Pekín. China importa casi cuatro veces menos productos estadounidenses de los que exporta hacia Washington. En esas condiciones resulta complicado responder diente por diente a las sanciones comerciales impuestas por el presidente Donald Trump.
Sin embargo, para tomar represalias, Pekín cuenta con numerosas alternativas a los aranceles.
Hasta ahora, el gigante asiático había respondido a las andanadas de aranceles punitivos decretados por Trump aplicando a su vez impuestos de importaciónes de Washington, pero, después de la última ronda, comienza a quedarse corto de municiones.
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Washington anunció este lunes que impondría aranceles de 10% sobre $200.000 millones de productos chinos importados, que se suman a los aranceles ya aplicados sobre otros 50.000 millones previos.
En represalia, el gobierno chino anunció el martes que impondría nuevos aranceles a importaciones estadounidenses equivalentes a un monto anual de $60.000 millones.
Pero a pesar de esta nueva ola de aranceles, como las importaciones chinas de productos estadounidenses rondan únicamente los $130.000 millones anuales el margen de maniobra de Pekín es reducido.
El iPhone X, los automóviles Buick, las cafeterías Starbucks y las producciones de Hollywood son algunos de los productos estadounidenses mejor vendidos en China. Además, la marca Tesla planea instalar ahí sus fábricas de automóviles eléctricos.
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“China puede vengarse con las empresas estadounidenses activas en su territorio (...). Puede imponer exigencias reglamentarias, retrasar el tránsito por aduanas” o imponer controles sanitarios y fiscales más severos, señaló en una nota Barry Naughton de la Universidad de California.
Pero este plan de acción puede impactar negativamente la imagen “reformista” y abierta que Pekín se esfuerza en proyectar al mundo.
Desde mayo, las inspecciones aduaneras de carne de cerdo y automóviles estadounidenses ya se han vuelto más minuciosas.
Este verano, Pekín rechazó la fusión del fabricante estadounidense de microprocesadores Qualcomm con su rival holandés NXP, poniendo así un alto a esta megatransacción comercial de alcance global.
La posible conclusión de la fusión queda en manos las autoridades reguladoras chinas.
China podría boicotear a las empresas estadounidenses, lo que sería mortal para grupos como General Motors, que vende más automóviles en China que en América del Norte.
Los medios de comunicación estatales se han mantenido por ahora al margen de la disputa, pero las incitaciones al boicot ya circulan por las redes sociales.
“Si 1.300 millones de chinos se desencantan de Estados Unidos, será algo muy difícil de reparar”, advirtió Wu Baiyi, investigador en la Academia de Ciencias Sociales.
Según una encuesta del Financial Times publicada en julio, un 54% de chinos afirman que “probablemente” o “seguramente” dejarían de consumir ciertas marcas.
“Las campañas de propaganda ya se han llevado a cabo con eficacia y rapidez en el pasado”, señaló Mark Williams de Capital Economics.
Las campañas contra Japón en 2012 o Corea del Sur el año pasado “provocaron un colapso del 50% en las ventas de las marcas automovilísticas de ambos países en un mes”.
El riesgo de esta estrategia es que podría perjudicar a los millones de ciudadanos chinos empleados de compañías estadounidenses y de sus asociados locales.
Pekín podría tratar de limitar el número de estudiantes y turistas que van cada año a Estados Unidos, restringiendo, por ejemplo, el número de paquetes de viaje organizados.
El año pasado, con 350.000 estudiantes, los chinos representaron un tercio de los universitarios extranjeros en Estados Unidos.
La cantidad total de gastos chinos en turismo o en educación en Estados Unidos se acerca al de las importaciones chinas de soja o de aviones estadounidenses.
China es clave para el fabricante de aviones Boeing, que vende un cuarto de sus productos en este país en donde la gran mayoría de las aerolíneas son controladas por el gobierno.
Pekín “podría ajustar su volumen de compra de estos aparatos”, amenazó en enero el periódico estatal Global Times.
China es el principal poseedor de la deuda estadounidense, evaluada en alrededor $1,2 billones.
Pero vender una gran parte de ella sería riesgoso, ya que cualquier desestabilización de los mercados podría devaluar los bonos de tesoro que posee Pekín.
¿El Banco Central Chino es capaz de bajar la cotización de su moneda, el yuan, para apoyar a las empresas exportadoras, de acuerdo con las acusaciones de Donald Trump?
La opinión general es que Pekín no orquestó la caída estival del yuan frente al dolar, sino que ésta fue simplemente un resultado de las tensiones comerciales.
Disminuir el precio del yuan de manera prolongada podría provocar importantes fugas de capital fuera del país, algo que las autoridades chinas quieren impedir a todo precio.