El café —símbolo patrio y por mucho tiempo bandera del comercio exterior— ya no es el mismo negocio de antes. El grano, que en su momento fue el rey de la poscolonia, ahora debe conformarse con ser más un producto emblema de Costa Rica y no un bastión de la economía.
En los últimos 30 años la producción de café costarricense se redujo prácticamente a la mitad y su peso en las exportaciones se achicó a casi una décima parte de lo que fue a finales del siglo XX. Consecuentemente, a Costa Rica cada vez le toca una tajada más pequeña del mercado internacional al mismo tiempo que sus vecinos le ganan participación.
Aunque mucho tiene que ver el viraje socioeconómico y de producción que hizo el país hacia bienes y servicios de mayor valor agregado, hay particularidades del café que han contribuido a su caída, como una ubicación geográfica conflictiva, un mercado internacional cruel y los mayores costos de producción.
Analizamos qué hay detrás de la pérdida de peso del famoso grano de oro a pesar de su buena reputación internacional.
Techo en el siglo XX
La producción de café en Costa Rica alcanzó su techo a inicios de los noventa, cuando llegó a producir hasta 168.000 toneladas por año. De hecho, hasta finales de los ochenta, en el territorio nacional se producía incluso más café que piña, un dato que no debería pasar desapercibido cuando se toma en cuenta que Costa Rica hoy es el mayor exportador de piña del mundo (aunque su boom vino después de la caída del grano).
A estos máximos se llegó gracias a la mejora tecnológica que trajo la revolución verde de los sesenta. Costa Rica, como país agrícola, se benefició de las mejoras que se desarrollaron entre los sesenta y los ochenta en materia de fertilizantes, pesticidas y nuevas variedades de plantas de corte bajo.
Por casi treinta años el país mantuvo un crecimiento acelerado hasta el inicio de los noventa, cuando todo empezó a cambiar.
La caída
Durante la última década del siglo XX empezaron a conjugarse una serie de cambios externos e internos que jugaron en contra del grano.
En el mercado internacional se dio lo que se conoce como la ruptura del acuerdo cafetalero de 1989, cuando no se logró renovar el acuerdo internacional que regulaba la producción y los precios del café. Esto provocó una mayor volatilidad en el valor del grano y dificultades económicas para los países productores. Consecuentemente, los precios sufrieron una fuerte caída.
El índice I-CIP —el cuál calcula la Organización Mundial del Café para medir el precio internacional del grano— se desplomó en un 77% entre 1977 y 1992.
Este fue un golpe del que nunca se recuperó del todo el mercado. Por ejemplo el I-CIP está actualmente (febrero de 2024) por debajo del precio que tenía en 1977 (229 centavos de dólar por libra versus 182). La vida en Costa Rica, en cambio, es mucho más cara que entonces.
“Hoy estamos a una fracción muy pequeña de lo que era el valor del café de esas épocas (en los setenta), entonces no hay ninguna motivación para que un productor siembre café. Costa Rica no es una isla, competimos con productores ya sea más eficientes o más baratos que nosotros”, explica Manuel Morales, gerente de la Exportadora Ceca y presidente de la Cámara de Exportadores de Café.
“Eso es lo que el mercado de especialidad siempre le achaca a los compradores de café, que nosotros nos estamos rigiendo por una bolsa que realmente no se da cuenta del costo de producción. Si nosotros en Costa Rica estuviéramos a precio de bolsa, no se cubrirían los costos”, agrega Noelia Villalobos, directora ejecutiva de la Asociación de Cafés Finos de Costa Rica.
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Reacción interna
Al mismo tiempo que caían los precios internacionales, a lo interno del país también se estaba dando una transformación.
La implementación de los Programas de Ajuste Estructural excluyeron al sector cafetalero de una buena parte de los planes del país, considera Rafael Díaz, especialista en la cadena de producción de café del Centro Internacional de Política Económica para el Desarrollo Sostenible de la Universidad Nacional.
“Se cambiaron las prioridades de financiamiento. La banca nacional dejó de tomar a los cafetaleros como un sector de interés y el café se debió financiar externamente y eso, en momentos en los que la industria estaba mal, significó un golpe de gracia”, explica Díaz.
“Es un país en que exitosamente se ha hecho una conversión de exportación agrícola a otro tipo de nichos económicos, entonces muy bien para el país, pero muy mal para el sector café”, agrega Morales.
Con una ruta que planteaba alejarse paulatinamente de la dependencia agrícola hacia la atracción de inversión extranjera en servicios y productos de mayor valor agregado, a los dueños de cafetales en la zona central del país —donde se concentraba la mayor parte del café— se les abrió una salida: vender sus terrenos en el Área Metropolitana para dar paso a proyectos inmobiliarios.
