La decisión de Intel de establecer una planta de ensamble y prueba en suelo costarricense colocó al país en el mapa mundial para la atracción de inversión extranjera directa, especialmente vinculada con la alta tecnología.
Una decisión que todavía genera resentimiento en Chile y México, países que compitieron para cazar al gigante.
En Costa Rica, la estrategia para atraer a la fabricante mundial de microprocesadores fue liderado por el mismo presidente de la República de turno, José María Figueres.
“Luego de cada una de las 13 misiones que envió Intel al país, nos reuníamos para ver qué encontraban satisfactorio y qué no, para trabajar con los responsables, quienes tenía que sacar la tarea antes del próximo viaje”, recuerda Figueres.
El mandatario se apoyó en un grupo de funcionarios públicos y empresarios. Entre ellos, José Rossi, entonces ministro de Comercio Exterior, y Enrique Egloff, director de la Coalición Costarricense de Iniciativas de Desarrollo (Cinde).
La llegada de Intel generó el ingreso de más de 130 empresas al país desde 1997. Además, la compañía tecnológica provocó un salto violento en los indicadores de producción y exportaciones, cuyo peso relativo ha mermado en el tiempo.
Costa Rica se ubica hoy como la segunda fuerza exportadora de componentes electrónicos hacia EE. UU., únicamente superada por China.
Con el tiempo, la operación de Intel ha evolucionado. Añadió servicios y diseño, como el de un software que verifica el funcionamiento de los chips para servidores, además, hoy los ticos aportan en el diseño de los procesadores.