El regreso de Donald Trump a la Presidencia estadounidense precipitó un cambio de paradigma en la región occidental del planeta: el enfriamiento, por no decir el congelamiento, de la alianza transatlántica que se había mantenido más o menos fuerte desde la II Guerra Mundial.
El distanciamiento entre Estados Unidos y Europa es innegable, y se ha evidenciado en toda una sintomatología reciente.
A un lado del océano, en el territorio estadounidense, Trump ha evitado condenar la invasión rusa en Ucrania; involucró en su gobierno a Elon Musk, el magnate cuya influencia económica y electoral es más cuestionada que nunca en Europa; y ha dado plataforma al discurso de personas como el vicepresidente a J.D. Vance, quien recientemente dijo en la Conferencia de Seguridad de Múnich que la Unión Europea vive una amenaza “interna”, en alusión a los esfuerzos del bloque para frenar los discursos ultraderechistas.
Al otro lado, del costado europeo, las acciones de corto plazo parecen orientadas a no enemistarse demasiado con el mandatario norteamericano; pero los planes a futuro apuntan a depender cada vez menos de Estados Unidos y de su política, cuyos giros cada vez son más impredecibles.
LEA MÁS: Seguridad, migración y comercio: Esto deparó la visita de Marco Rubio a Costa Rica
En medio de ese Atlántico revuelto y enrarecido, países pequeños como Costa Rica son barcos delicados que deberán aprender a navegar, extremando sus precauciones. A fin de cuentas, hablamos de los dos de principales socios comerciales. Estados Unidos fue el destino de un 47% de las exportaciones costarricenses en 2024 y la Unión Europea de otro 19%; y este último bloque además le genera un superávit comercial al país de más de $1.340 millones.

Redibujo mundial
Para entender el enfriamiento de las relaciones entre Estados Unidos y Europa es indispensable comprender que este fenómeno se produce dentro de un escenario mucho más amplio: las tensiones geopolíticas entre Estados Unidos, Rusia y China; que batallan por reafirmar su poder en sus respectivas zonas de influencia.
En medio de ese escenario, Trump reapareció en la política internacional con un discurso transaccional y unilateralista; es decir, considera que debe de anteponer los intereses políticos y comerciales de Estados Unidos sobre los intereses de las alianzas tradicionales: influir a la fuerza.
Según múltiples analistas internacionales, Trump visualiza la política internacional como un acuerdo entre las grandes potencias y, en ese contexto, Europa y sus intereses le son muy lejanos, con excepción de si puede redituar de ellos.
Esta dinámica se ha podido observar en múltiples gestos recientes de Trump. Por ejemplo, al condicionar la continuidad del financiamiento estadounidense para la resistencia militar ucraniana a un acuerdo para explotar minerales y tierras raras en ese país; o al votar en contra de una reciente resolución en la Asamblea General de la ONU que condenaba ese conflicto y calificaba a Rusia como agresor inicial.
Carlos Murillo, especialista en relaciones internacionales y director del Observatorio del Desarrollo de la Universidad de Costa Rica (UCR), explicó que el regreso de Trump supuso un giro pronunciado en la concepción de las relaciones internacionales. Se pasó de una política de institucionalidad internacional a otra de relaciones bilaterales, en las que prima la fuerza y el poder, principalmente en términos comerciales.
“El cambio implica que, si Estados Unidos ahora da algo, lo va a cobrar por encima de su costo para obtener una ganancia, como en el caso de Ucrania”, explicó. “A partir de esa perspectiva soberanista, cuestiones como la alianza transatlántica o los tratados de libre comercio son cosas que no le sirven”.
Dentro de esa dinámica, Europa intenta lidiar con las hostilidades de Trump, sin exacerbarlas, en el corto plazo. Ello quedó reflejado en la reciente visita del presidente de Francia, Emmanuel Macron, a Estados Unidos; en la que se mezclaron imágenes que fueron desde saludos amistosos y sonrisas compartidas hasta momentos tensos como forcejeos y correcciones públicas frente a la prensa. El diario francés Le Monde describió el encuentro entre Trump y Macron como la última ilustración de una “grieta” y una “distancia creciente” entre antiguos aliados.