Zonas que en el siglo XX eran principalmente cafetales, como Curridabat, La Unión y Aserrí —por nombrar algunas, pero ejemplos sobran— se convirtieron en espacios residenciales. El crecimiento poblacional provocó que el costo de oportunidad de la tierra se inclinara a favor de la urbanización, en especial cuando el mercado internacional del grano venía en caída.
En cierta forma, el café fue víctima de su ubicación tan céntrica, un fenómeno con el que no tuvieron que lidiar —por lo menos no en la misma magnitud— otros cultivos como la piña, que suele cosecharse más hacia la periferia del país.
En los últimos 30 años la frontera cafetalera se ha ido reduciendo al mismo tiempo que se traslada hacia ubicaciones más altas, como la Zona de los Santos y Pérez Zeledón. “En parte por el cambio climático, se ha logrado cosechar en zonas a más de 2.000 metros sobre el nivel del mar, donde antes jamás se pensaba tener café”, dice Villalobos.
Como si lo anterior no fuera suficiente, la productividad también viene en caída. Según datos del Instituto del Café de Costa Rica (Icafé), en 2001 se producían 28,8 fanegas por hectárea (1 fanega son aproximadamente 258 kilogramos), mientras que en 2023 se redujo a 20,4. Esto ha provocado una especie de círculo vicioso: menos productividad deriva en menos ingresos, menos ingresos en menos inversión y menos en inversión en menos productividad.
“Si usted tiene una productividad arriba de 30 (fanegas por hectárea), que es fácil de conseguir si se invierte en las nuevas variedades y llevando las atenciones recomendadas, el negocio es rentable, lo que pasa es que el financiamiento no ha estado disponible”, menciona Ronald Peters, director ejecutivo de la Cámara de Exportadores de Café.
Peters también considera que aunque mudar el café a terrenos más altos favoreció la calidad del grano, también tuvo un golpe en la productividad, ya que ese tipo de terrenos inclinados dificultan la mecanización.
La combinación de estos factores provocó que la producción se contrajera en un 53% desde su pico de 1992 hasta el 2022, según datos de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por sus siglas en inglés).
Naturalmente, el peso en las exportaciones fue cayendo. En 1997, el café representaba un 9,6% de las exportaciones totales; para 2023 ese número cayó a apenas un 1,8%, según datos del Icafé y del Banco Central de Costa Rica. Lo mismo pasó con su participación dentro del Producto Interno Bruto del país: pasó de un 2,29% en 1991 a un 0,1% en 2023.
A competir con la calidad
A pesar de que antes se producían mayores cantidades, Costa Rica siempre ha sido un participante relativamente pequeño en el mercado internacional, solo que ahora lo es más que nunca, con menos de 1% de las exportaciones totales del grano.
Pequeño, sin embargo, no significa irrelevante. El país siempre tuvo claro que si quería sobrevivir en el exterior debía competir por calidad y no por volumen, pero fue a partir de los noventa que eso se convirtió en el mantra de los cafetaleros.
“La ganancia está en la calidad. Hoy para que un productor sobreviva tiene que ser muy bueno”, dice Díaz.
Afortunadamente, ese mensaje caló en la comunidad internacional y le permitió al país vender a precios muy por encima al promedio de otros participantes de mayor tamaño.
“Hay que reconocer que Costa Rica ha recibido cada vez mejores diferenciales contra otros orígenes con los que competimos, esto quiere decir que el nombre de Costa Rica pega; lo compradores quieren tener café de aquí”, dice Peters.
Morales considera que la reducción en la producción de café costarricense, aunado a la reputación que supo promocionar, lo hizo más “exótico”, lo cual ayudó a que una buena demanda les permitiera mantener precios más altos.
La calidad del café también mejoró con el surgimiento de los microbeneficios. Durante el siglo pasado había una división más clara entre productores y beneficiadores, sin embargo en los últimos años se ha ido borrando al haber más productores que se aventuran a tener su propio microbeneficio.
En un microbeneficio los mismos productores de café abordan las siguientes fases de la cadena de producción, en lugar de entregar su cosecha a un beneficio para que se encargue del resto del proceso (lavado, fermentación, secado, etc.), como sucedía mayoritariamente antes.
Villalobos explica que el hecho de concentrarse en lotes más pequeños de producción tiende a traducirse en un café de mayor calidad. Además, crea una verticalización en la industria, ya que hay productores que se vuelven beneficiadores y comerciantes de su propio café, lo cual les da mayor valor agregado.
