Buenos Aires. Universitarios desarrollan respiradores de bajo costo en Argentina y México. La tradicional bodega Casa Real en Bolivia frena la producción del singani para elaborar alcohol en gel, mientras reos chilenos fabrican 300 mascarillas al día.
La pandemia de coronavirus que ha desatado una disputa mundial por insumos médicos obliga a América Latina a un esfuerzo a contrarreloj para abastecerse y evitar una crisis sanitaria.
“El mundo está globalizado, pero cuando surgen estos temas parece que retrocedemos a la Edad Media”, reflexionó Roberto Salvarezza, ministro de Ciencia, Tecnología e Innovación de Argentina en entrevista con The Associated Press. “Todo el mundo compite por los insumos, por los respiradores. Todo el mundo quiere poner a su población en condiciones de seguridad”.
El virus sorprendió a la mayoría de los sistemas de salud de Latinoamérica sin capacidad suficiente para enfrentarlo, en parte por los recortes de gasto público durante los ciclos de crisis económicas. Y la producción local de insumos, como respiradores y test para detectar el COVID-19, es excepción más que regla.
China es el principal proveedor mundial de materiales médicos, pero hoy no puede garantizar que los embarques lleguen a esta parte del continente en medio de la pugna entre Estados Unidos y Europa.
La magnitud de la disputa es tal que el ministro de Salud chileno, Jaime Mañalich, admitió que debió planificar una operación secreta para hacerse del material. “Si no lo hacemos con el cuidado suficiente, esos respiradores van a ser requisados en alguna nación con un grave perjuicio para Chile”, dijo.
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La Organización Mundial de la Salud (OMS) advirtió que las dificultades cada vez más graves en el suministro mundial de equipos de protección personal “está poniendo vidas en riesgo debido a la exposición al nuevo coronavirus y a otras enfermedades infecciosas”.
Ecuador, que días atrás conmocionó al mundo con las imágenes de cadáveres en las calles de Guayaquil por falta de espacio en las morgues, carece de producción propia de respiradores y barbijos para personal médico.
Para el ministro argentino Salvarezza, la amenaza del coronavirus amerita promover “capacidades nacionales para responder”. De lo contrario, dijo, “dependemos siempre de esta situación y no hay insumos. Hay que desarrollarlos”.
Argentina estima que necesita 3.000 respiradores más para sumar a los 7.400 que existen en las unidades de terapia intensiva, según fuentes del gobierno consultadas por AP.
Como primera medida, el presidente de centroizquierda Alberto Fernández ordenó a fines de marzo que toda la producción local de respiradores, incluso los pedidos acordados previamente, quedaran a disposición del Poder Ejecutivo.
Las dos principales empresas argentinas del rubro exportaban el 80% de su producción.
País natal de dos premios Nobel en Medicina, Argentina repatrió a más de 100 científicos para colaborar en la lucha contra la pandemia mientras todo el presupuesto para la ciencia se reorientó hacia proyectos destinados a mejorar la capacidad de respuesta al coronavirus.
La Universidad Nacional de Rosario presentó un ventilador de transición para emergencias COVID-19 de bajo costo fabricado enteramente con piezas nacionales salvo la pantalla.
Un proyecto similar se ultima en la privada Universidad de Monterrey, en el norte de México, a un costo de 100 dólares frente a los 20.000 o 30.000 dólares que cuesta un ventilador. Sus diseñadores dicen que puede funcionar con baterías de 12 voltios, lo cual permite su uso en regiones donde no hay fácil acceso a la electricidad o en situaciones de emergencia.
El gobierno de Andrés Manuel López Obrador, quien al principio subestimó el riesgo del virus, no ofreció el número total de respiradores disponibles, pero Miguel Betancourt, presidente de la Sociedad Mexicana de Salud Pública, advirtió que debería comprar unos 25.000.
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Paradójicamente, México sí fabrica ventiladores, pero son para los estadounidenses. Una empresa de ese origen está radicada en Baja California, donde la semana pasada el gobernador del estado, Jaime Bonilla, anunció su cierre porque adujo que se estaban aprovechando de la mano de obra mexicana barata, generando un contrapunto diplomático con el gobierno de Donald Trump.
En Brasil, el país con más casos confirmados de coronavirus de Latinoamérica, datos oficiales daban cuenta hasta enero de un total de 61.000 respiradores, distribuidos en su mayoría en las zonas más pobladas en un país con 210 millones de habitantes. Sin embargo, el 60% de las ciudades brasileñas no tienen estos aparatos vitales para asistir a los enfermos más graves.
Y mientras el presidente Jair Bolsonaro ha comparado el nuevo coronavirus con una “pequeña influenza” y atacado a los gobernadores de Sao Paulo y Río de Janeiro por imponer cuarentenas, las automotrices Chevrolet y Ford están reparando respiradores y fabricando mascarillas.
Chile es el país de la región mejor posicionado en pruebas para detectar el virus con un promedio de 3.200 a 3.500 por día, pero como el resto de sus vecinos, es débil en materia de respiradores: sólo cuenta con 1.250. Por ello, planea convertir unas 330 máquinas de anestesia en respiradores y adecuar respiradores infantiles para el uso de adultos.
En Cuba las autoridades no informaron cuántos respiradores tienen o necesitan comprar, pero aseguraron que podrán afrontar el pico de la crisis prevista para la primera quincena de mayo.
En contrapartida a las sanciones estadounidenses, la isla recibió de China unos 100.000 test rápidos y otros equipos de protección para el personal de salud. Al mismo tiempo se capacita a la población a confeccionar barbijos de manera artesanal, ya que su uso es obligatorio.
Precisamente los barbijos y alcohol se han convertido en objetos de lujo por su valor y escasez en la era del coronavirus.
En una prisión de Santiago de Chile los detenidos están fabricando 300 mascarillas al día con el propósito de alcanzar las 20.000 unidades.
Bolivia, el país más pobre de Sudamérica, de acuerdo con la OMS, tuvo que pedir ayuda internacional para equiparse con respiradores, barbijos y pruebas.
La bodega Casa Real, que prepara el tradicional singani -un destilado o agua ardiente de diferentes variedades de uvas- dejó de producirlo para dedicarse a la fabricación de alcohol en gel o sanitizador.
A su vez los cañeros del Valle de Cauca en Colombia pusieron a disposición 250.000 litros de alcohol.
En El Salvador, una empresa que produce empaques y bolsas plásticas comenzó a elaborar gabachas para médicos y guantes de polietileno.
“La solidaridad en nuestra región nunca ha tenido un significado más profundo que el de hoy. La única forma de salir de esta situación será si todos hacen su parte, a la vez que apoyan a los demás", reflexionó la directora de la Organización Panamericana de la Salud, Carissa Etienne.