Siete meses pasaron desde que el Gobierno suspendió las clases presenciales en los centros educativos del país, el pasado 17 de marzo. La pandemia no dio tregua y el paradigma cambió por completo, en pocas semanas docentes, estudiantes y padres de familia se vieron inmersos en una espiral de ajustes hacia un incierto y desconocido modelo virtual.
Las escuelas y colegios privados corrieron para modificar sus plataformas digitales, el Ministerio de Educación Pública (MEP) apostó por Microsoft Teams; en esa vorágine, los educadores tuvieron que ser muy creativos y apurar la capacitación para no detener las clases, en medio, los alumnos y sus familias, quienes no comprendían bien cómo sucedería todo, trataron de asimilarlo y ponerlo en marcha.
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Los panoramas son muy distintos entre quienes tienen a sus menores en la educación pública y aquellos que pagan por una formación privada. Lo cierto es que un 58% de las familias del país, sin importar su condición, se sienten algo o poco preparadas para apoyar a sus hijos e hijas en el proceso de aprendizaje y las tareas en casa.
El dato se desprende de un sondeo realizado, entre el 1.° de mayo y el 18 de junio, por el Centro de Investigación y Estudios Políticos (CIEP) y por el Programa Estado de la Nación (PEN). Se aplicó un cuestionario de 32 preguntas que fue respondido por 2.546 hogares, de los cuales, 1.609 (el 62,7%) tienen estudiantes de preescolar, primaria o secundaria.
Aunque la medición no es una muestra representativa para todo el país, sí ofrece un panorama certero sobre cómo lidian las familias con esta “nueva realidad” educativa.
Familias golpeadas
Dagoberto Murillo, investigador encargado del sondeo, explicó que existen algunas razones de probabilidad que incrementan o disminuyen la capacidad de las familias para apoyar a sus hijos con la educación virtual y sus tareas asociadas.
En los hogares donde los padres o encargados cuentan con educación secundaria o universitaria, la probabilidad de sentirse más preparados aumenta. Por su parte, en los núcleos en donde una persona asiste a un centro educativo público, ese sentimiento de preparación disminuye.
Un ejemplo claro se refleja en que la probabilidad de que una familia se sienta más preparada para dar soporte en este proceso es 2,4 veces más alta en un hogar con secundaria o universidad, frente a uno donde el encargado no tiene colegio completo o reporta menor nivel académico.
Pero también hay otros factores como el deterioro de las condiciones económicas que se refleja en la caída de los ingresos por despidos, reducciones de jornada o suspensiones de contratos. Esto plantea una barrera para los padres de familia quienes deben enfocar sus prioridades hacia la búsqueda de dinero para subsistir y dejan la ayuda del aprendizaje en un segundo o tercer plano.
Aunque las mediciones oficiales de desempleo (23,2%) y pobreza (26,2%) ya vienen alertando sobre fuertes aumentos en estos indicadores por el impacto de la pandemia; este sondeo ofrece un escenario no representativo poco alentador.
El 51% de los hogares que respondieron el sondeo afirma que nos les alcanza el dinero que perciben para vivir y tienen dificultades para enfrentar sus gastos regulares. Mientras que el 52% asegura que su situación económica empeoró con respecto a un año atrás.
Ayudar y teletrabajar
Melissa Pacheco, madre de Jimena, una menor de nueve años que cursa sus estudios en el sistema privado, relata que el ajuste hacia un modelo virtual no ha sido fácil.
Durante el primer mes y medio de confinamiento las escuelas y colegios trataron de definir una estrategia para continuar con el proceso de enseñanza mediante materiales que se enviaban por WhatsApp, correo electrónico y otros medios digitales.
Luego vinieron las clases sincrónicas a través de plataformas de videoreunión. Esto les permitió a los niños interactuar −al menos virtualmente− y recibir explicaciones de los docentes.
“Definitivamente es un reto, uno trata de ayudarles durante el día, porque también estoy en teletrabajo, pero muchas veces no se tiene todo el conocimiento de la materia que están viendo o no se cuenta con el tiempo suficiente que demandan las asignaciones que dejan en la escuela”, señaló Pacheco.
Ella misma se califica con un seis o siete (en una escala de uno a diez) sobre cuán preparada se siente para ayudar a su hija en la nueva ruta de formación frente a la pandemia.
“Los niños necesitan interactuar en persona, jugar, correr y tener contacto con otros menores, es parte de su formación. Uno lee en los libros de trabajo donde las dinámicas sugieren que hagan grupos para desarrollar un ejercicio. Sin duda trato de dar el mejor esfuerzo, pero no siempre se logra”, concluyó.
El reto de la conexión
A poco menos de dos kilómetros de distancia de la casa de Melissa y Jimena, también en Tibás, reside Gliny Jarquín con sus tres hijos de nueve, diez y 15 años, quienes cursan sus estudios en el sistema de educación pública.
Esta madre de familia trabaja por medio de plataformas de delivery como Uber Eats y Glovo con una bicimoto. Al inicio del confinamiento sólo contaba con su propio teléfono celular −con conexión a internet− para que sus tres hijos se alternaran en las clases virtuales, si se las programaban a la misma hora, debía decidir cuál menor podía llevar la lección.
“Fue muy complicado porque solo tenía un celular con internet, que es el mismo que yo uso para trabajar en entregas de comida, entonces los cuatro dependíamos de ese teléfono. Eso hacía imposible que todos pudieran llevar las clases”, indicó Jarquín.
El menor de 15 años, quien cursa secundaria, valoró la posibilidad de abandonar los estudios para buscar trabajo y apoyar a su madre económicamente. Sin embargo, una serie de ayudas de diversas personas y empresas privadas permitió a esta familia tibaseña cambiar su situación.
Los tres menores recibieron, en abril, tres tablets (una para cada uno) con conexión a internet, estos dispositivos les permitieron continuar con clases virtuales, enviar las guías de trabajo autónomo que les entregan sus maestros y mantenerse en el sistema educativo.
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Jarquín explica que ella está pendiente de que sus hijos cumplan con los trabajos de la escuela y el colegio, aunque no siempre tiene el conocimiento necesario para ayudarles a resolver las tareas. Además, debe salir a trabajar durante largas jornadas, por lo que no siempre está presente en el pequeño departamento donde residen.
A mediados de abril esta familia pudo trasladarse de un deteriorado recinto que estaba en malas condiciones, a una mejor estancia donde los niños ahora pueden tener su cama propia y condiciones más favorables para vivir y estudiar.
Este cambio, recuerda Jarquín, fue una motivación adicional para que sus hijos continuaran en el sistema educativo ante un año atípico, donde sus ingresos familiares se redujeron de la misma forma que las opciones de empleo a las que antes tenía acceso esta madre de familia.