Tras casi dos meses de haber asumido el cargo de secretario ejecutivo de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), el principal brazo de Naciones Unidas en la región, el costarricense José Manuel Salazar Xirinachs visita el país para exponer los resultados del último informe del organismo sobre el panorama social en el subcontinente.
Salazar, quien ahora está radicado en Santiago de Chile, sede de la Cepal, me recibe en un hotel capitalino al caer la tarde. En sus manos carga una laptop y un libro que recoge ese estudio que tiene como énfasis la transformación de la educación como base para el desarrollo sostenible.
El economista es claro al hablar de los amplios desafíos que tiene por delante la región pero asegura que también hay oportunidades en campos como el comercio y las inversiones.
La Cepal ajustó al alza la proyección de crecimiento de Latinoamérica para este año, pero prevé una desaceleración para 2023, mientras economías desarrolladas hablan de una posible recesión. ¿Qué podría salvar a la región en este contexto?
—Nuestra estimación es un crecimiento de 3,2% para finalizar el 2022, que es menor al del año pasado. Todavía es una especie de efecto rebote y de que había habido un estímulo fiscal en varios países desarrollados y en América Latina diseñado para el gasto adicional sanitario y, sobre todo, social. Los niveles de gasto social todavía este año eran bastante superior que los de antes de la pandemia en todos los países y eso se traduce en dinero en manos de la gente y en consumo. En el 2023 eso ya desaparece.
¿Aterrizamos a la realidad?
—Se puede decir a la realidad. Desafortunadamente es una realidad con espacio fiscal reducido en la mayoría de países por el esfuerzo que se ha venido haciendo. Nuestra proyección de crecimiento para el 2023 es 1,4% que menos de la mitad de lo que fue este año. Toda la economía mundial también va a crecer menos en el 2023. En algunos países se espera recesión. No hay vientos de cola favorables, como lo que se dio por ejemplo con la crisis financiera del 2009-2010, cuando China estaba creciendo a 8%-9% y un boom de commodities sacó a América Latina muy rápidamente del impacto de la crisis financiera. Esta vez no.
¿Qué proyección hay en torno a la inflación?
—Se ven tendencias favorables. Los precios de algunos productos alimenticios ya están llegando al punto de inflexión, al mismo petróleo le está pasando. Uno esperaría que por lo menos esos factores que fueron el shock de oferta de la parte inflacionaria van a mejorar el año entrante. También eso significa que los bancos centrales podrían, el primer o segundo trimestre, empezar a bajar la tasa de política monetaria. No significa volver al período de tan baja inflación que teníamos en los últimos 10 o 20 años.
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La inversión extranjera directa (IED) creció cerca del 40% pero sigue bajo los niveles prepandemia. ¿Qué puedo hacer la región para aumentar y consolidar esta inversión?
—Hay un momento favorable en la economía internacional para el aumento de flujos de inversión extranjera directa que es toda esta reconfiguración de las cadenas de valor. Para ser una localización atractiva para la IED hay una lista de condiciones: estabilidad macroeconómica, confianza política, buen clima de inversión; para ciertos tipos de inversión el tema del talento humano es central. También hay una diferencia entre países. Para países pequeños como los de Centroamérica o Uruguay un cierto flujo de nearshoring, de friendshoring, puede hacer una gran diferencia. Para países como Colombia, Argentina o Brasil tienen que pasar muchas otras cosas para que eso se refleje en las agujas del crecimiento. Hay un gran reacomodo de cadenas de valor y es importante para América Latina ver cómo aprovechar las oportunidades.
Costa Rica le quiere apostar al friendshoring, hacer negocios con países amigos que comparten valores a raíz de la invasión rusa. ¿Reconfiguró este conflicto las relaciones comerciales y las inversiones?
—Sí, sin duda. Por eso nosotros hablamos, en la Cepal y en Naciones Unidas, de una cascada de crisis. Primero vino una subida de aranceles desde Estados Unidos y acciones correspondientes por parte de China que creó una incertidumbre para el sector privado porque vieron que podía cambiar las reglas del juego. Luego vinieron disrupciones en las cadenas de suministro, como la crisis de los contenedores que la pandemia profundizó, lo cual creó más incertidumbre. Pero el gran empujón fue la guerra en Ucrania con disrupciones muy grandes en esas cadenas.
La región se encuentra en medio la tensión comercial entre Estados Unidos y China, ¿qué retos y oportunidades crea este escenario para América Latina?
—Hay una rivalidad que yo la describiría a todo nivel: geopolítica, comercial y tecnológica, porque China ya es potencia tecnológica. Esa rivalidad mundial se expresa un poco en una lucha por diferentes estándares para el Internet, en ciberseguridad, qué tecnología usar para 5G… El ideal sería escoger lo que más conviene y no por razones políticas o diplomáticas. Desgraciadamente eso no siempre es así. Habría que verlo en cada caso, en cada decisión, qué costos o beneficios podría tener. La realidad es que América Latina tiene relaciones comerciales, tecnológicas, de cooperación y de inversión muy fuertes tanto con Estados Unidos, como con Europa, como con China, tal vez con algunos énfasis diferentes. China tiene una gran presencia en todo lo que es construcción de infraestructura.
