Seúl, Corea del Sur. Tras una cumbre muy teatral con emotivas demostraciones de reconciliación y algunos importantes aunque conocidos planes para impulsar las relaciones bilaterales, el líder de Corea del Norte, Kim Jong Un, regresó a Pyongyang y el presidente de Corea del Sur, Moon Jae-in, a su residencia oficial en Seúl.
Pero, ¿están a punto de florecer los remordimientos?
Pese al énfasis en las buenas sensaciones de la construcción de una nueva relación, la primera cumbre intercoreana en más de una década dejó muchos interrogantes en torno al punto más importante y polémico de su agenda: la desnuclearización. Y esto deja la pelota en la cancha del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, quien se espera que se reúna con Kim en apenas unas semanas.
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Para Moon y Kim, esto fue probablemente algo bueno, no un error. Ambos buscaban hacer una demostración de unidad coreana. Pero podría complicar las cosas para Trump, quien ha elevado las expectativas de un acuerdo con Kim para que abandone su arsenal nuclear. En el largo plazo, podría complicar la situación también para todos los implicados.
Lo que está claro es que la cumbre celebrada el viernes dentro de la zona desmilitarizada que separa a las dos Coreas fue un importante paso adelante para la diplomacia y podría sentar unas bases más sólidas para mantener conversaciones más sustanciales en el futuro. Empezar con una reunión que sitúa la buena voluntad y las relaciones personales en el nivel más alto es un movimiento inteligente, especialmente en un ambiente de tanta hostilidad.
Moon demostró además que sabe cómo ofrecer un espectáculo, y Kim reveló su habilidad para seguir el juego a las cámaras.
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Los dos líderes parecían casi viejos colegas, abrazándose, dándose la mano y sentándose en una pasarela en la zona desmilitarizada para una “charla” privada que duró casi media hora. En su primer saludo, Moon animó a Kim a cruzar la losa de concreto que marca la frontera entre los dos países, un momento altamente simbolito aunque muy coreografiado.
Kim se salió del guion al invitar a Moon a pasar con él al lado norcoreano, según funcionarios surcoreanos. La danza aparentemente improvisada pareció encapsular muy bien la realidad, algunos podrían decir que el absurdo, de la división de la península por el paralelo 38, una decisión que no fue tomada por los coreanos sino por el ejército estadounidense, que trataba de contrarrestar la expansión soviética tras la derrota de Japón en la Segunda Guerra Mundial.
La cumbre siguió a encuentros previos entre el padre de Kim, Kim Jong Il, y presidentes surcoreanos en 2007 y 2000. Cada uno de ellos arrojó una promesa similar para reducir las tensiones, sustituir el armisticio que cerró la Guerra de Corea (1950-1953) y expandir la relación transfronteriza.
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La diferencia el viernes estuvo en el compromiso de Kim y Moon de declarar oficialmente el final del conflicto este año.
Los líderes anunciaron además una serie de compromisos, como la apertura de una oficina de enlace en la ciudad norcoreana de Kaesong, próxima a la frontera y que acoge un complejo industrial ahora cerrado que durante años fue el mayor proyecto conjunto entre las naciones. Además, Moon visitará Pyongyang en otoño, en mayo se celebrarán conversaciones militares de alto nivel y se reanudarán las reuniones de familias separadas por la guerra.
Todas estas medidas son significativas.
Ponen de manifiesto un cambio real en la política de Seúl, que se aleja del enfoque conservador de su anterior presidenta, Park Geun-hye. Moon está claramente interesado en lograr una relación menos volátil con el Norte en varios frentes y parece reacio a suspenderlo todo hasta que Kim acceda a una desnuclearización rápida y completa.
El mandatario surcoreano pareció alejarse también de las cuestiones relacionadas con los derechos humanos, que han quedado prácticamente olvidadas a la sombra del programa nuclear de Pyongyang. Esto ha supuesto un revés para Tokio, que últimamente ha quedado al margen y esperaba que Moon abordase lo ocurrido con los japonenses secuestrados en el Norte en las décadas de 1970 y 1980.
Lo más importante es que este enfoque más suave, aunque ayuda a muchos surcoreanos a respirar más tranquilos tras la elevada tensión del año pasado, pone a Seúl y Washington en caminos enfrentados.
Trump dio la bienvenida a las conversaciones en Twitter, pero el mensaje de la Casa Blanca sigue siendo ambiguo. El presidente estadounidense sugirió que Pyongyang debe demostrar su compromiso con la desnuclearización para que Washington cambie su política de máxima presión.
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Moon, por su parte, firmó un compromiso con Kim para lograr la completa desnuclearización de la Península de Corea, una frase que de entrada suena bien pero que tiene poco significado práctico sin la inclusión de medidas específicas, plazos e incluso una definición de lo que significa exactamente la palabra “ desnuclearización ” .
Y en este asunto, lo importante está en los detalles.
Estados Unidos no tiene armas nucleares en la península coreana desde principios de la década de 1990. Pero Pyongyang suele interpretar la desnuclearización como la retirada de Corea del Sur del “paraguas nuclear” de Washington. Esto podría suponer que Estados Unidos debe asegurar de algún modo a Kim que su país está a salvo de un ataque nuclear, algo que es muy complicado de lograr.
Quizás todo se aclare en el encuentro entre Kim y Trump.
Pero por el momento, ninguno ha ofrecido una propuesta realista y detallada.