Costa Rica se prepara para el impacto de la tormenta tropical Bonnie, este 1.° de julio. Se espera que el ciclón toque tierra costarricense al cierre de la tarde de este viernes, por el Caribe Norte del país.
En el pasado reciente, tormentas tropicales han generado devastación en Costa Rica, con pérdidas humanas y materiales. Por ejemplo, en 2017, el país sufrió el embate de la tormenta Nate, la cual afectó a casi la totalidad del territorio costarricense, desplazó a casi 12.000 personas a 200 albergues, ocasionó la muerte de 14 personas y obligó al Estado a invertir un 1,3% del producto interno bruto (PIB), según estimó el Programa Estado de la Nación en 2018.
EF le explica en esta nota cómo se categorizan los fenómenos climáticos tropicales entre depresiones, tormentas y huracanes. Además, por qué una tormenta puede ocasionar más daño que un huracán, y cuánto pueden costarle estos y otros desastres naturales al Estado.
¿Qué son los ciclones tropicales?
Según los repositorios del Instituto Meteorológico Nacional (IMN), los ciclones tropicales corresponden a “grandes sistemas organizados de nubes y tormentas que giran alrededor de un sistema de baja presión”. Se suelen distinguir por su forma más o menos circular y por la dirección de los vientos, que rotan en sentido contrario a las manecillas del reloj en el Hemisferio Norte y de manera contraria en el Hemisferio Sur.
Huracán, tormenta o depresión: ¿cómo se distinguen?
Un ciclón puede catalogarse en distintas categorías, según la velocidad de sus vientos.
Estas categorías varían entre depresiones, tormentas tropicales y huracanes de categoría 1, 2, 3, 4 y 5, de la siguiente manera:
Los sistemas de baja presión y las ondas tropicales son zonas de inestabilidad del clima acompañados de nubes, lluvias, tormentas eléctricas y viento; las cuales se pueden configurar o no en forma de ciclones.
¿Cuáles son sus principales consecuencias?
Los ciclones tropicales suelen generar destrucción a través de deslizamientos e inundaciones. En cierto sentido, los huracanes suelen ser más destructivos; pero una tormenta tropical puede generar peores consecuencias cuando se confabula con otros factores.
Por ejemplo, Costa Rica experimentó peores consecuencias con el impacto de la tormenta Nate en 2017 que con el huracán Otto, que ocurrió un año antes.
La magnitud de las consecuencias de estos eventos puede variar dependiendo de su zona de mayor impacto y también de cuestiones como la saturación acumulada de agua en los suelos preexistente, el estado de las carreteras en las zonas impactadas y las condiciones momentáneas de su alcantarillado, entre otras cuestiones.
¿Cuánto le cuestan al país este tipo de desastres?
Es difícil establecer un costo específico para los desastres, pues ello siempre depende de la magnitud de los mismos. Sin embargo, la Contraloría General de la República (CGR) ha realizado diversas estimaciones de costos pasados y proyecciones.
En un informe titulado Presión sobre la Hacienda Pública en un contexto de variabilidad y cambio climático, publicado en 2017, la entidad señaló que los costos por reparación y reconstrucción de capital afectado por inundaciones, temporales y sequías variaron entre un 0,3% y 1,7% del PIB cada año, entre 1998 y 2010. Además, advirtió de que la tendencia de gasto viene en aumento y de que, en un escenario conservador, las proyecciones sugieren costos que se mantendrían entre un 0,68% y 1,05% del PIB al 2025.
Los datos coinciden con los costos que identificó el Programa Estado de la Nación en 2018 para eventos como el huracán Otto y la tormenta tropical Nate, que embistieron al país en 2016 y 2017. Según calculó la entidad, esos eventos le drenaron al país un 0,4% y un 1,3% de la producción de esos años, respectivamente, y hasta un 2,4% y un 6,7% de los ingresos tributarios del país.
Al gasto público en reparaciones, además, se debe sumar el impacto indirecto de este tipo de fenómenos cuando dificultan las labores productivas de la población, sobre todo en términos logísticos comerciales y la venta de servicios en sectores claves como el turismo.
¿Qué se espera de Bonnie?
La Comisión Nacional de Emergencias (CNE) mantiene alerta naranja en la mayor parte del territorio costarricense. La alerta, además, sube a color rojo (máximo posible de precaución) en los cantones de la zona norte del país, desde el Caribe hasta Guanacaste.
La entidad incluso ya desplegó maniobras de evacuación y desplazamiento de unas 1.000 personas, habitantes de las cercanías del río San Juan, hacia albergues y casas de familiares.
Aunado a la alerta de la CNE, el Centro Nacional de Huracanes de los Estados Unidos ya advirtió este mismo viernes sobre el riesgo de intensas lluvias, inundaciones repentinas y deslizamientos en Costa Rica y Nicaragua.
El IMN, por su parte, señala que se proyecta que en un lapso de 18 horas llueva todos los acumulados de agua que se esperaban para el resto del mes.
Si bien las alertas máximas de la CNE se centran en la zona de impacto directo en el Norte costarricense, el Instituto Meteorológico ha registrado la tendencia histórica de que este tipo de eventos se manifiesten también con fuerza en el Pacífico del país, “debido a la circulación de los vientos y del movimiento de la Zona de Convergencia Intertropical hacia el país”.
El presidente Rodrigo Chaves afirmó el jueves 30 de junio que “todas las entidades están preparadas” para prevenir y atender los estragos de la tormenta, pero llamó a la población a actuar con responsabilidad. “Les pedimos a las comunidades que se podrían ver afectadas, o con altas probabilidades, tomar las medidas correspondientes y atender el llamado de las autoridades y no exponerse”, subrayó.