Este comportamiento se nota en las estadísticas del Icafé: entre 2012 y 2022 la cantidad de productores se redujo casi a la mitad, pero el número de beneficios creció en un 51%.
Añadido a la calidad, Costa Rica cuenta con otra serie de intangibles que los compradores más exigentes de café valoran, como prácticas más sostenibles con el medio ambiente, una ley que protege al productor con casi un 80% de las ganancias que se obtengan en el mercado internacional, seguro para los recolectores y una democracia sólida, entre otras cualidades que construyen la marca país.
Sin embargo, Villalobos considera que Costa Rica no debe “dormirse en los laureles”, ya que cada vez son más los países vecinos que pueden seguir los pasos del modelo costarricense. Esta es una idea con la que concuerda Morales: “Costa Rica fue pionero (en competir con calidad), pero ya muchos otros países equiparan esas calidades a un precio más bajo”, dice.
Entre el 2003 y el 2022, Costa Rica pasó de tener un 5% del total de exportaciones de café de países americanos a un 2%. En ese mismo periodo, Honduras y Nicaragua aumentaron su participación de un 4,7% y 2,2% a un 8,2% y 3,4%, respectivamente.
¿Qué esperar del café?
Pese a su pérdida de peso en la economía, el café no es un participante irrelevante: se trata del noveno producto que el país más exporta, así que de su futuro depende una parte poco despreciable del país.
Sin embargo, de momento es difícil ser optimista. Díaz y Morales ven probable que la producción mantenga una tendencia bajista en el mediano plazo. No obstante, hay ciertos elementos de esperanza, como la entrada en vigencia en 2025 del Pacto Verde de la Unión Europea (UE).
A grandes rasgos, este es un acuerdo para que la UE solo importe productos libres de deforestación y que cumplan con una serie de requisitos en materia de sostenibilidad ambiental. De momento, el país ha hecho avances importantes —por delante de muchos de sus vecinos— que le garantizarán poder mantener el comercio con el Viejo Continente.
Aún así, Villalobos considera que hay que tener cuidado. “Mucha gente puede decir que eso es bueno para Costa Rica porque tiene asegurado la venta a Europa; sí, por supuesto, pero también puede ser contraproducente porque nosotros no sólo vendemos a la UE (34%), nuestro principal mercado es Estados Unidos (53%) y si (nuestros competidores) nos quitan cuota de mercado en Estados Unidos porque ya ellos no pueden exportar a Europa, se vuelve un arma de doble filo”, explica.
El sector también tiene que lidiar con el problema del envejecimiento de sus productores. Si bien la apuesta por la calidad ha hecho que nuevas generaciones se interesen en el negocio, todavía es un sector con poco relevo generacional, en especial cuando cada vez parece menos rentable en comparación con otras actividades.
“Las nueva generaciones en las zonas cafetaleras no ven el café como una clara alternativa”, dice Díaz. “Muchos productores, por inercia, siguen siendo productores de café, pero no necesariamente porque sea un gran negocio”, añade Morales.
Recientemente han aparecido nuevos problemas como la caída en el tipo de cambio y el golpe al poder adquisitivo internacional. “Los nichos donde a nosotros nos pagan muy bien el café son nichos selectos, entonces si la gente se empobrece esos compradores se empiezan a hacer más pequeños y menos atractivos” menciona Díaz.
El café, aunque para muchos forma parte de un ritual diario, no es un bien de primera necesidad, así que en tiempos de crisis es más probable que los hogares desistan de adquirirlo o compren uno más barato, probablemente no de Costa Rica.
Esto es particularmente desalentador cuando se toma en cuenta la alta dependencia que tiene el país del mercado extranjero: en 2023 un 85% de la producción total se destinó para exportaciones.
El principal reto yace en cómo subir la productividad sin golpear la calidad. Morales considera que el Icafé ha hecho un buen trabajo en encontrar variedades y prácticas más productivas, pero todavía ese conocimiento no se ha podido trasladar completamente hacia todos los productores.
Además, el sector necesita de variedades que no solo sean más productivas, sino más resistentes al cambio climático, una amenaza que también ha jugado un papel en la reducción de la cosecha de los últimos años. Ese, de momento, parece ser el único camino para sobrevivir cuando se es tan solo una fracción de antaño.
A Costa Rica tampoco le conviene que su café se debilite, especialmente su calidad. Aunque ya no es el rey de las exportaciones, todavía juega un papel similar al de la realeza: es un tipo de bien diplomático con poco peso, pero que inherentemente forma parte de la marca país.