En medio de ese clima tan revuelto, diversos líderes europeos han empezado a hablar sobre la necesidad de depender cada vez menos de Estados Unidos, que aún es crucial para el viejo continente en cuestiones tecnológicas y de defensa de su soberanía territorial frente a los ánimos imperialistas rusos.
De hecho, el principal aspirante a convertirse en el nuevo canciller alemán, Friedrich Merz, lo señaló como su “prioridad absoluta” a partir de ahora. “Nunca hubiera pensado que tendría que decir algo así en un programa de televisión”, dijo este 23 de febrero, luego de las elecciones en la principal potencia de la región que le auguran el poder; “pero está claro que a ese gobierno (de Estados Unidos) no le importa mucho el destino de Europa”.
Cuánto pueda calar este tipo de declaraciones en Trump y cuánto pueda escalar en términos diplomáticos o comerciales es una incógnita todavía. En una primera gran escalada, este 26 de febrero, Trump anunció que plantearía un arancel general del 25% a las importaciones de la Unión Europea. Lo hizo después de decir que la UE se creó “para fastidiar” a Estados Unidos: un comentario que fue descrito como parte del “desgarro” en ciernes entre Washington y Bruselas por el medio español El País.
¿Y Costa Rica?
Las tensiones entre grandes potencias siempre terminan por afectar a los países más pequeños, que suelen ser empujados a tomar acciones en uno u otro sentido, para reafirmar la influencia de las mismas.
Al respecto, el abogado, académico y consultor internacional Constantino Urcuyo explicó que actualmente hay un claro “llamado a alinearse” por parte de Estados Unidos en América Latina, y que Costa Rica debe de hacerlo, aunque de la forma más sabia y estratégica posible.
“Costa Rica tiene que entender que las potencias están atentas a sus zonas de influencia, y nosotros estamos en la zona de influencia de Estados Unidos”, comentó Urcuyo. “Estamos supeditados a una geografía y a una historia en la que Estados Unidos ha sido dominante y no debemos de ser sumisos, pero sí entender que la temperatura está subiendo, que Estados Unidos va a reafirmar su presencia en su zona y que nosotros somos parte de ella”, añadió.
¿Significa esto desatender las relaciones con otros actores relevantes? Según Urcuyo, solo en la medida en que sea necesario para no plantear un desafío evidente con la administración trumpista. En eso, dijo, líderes como la presidenta mexicana Claudia Sheinbaum han demostrado actuar con “cabeza fría” e implementar una política de “colaboración”, sin doblegarse definitivamente.
En cuanto a la relación con otros grandes países, como las potencias europeas, Urcuyo consideró que el país debería de trabajar para fortalecer sus relaciones bilaterales, pues países como Alemania, Francia, España, Italia y hasta Reino Unido (a pesar de que está fuera de la UE) son cruciales para los intereses de Costa Rica en campos como la seguridad internacional y el comercio.
El nivel de complejidad que enfrentará Costa Rica para maniobrar con sus relaciones de cara Estados Unidos y Europa, al mismo tiempo, dependerá de cuánto crezcan o dejen de crecer las tensiones desde Washington. Sin embargo, Murillo considera que el país tiene ventajas y desventajas de entrada.
Una ventaja es que las relaciones comerciales de Costa Rica con Estados Unidos y con los grandes mercados europeos son importantes para el país, pero al mismo tiempo tiene un peso casi insignificante para ellos.
Pero una desventaja es que el país deberá de coordinar lo mejor posible sus políticas diplomáticas y comerciales, y ese es un campo en el que siempre ha tenido deficiencias.
“Costa Rica tendrá que ser muy hábil diplomáticamente, que es lo que le permite a los estados pequeños sobrevivir en un sistema anárquico donde el poderoso se impone; que pueda enfrentar perjuicios, pero no tantos. Sin embargo, Comex y la Cancillería históricamente han estado totalmente desvinculadas, y ese es un riesgo que tiene Costa Rica en este momento, más por una debilidad interna que por el juego de poder en este momento”, anotó.

