Este doble discurso es particularmente llamativo en los países que atraen a la mayoría de los refugiados debido a su geografía, como Italia y Grecia. En esos países sus líderes son muy criticados por el manejo brutal de los migrantes que llegan por el Mediterráneo.
En Italia, la populista Giorgia Meloni anunció la semana pasada que se otorgarán 425.000 permisos de trabajo a no europeos hasta 2025. En Grecia, el primer ministro conservador Kyriákos Mitsotákis ha realizado una serie de acuerdos discretos con países del sur, como Egipto o Pakistán, para traer a su país a 80.000 trabajadores temporales este verano.
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Escasez de mano de obra
Existe una escasez crítica de mano de obra que podría comprometer la recuperación posterior al Covid de esos países, cuyas finanzas aún son frágiles.
En Italia los sectores más afectados son el turismo, la construcción, la informática y la atención personal. Si los puestos no se cubren, la península no podrá implementar el gran plan de 200 mil millones de euros otorgado por Bruselas, advierte el Banco Central. Italia ya ha otorgado 80.000 visas este año y otorgará otras 40.000, cuatro veces más que antes de la pandemia.
Los 70.000 migrantes ilegales que han llegado a Italia desde enero no están incluidos en estas visas. Algunos son contratados de manera temporal y no siempre están registrados.
Pero Roma ha dejado en claro que los ciudadanos de países que luchan contra la inmigración ilegal tienen prioridad. Los solicitantes de asilo recién llegados no necesariamente tienen las habilidades requeridas.
Aquellos que llegan a Sicilia o a las playas griegas vienen a Europa en busca de refugio, no necesariamente de trabajo. Lo mismo ocurre con los ucranianos que huyeron de los combates. Alemania ha acogido a un millón de ellos, pero solo el 10% tiene empleo.
Recuperación posterior al Covid
La presión de la migración irregular ha aumentado considerablemente este año debido al Covid. El coronavirus ha empobrecido al planeta entero y levantar las restricciones de viaje ha alentado a los ciudadanos de los países en desarrollo a buscar suerte en los países ricos. En 2022, hubo cinco millones de entradas netas en los países occidentales, un 80% más que antes de la pandemia, según estimaciones del Wall Street Journal.
Esta afluencia repentina ocurre en un contexto económico degradado, dominado por la inflación que erosiona el poder adquisitivo de los hogares. Los recién llegados son percibidos por los habitantes como competidores que reducen los salarios, agotan los beneficios sociales y, a veces, empeoran la crisis de vivienda, como en los Países Bajos. Es sobre estos temores que prosperan los populistas.
Algunos economistas consideran, en cambio, que la inmigración puede reducir la inflación. La mano de obra extranjera recién contratada acepta salarios más bajos con mayor facilidad. Así, cuando el costo laboral disminuye, la presión sobre los precios disminuye y de esta manera se estimula el crecimiento. Para combatir la inflación, la migración es igual de efectiva que la recesión y mucho menos dolorosa en términos económicos, pero políticamente muy difícil de defender.
El Reino Unido, donde el déficit de mano de obra ha aumentado con el Brexit, recibió el año pasado a 600.000 extranjeros recién llegados, no europeos. Mantener este ritmo haría que la población extranjera representara el 20% del total para fines de la década, lo cual es inmanejable en términos de integración, según los expertos. Es por eso que hoy en día, un ex miembro del gobierno y partidario declarado del Brexit está llamando a un acuerdo con Bruselas para facilitar la llegada de jóvenes procedentes de la Unión Europea.