio en un partido de orígenes religiosos marcados.
Sin embargo, la tendencia costarricense invita a los candidatos a buscar una especie de centro ideológico en sus propuestas y evitar los extremos, al menos históricamente.
Esto, según Ovares, es algo que usualmente se traduce en candidatos que llegan al balotaje con posiciones más cautas.
Alfaro opina que esta contienda, sin embargo, podría ser atípica. Por primera vez, el país va a un balotaje sin la referencia del partido de gobierno en la ecuación y esto supone la necesidad de los candidatos de buscar más recursos para diferenciarse y ofrecer una imagen más atractiva.
Usualmente los partidos utilizan sus antecedentes y sus proyecciones a futuro para ese fin; sin embargo, Ovares cree que esta elección puede ser dominada por el segundo discurso.
Por un lado, el exministro de Hacienda, Rodrigo Chaves, tienen una corta carrera y apenas pasó pocos meses como jerarca de gabinete en la actual administración; mientras que al expresidente Figueres podrían jugarle una mala pasada los anticuerpos que generó tras su primera gestión.
Los números
Según el conteo electoral provisional del Tribunal Supremo de Elecciones (TSE), con el 88,2% de las juntas receptoras de votos procesadas, se recibieron poco más de 1,8 millones de votos válidos en las elecciones de primera ronda de este 6 de febrero.
De ese total, Figueres captó un 27,3% (497.966 votos) y Chaves un 16,7% (305.157). Por otra parte, más de un millón de personas votó otras candidaturas.
En ese grupo estará la mayoría de personas que decidan la contienda en segunda ronda, con su voto o con su abstención.
Ovares Sánchez explicó que entre más suban los niveles de abstencionismo este 3 de abril, en la segunda ronda, mayor debería ser el beneficio matemático para José María Figueres. “El abstencionismo beneficia históricamente al candidato que va de primero”, afirmó.
Ya en primera ronda el abstencionismo fue superior al 40%: un récord para cualquier primer proceso electoral desde la fundación de la Segunda República, a mediados de siglo pasado.
Según Ronald Alfaro, revertir una diferencia como la actual (de más de 10 puntos porcentuales de los votos válidos) usualmente depende de un trabajo del contendor orientado a mostrarse más viable y para movilizar a la población ante factores propios o externos.
Ovares señaló que una diferencia como la actual podría considerarse muy amplia y que estadísticamente es complejo para un candidato en la posición de Chaves revertir esa situación. No obstante, puntualizó que “nada está escrito”.
Alejado de coaliciones
A pesar de las recurrentes segundas rondas y los bajos niveles de legitimidad que estas ofrecen estas a los nuevos gobernantes, Costa Rica ha demostrado tener una baja propensión a la negociación para adhesiones políticas o coaliciones electorales profundas.
Los bajos niveles de identidad partidaria en la población hacen poco rentables las adhesiones de excandidatos para los aspirantes que se mantienen en la contienda; mientras que aquellos que fueron derrotados tampoco encuentran mayores incentivos para relacionarse directa y públicamente con el eventual gobierno de otro partido.
Así quedó demostrado en las elecciones pasadas.
Las adhesiones en campaña de candidatos derrotados a los dos aspirantes que siguieron en la contienda no se tradujeron en apoyos uniformes de sus votantes en primera ronda, y la promesa del presidente Carlos Alvarado de impulsar un gobierno de ‘unidad nacional’ (junto con figuras de otras agrupaciones) no encontró mayor eco para una agenda clara conjunta.
Por el contrario, figuras como el excandidato del Partido Unidad Social Cristiana (PUSC), Rodolfo Piza, que apoyaron al mandatario y luego asumieron un puesto de gobierno pagaron el desgaste de esa decisión.
Según Ovares esto explica por qué cada vez es más usual que las adhesiones más tempranas y más contundentes para los candidatos que acceden a los balotajes en Costa Rica lleguen de partidos más pequeños, y principalmente cuando apenas obtienen bajas cuotas de poder en el Congreso.
Acercarse al poder de un eventual gobierno suele ser más rentable en Costa Rica para este tipo de agrupaciones o personas, que no alcanzaron mayor relevancia por su cuenta en el plano electoral.
Las alianzas entre las fuerzas más grandes en Costa Rica terminan entonces dándose de manera espontánea, durante el análisis de proyectos o agendas específicas en el transcurso de cada período constitucional. “Las agrupaciones prefieren no jugarse su capital públicamente, en el propio proceso de elecciones; aunque en el Congreso sí o sí haya que tomar decisiones”, argumentó Ovares.
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El cálculo político incluso se realiza con miras a próximas elecciones. En este 2022 la cercanía de partidos tradicionales con la agrupación de gobierno ya fue un punto de ataque en contra de ellas muy común en los debates y discusiones electorales.
“La figura de Gobierno y de la Presidencia está muy deslegitimada, entonces es difícil que los partidos en Congreso quieran acercarse o jugarse el capital político”, afirmó la especialista, que también es socióloga.
De todo un poco
Desde el punto de vista de Ronald Alfaro, más allá de cualquier tendencia histórica, el país debe entender que se mantienen altos niveles de incertidumbre (al igual que en el camino a la primera ronda).
Según el politólogo e investigador académico, las sorpresas han sido una constante en los procesos de balotaje costarricenses, que han tenido “de todo un poco”.
“En las tres segundas rondas anteriores hemos tenido de todo: candidatos que ganan primera y ganan segunda, abstenciones que aumentan y que disminuyen... también tuvimos candidatos que tiraron la toalla y otros que revirtieron resultados... Entonces podemos esperar una sorpresa”, advirtió.
Para Alfaro, un factor que puede generar incertidumbre en esta ocasión es que por primera vez disputarán el desempate dos candidaturas de oposición. En ese escenario, podría resultar todavía más difícil para el elector distinguir entre las dos opciones y decantarse por una.