La Cepal dice que América Latina pasa por un momento en donde necesita políticas transformadoras, ¿cuáles son?
—Esa es la lista de los 10 temas en que resumimos esta agenda de transformación la productividad, empleo y crecimiento inclusivo, porque el empleo es la otra cara de la producción, es lo primero.
Un segundo gran tema es la desigualdad. La Cepal ha venido enfatizando eso porque somos la región más desigual del mundo. No hay que confundir desigualdad con pobreza porque se puede tener un ingreso per cápita bastante más elevado y tener menor pobreza, pero mayor desigualdad. Hay una interacción entre las dos pero no son lo mismo.
Luego están las políticas sociales y los Estados de bienestar. Hay países que los tienen bastante desarrollados, como Costa Rica, Uruguay y Argentina. Tampoco son perfectos, hay deficiencias de cobertura y uno de los retos es la sostenibilidad financiera de los esquemas de pensiones.
Lo siguiente es la transformación digital donde hay grandes beneficios y grandes costos. Está el tema educativo porque el tema del talento humano es central. También la igualdad de género es importantísima, desde redes de cuido hasta la sociedad del cuidado. El otro tema es migración, que es parte de la globalización general, pero en América Latina tiene dimensiones particulares. Todo esto desemboca en lo que llamamos macroeconomía para el desarrollo y es que todo lo anterior requiere inversiones, entonces nos lleva al tema de una fiscalidad sana, de que algunos países tienen una carga tributaria relativamente baja y para satisfacer estas necesidades habría que aumentarla.
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¿Cuáles diría usted que son las tres principales trabas que están truncando el desarrollo en América Latina en este momento?
—Una tragedia de América Latina es el hecho de que la productividad en los últimos 30 años es una línea plana y se está quedando rezagada. Si se quiere tener mayor prosperidad hay que tener mayor productividad. La distribución pasa también por el aumento de la productividad porque no se puede distribuir mucho si no hay suficiente riqueza que se vaya creando a través del tiempo. Es un dúo muy interrelacionado. Lo otro es la transformación digital porque es un gran habilitador.
Con la perspectiva regional que le da su puesto, ¿qué oportunidades tiene Costa Rica de cara a Sudamérica? ¿Está desaprovechando el país algo?
—Siempre hay oportunidades de tener mayor integración regional, pero hay que verlo en términos muy pragmáticos. La integración económica requiere reducir los costos de comercio, tener infraestructura de conectividad física, rutas marítimas. Ahora hay una gran posibilidad que no existía y es una explosión de comercio electrónico, de servicios habilitados por Internet. Eso podría contemplarse con respecto a países de Suramérica pero, de nuevo, habría que tener una colaboración para tener una convergencia regulatoria. El tema es que con América del Sur tenemos un tapón al pasar de Panamá a Colombia que podría sustituirse por transporte marítimo, pero el patrón de Centroamérica y lo que se ha venido expandiendo con los acuerdos de libre comercio es la integración con ese gran mercado que es América del Norte. Yo creo que hay oportunidades en América del Sur pero todavía me parece que habría que hacer mucha tarea en términos de conectividad tanto física como del comercio electrónico.
Usted está radicado en Chile que es un potencial productor masivo de litio, junto con Argentina. ¿Qué oportunidades tiene América Latina con el litio y cómo asegurarse el mejor uso de esos ingresos que lleguen a aportar al desarrollo?
—La Cepal ha estado apoyando varios estudios y conversaciones para responder a esa pregunta de cómo explotarlo, qué colaboración se puede tener y cuáles son las oportunidades. Todavía son momentos tempranos, pero me parece que se puede hacer una comparación con otras experiencias de economía extractiva, minería y recursos naturales. Lo importante es un paradigma moderno de cómo explotar eso, más allá de los retos tecnológicos, es que sea de manera consistente con el ambiente, el desarrollo sostenible y que sea respetuoso de ciertos estándares sociales. El otro tema es qué tipo de impuestos se le puede poner a esa riqueza que ya no es solo las ganancias, sino a las rentas, cuando hay una riqueza grande que tiene precios que van por encima de una tasa de ganancia normal. Hay experiencias en países como Noruega. Hacer un buen uso de esos impuestos para políticas sociales, para infraestructura, es una forma de poner las rentas de esos recursos al servicio de objetivos del desarrollo sostenible.
Usted mencionaba la integración de Latinoamérica y estamos viendo un cambio político en la región. ¿Le está costando a la región alcanzar una integración sólida?
—Sí, le está costando y hay algunos números objetivos. Si uno ve el comercio intrarregional como porcentaje del comercio total, América Latina es una de las regiones donde esa proporción es más baja. No tanto Centroamérica, sobre todo América del Sur. En parte por la dimensión física y que existe una gran selva amazónica y una cordillera. Por otro lado, hay muchas conexiones marítimas que se podían tener y mejorar. Luego está lo que yo llamo la nueva agenda de la integración del siglo XXI, que es el comercio electrónico y de servicios y ahí hay mucho potencial. Ese tipo de integración es pragmática, hay otras visiones que son más ideológicas, más políticas. Esas pueden ayudar a que América Latina tenga posiciones comunes en foros internacionales, pero es un tema distinto de lo que es puramente la integración económica.