“Nos friegan”
Al menos durante lo próximos cuatro años de la administración Trump, Costa Rica parece tener muy marcado el camino que deberá de seguir.
Fue uno de los mensajes de Marco Rubio en su visita a Costa Rica, el 4 de febrero pasado. El secretario de Estado dijo textualmente que Estados Unidos aplicará una política diplomática y comercial de “amigos” y “enemigos”, en la cual “es mejor ser amigo que enemigo”.
Esto eventualmente podría cambiar si hay un giro de timón en Estados Unidos en las próximas elecciones o, en menor medida, si Trump pierde su dominio de la política estadounidense en las próximas elecciones de medio período, en 2026. Esa es una posibilidad que conoce la administración trumpista y, según los analistas, por eso ha desarrollado un discurso implacable desde un inicio a la hora de exponer sus intenciones.
En ese contexto, el margen de acción costarricense en sus relaciones con Estados Unidos es limitado.
En los últimos meses, el Gobierno de Costa Rica incluso reiteró la prohibición de que empresas chinas como Huawei participen en los concursos para desplegar redes 5G (fue el primer tema mencionado por Rubio como un punto de acuerdo luego de su reunión con el presidente Rodrigo Chaves este mes de febrero) y aceptó, sin réplica alguna, recibir a 200 migrantes deportados por Estados Unidos que se dirigen a países de Asia Central y de India.
Además, el gobierno estadounidense envió señales contundentes. Rubio dijo durante su visita al país que Estados Unidos actuaría en coordinación con el gobierno costarricense para identificar y sancionar a personas que se opusieran al primer punto; y semanas más tarde se dio a conocer la cancelación de las visas estadounidenses de dos diputadas del Partido Liberal Progresista (Johanna Obando y Cinthya Córdoba) y de la auditora general del grupo ICE, Sofía Machuca.
Las represalias siempre están sobre la mesa y así lo reconoció el propio presidente Rodrigo Chaves el 19 de febrero pasado. Ese día aludió a razones económicas para aceptar el ingreso al territorio costarricense de grupos de migrantes expulsados por Estados Unidos. “Si nos ponen un impuesto en zonas francas, nos friegan”, se justificó, sin explicar mucho más sobre esas palabras.
El crecimiento económico de Costa Rica depende en gran medida de su sector exportador y de sus zonas francas y, en ese sentido, las tensiones económicas internacionales, plagadas de amenazas arancelarias, son un alto riesgo inminente.
Como efecto mínimo, es previsible que la imposición de aranceles entre potencias (algunos de los cuales ya se están empezando a aplicar sobre materias primas como el acero, el cobre y otros materiales) encarezcan la producción y tengan efectos inflacionarios a nivel internacional. Estos, sin embargo, son impactos indirectos.
Ese es un golpe que también sufrirá Estados Unidos y su economía, aunque Trump espera el perdón de su población ante la promesa de una economía más fuerte de su país como resultado pretendido.
Como una especie de paliativo para Costa Rica, el país tiene nexos relativamente débiles con China y con Rusia; que de forma poco probable pueden ser vistos como una amenaza o una afrenta por parte de Trump y de su gobierno. Esos son sus verdaderos puntos en la mira, según señalaron Urcuyo y Murillo.
El país restableció sus relaciones diplomáticas con China desde 2007, pero los flujos comerciales con la potencia asiática son menores (solo un 3% de las exportaciones costarricenses se dirigen a ese destino y la mayor parte del intercambio comercial con esa nación corresponde a importaciones; por lo que hay un déficit comercial). En el caso de Rusia, el ligamen económico es prácticamente inexistente.
Sin embargo, la catedrática de la Universidad Estatal a Distancia (UNED), Velia Govaere, considera que Costa Rica igualmente tiene mucho que perder en una época de deterioro de la globalización, como la actual, más allá de lo que pueda hacer para paliar los daños.
“Costa Rica apostó correctamente a la apertura comercial jugando todas sus cartas a la creación de una plataforma exportadora, pero descuidó de forma sistemática el mercado interno y el régimen definitivo”, analizó. “Son tiempos de desconcierto, porque las ventajas que tuvimos pierden impulso y nuestras falencias se agravan”, puntualizó.