Hace una década, poco antes de que su hija, Caitlin Heising, iniciara su primer año en la Universidad de Brown, Liz Simons, exmaestra, y su esposo, Mark Heising, el fundador de una firma de inversión, establecieron la Fundación Heising-Simons, una organización filantrópica familiar enfocada inicialmente en la educación, el clima y ciencias físicas.
“Siempre he hecho muchas preguntas y siempre he sentido curiosidad sobre aquello en que trabajan mis padres”, dijo Caitlin Heising, quien pasó el verano de su segundo año en la universidad trabajando en la oficina de la fundación en Los Altos, California. En la escuela, se sintió atraída hacia cursos sobre la filantropía, los derechos humanos y el papel de las organizaciones no gubernamentales internacionales.
Después de graduarse, con la aprobación entusiasta de sus padres, Heising se unió al consejo de la fundación. “Había propuesto la idea, pero no creo que me hubiera entusiasmado tanto con ella si no hubiera tenido la sensación de que ellos estaban abiertos a que yo aportara mis propias ideas y pasiones como miembro del consejo”, dijo. “No necesariamente llegar y cambiar las cosas drásticamente, sino llegar con nuevas ideas”.
Una de esas nuevas ideas llevó al programa incipiente de la fundación en derechos humanos. “Es más pequeño que nuestros otros programas”, dijo Heising, de 27 años. “Pero se está desarrollando, y hay espacio para el crecimiento”.
Puede contar con el apoyo de sus padres, materialmente y de otro modo. Simons ha acompañado a su hija en visitas de Human Rights Watch a la Prisión Estatal de San Quintín y a Tijuana, México. “Me he sentido realmente agradecida de tener la oportunidad de trabajar con Caitlin y aprender de ella”, dijo Simons.
No siempre las cosas se dan tan fácilmente. Los líderes de fundaciones familiares que han pasado una vida financiando cosas que les son muy preciadas –la sinfónica, el jardín botánico, la educación artística– a menudo se enteran que sus hijos y nietos tienen sus propias ideas y causas favoritas. Y la generación más joven quizá sienta que el patriarca o matriarca de la familia se interpone en su camino y hace oídos sordos a otras aportaciones.
Hay muchos dólares en juego. Un informe de 2014 realizado por el Centro sobre Riqueza y Filantropía en el Boston College estimó que $59 billones serían transferidos a la siguiente generación de 2007 a 2061. Las donaciones en vida a obras de caridad en ese periodo serían de $20,6 billones.
Cambio de mando
Se acostumbraba que la batuta filantrópica era pasada a la siguiente generación cuando los padres morían. En el pasado, pocas generaciones trabajaban activamente juntas.
Pero con esperanzas de vida más largas, “hay varias generaciones en el espacio filantrópico al mismo tiempo y en torno a la mesa al mismo tiempo”, dijo Sharna Goldseker, fundadora y directora administrativa de 21/64, una firma consultora que se enfoca en la filantropía de la próxima generación. Quizá haya acuerdo entre las generaciones sobre la importancia de donar, pero también desacuerdo sobre a quién dar y cómo darlo.
“La expresión de un interés filantrópico diferente es un acto de equilibrio para la siguiente generación”, dijo Goldseker. “¿Cómo hacer honor a su legado y tratar lo que consideran las necesidades de hoy?”
Que la generación más joven pudiera no compartir las ideas de la generación mayor sobre las donaciones, que pudieran querer enfocarse en diferentes causas tiene perfecto sentido, dijo Michael Moody, quien preside la Fundación Frey para la Filantropía Familiar en la Universidad Estatal de Grand Valley en Grand Rapids, Michigan.
Después de todo, crecieron en una época diferente. “El surgimiento del ambientalismo en los años 60, los derechos civiles y el movimiento a favor de la mujer significaron que la generación más joven estuviera más interesada en donar a ellas en vez de a la Junior League”, dijo.
La geografía también desempeña un papel. Si, por ejemplo, la fundación se enfoca en la comunidad local “y la familia está dispersa, será difícil involucrar a la siguiente generación”, dijo Moody, que es autor, con Goldseker, del libro “Generation Impact: How next gen donors are revolutionizing giving”, que debe salir en octubre.
También pudiera reducirse a la más básica de las explicaciones: diferentes estilos para diferentes personas.
“Los individuos tienen intereses diferentes, y los individuos dentro de las familias tienen intereses diferentes”, dijo Tracy Mack Parker, directora ejecutiva del Taller de Filantropía. “En ocasiones, la generación más joven interviene antes y quiere involucrarse y realizar investigaciones y dedicarle tiempo.
También puede ser el caso que la generación más joven esté demasiado ocupada criando familias y formando sus propias carreras, y es un desafío para la primera generación hacer respetuosamente que la generación más joven se involucre y participe”.
“Lo que tratamos de hacer”, dijo, “es alentar a las familias a identificar ciertos valores básicos que pudieran trascender todo el trabajo filantrópico que realizan y formular una visión del mundo que quieren ver”.
Frecuentemente, las diferencias en el dar son más de estilo que de sustancia. La siguiente generación quizá esté tan comprometida como sus padres a contribuir a su alma mater. “Pero la generación mayor podría extender un cheque y hacer que construyan un edificio con su nombre”, dijo Moody.
La generación más joven, que tiende a ser más participativa, “querrá extender un cheque para crear una beca para estudiantes de minorías y luego volverse mentores e involucrarse con el estudiante que está recibiendo la beca”, dijo.
Pero incluso cuando las causas son diferentes, quizá se traslapen generacionalmente de manera más considerable de lo que se puede apreciar a primera vista. Goldseker de 21/64 recordó a un patriarca que estaba estableciendo una fundación para financiar becas locales como una forma de retribuir a la comunidad donde había generado su riqueza. Sus nietos, para su frustración, estaban interesados en otorgar microcréditos a personas en países en desarrollo.
Goldseker entregó al abuelo y los nietos conjuntos de 25 tarjetas, cada una marcada con palabras como “integridad”, “justicia”, “oportunidad”, “compasión” e “independencia”, y les pidió que ordenaran por prioridad los valores que animaban su toma de decisiones filantrópica.
“Cuando mostraron sus tarjetas, todos ellos tenían ‘oportunidad’ a la cabeza, y pienso que el abuelo se asombró de cómo sus valores habían sido transmitidos a la siguiente generación”, dijo Goldseker. “Los nietos habían asimilado esos valores, pero los estaban aplicando de una manera diferente porque crecieron en un mundo diferente en una época diferente.
“Él quería crear oportunidades creando becas en su comunidad, y ahora se daba cuenta de que ofrecer microcréditos era crear oportunidades para las personas en África”.