El debate sobre reformas estaba llevando a discusiones circulares y callejones sin salida en el ámbito político, cuando el referendo obligó a tomar una decisión: Tratado comercial con Estados Unidos, apertura de monopolios y modernización de la democracia, todo en una sola consulta.
El domingo 7 de octubre se estrenó la herramienta del referendo en Costa Rica, en una apuesta alta del presidente Óscar Arias: todo o nada. Si ganaba, concretaba su plan de gobierno y las reformas que reclamaba desde su primer mandato, en 1986. Se aprobaban sin que la Asamblea Legislativa pudiera chistar. Si perdía... no tendría forma de rescatar el paquete.
Todo a una carta, con un cierre apretado y de infarto. El Sí al Cafta recibió 805.658 votos (51,6%), el No se quedó en 756.814 (48,3%). Un país polarizado, pero que tomó una decisión.
Un camino con curvas
Antes, el referendo tuvo que recorrer una ruta sinuosa, en la que el PLN, de donde surgió la iniciativa, lo envió dos veces al cadalso en la Asamblea.
La insistencia del presidente Miguel Ángel Rodríguez y diferentes sectores lo salvaron, y lo convirtieron en reforma constitucional en el 2002.
Pero de nuevo tuvo que esperar: la falta de voluntad política para reglamentarlo lo dejó en el aire, e incluso la Sala IV tuvo que regañar a los diputados antes de que pudiera quedar en regla en el 2006.
Entonces, José Miguel Corrales y Julio Jurado propusieron que el Cafta, que generaba tanta polémica, se resolviera con el referendo.
Óscar Arias primero dudó, pero el lento avance en la Asamblea le llevó a pensar en una nueva forma de tomar decisiones y, de paso, se remozó la democracia participativa.