Costa Rica inicia formalmente una nueva campaña electoral a partir de este 6 de octubre de 2021, a solo cuatro meses de la primera ronda de elecciones para determinar a la persona que ocupará la Presidencia de la República durante su décimo noveno cuatrienio desde 1953.
El proceso apunta a ser atípico por diversos factores.
Entre ellos, por casi una treintena de propuestas políticas que buscará la Presidencia de la República en un ambiente que marcará la pandemia de la COVID-19.
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Si se confirman las candidaturas ya anunciadas por los partidos políticos, y si estos logran inscribirlas correctamente en el Tribunal Supremo de Elecciones (TSE) antes del próximo 22 de octubre, serán 27 las propuestas políticas que busquen llegar a la Casa Presidencial.
La dispersión evidencia un agravamiento de la crisis de los partidos políticos tradicionales, que cada vez parecen alejarse más de encontrar una fórmula para convencer a las viejas mayorías. También es reflejo de la crisis de representatividad que especialistas en ciencias políticas vienen advirtiendo desde inicios de siglo, y que personaliza cada vez más el ambiente político, en detrimento de las ideas.
A esto se suma la pandemia del coronavirus, un jugador que seguramente condicionará temas de campaña y la relación entre los partidos políticos, los candidatos y los electores, la cual ya venía siendo lejana.
La fórmula abre espacio para la incertidumbre.
27 candidaturas
La papeleta para las elecciones presidenciales de 2022 tendrán impresas 27 candidaturas si se confirman los anuncios hechos hasta ahora por los partidos; es decir, se duplicaría la cantidad que se presentó en 2018, cuando se inscribieron 13 personas.
De las 27 candidaturas, además, más de la mitad también buscarían un escaño en el Congreso.
Este escenario es inédito.
Nunca antes tantos partidos participaron en un proceso de elecciones presidenciales y, de la misma manera, nunca antes tantas candidaturas se presentaron con doble postulación. Así lo advirtió desde inicios de septiembre el último Estudio de Opinión Sociopolítica del Centro de Investigación y Estudios Políticos (CIEP), de la Universidad de Costa Rica (UCR).
Según detalló el centro, las elecciones apuntan a dar continuidad a las tendencias electorales que se mantienen desde inicios del siglo XXI en Costa Rica: alta fragmentación partidaria, débil simpatía y cercanía con los partidos políticos, apatía del electorado y volatilidad e incertidumbre en las preferencias electorales.
Muchos candidatos, pocas diferencias
A pesar de la alta dispersión de candidaturas, las diferencias ideológicas son pocas entre las agrupaciones. De hecho, podría decirse que se dividen en pequeños subgrupos que apelan a mismos sectores de la población.
El politólogo de la UCR, Jesús Guzmán, explicó a EF que por un lado se distinguen los partidos con una tendencia más liberal en términos del mercado, que en su mayoría surgieron de viejos liderazgos del Partido Unidad Social Cristiana (PUSC). Por otro, aquellas agrupaciones con una mayor visión de Estado social como el Partido Acción Ciudadana (PAC), el Partido Liberación Nacional (PLN) y, más hacia la izquierda ideológica, el Frente Amplio (FA).
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Otro grupo que se repetirá en estos comicios es el de los partidos de fundamentación religiosa. Aún se desconoce cuál será su potencial para estas elecciones, sin la discusión del matrimonio igualitario sobre la mesa (factor que marcó el proceso de 2018). Este grupo parece más dividido de cara al proceso de 2022, con la fragmentación del Partido Restauración Nacional (PRN) y el nacimiento de Nueva República, encabezado por el excandidato restauracionista Fabricio Alvarado.
Además de estos tres segmentos, hay una serie de agrupaciones sobre la que no existen mayores referencias y cuyas cartas fundacionales representan poco en términos fundamentales. Según Guzmán, son partidos nuevos que únicamente parecen funcionar como “vehículos electorales” para personas que aspiran al poder, con una agenda más individual que colectiva.
Esa individualización se evidencia en las dobles postulaciones para la Presidencia y para el Congreso por parte de algunos candidatos presidenciales. “Son candidaturas que buscan un apalancamiento a través de la posibilidad de estar presentes en debates y tener un alcance nacional en busca de asegurarse un curul para llevar su agenda personalísima”, explicó Guzmán.
Este fenómeno ya se evidenció en las elecciones pasadas en el caso del Partido Integración Nacional (PIN). Este se refugió en la figura del abogado Juan Diego Castro, como candidato a la Presidencia, y su posterior separación de la agrupación provocó que el diputado más afín a sus ideas (Erick Rodríguez Steller) se separara incluso antes de asumir su curul en Cuesta de Moras.
La aparición de una mayor cantidad de candidaturas no es exclusiva de Costa Rica, según politólogo de la UCR, Ronald Alfaro. Él puso como ejemplo el caso estadounidense, en donde las candidaturas han sido muy variadas en los últimos procesos, pero sobre todo a nivel interno en los partidos Republicano y Demócrata.
Sin embargo, hay fenómenos locales que explican que ahora abunden más partidos a nivel nacional, como la flexibilización de requisitos para inscribir partidos.
Esto representa una ventaja para una mayor pluralidad de ideas representadas, pero también implica la proliferación de propuestas políticas que nacen sin el menor apego ciudadano. Para restringir este tipo de cuestiones, en otras países se utilizan mínimos de votación requeridos para mantener la inscripción, comentó Alfaro.
Alta incertidumbre
La gran cantidad de opciones aumenta la incertidumbre de cara al proceso electoral. Sin embargo, esta no es nueva. La volatilidad ha marcado los últimos procesos electorales, ante una población desligada de los partidos políticos.
Un reciente estudio que publicó el CIEP-UCR determinó que Costa Rica enfrenta hoy el escenario de menor simpatía partidaria de los últimos 28 años (tiempo del que se tienen mediciones), pues solo un 13% de la población afirma tener algún ligamen con agrupaciones políticas.
Alfaro explicó que el debilitamiento de los partidos tradicionales y el surgimiento de nuevas opciones han hecho que en este siglo la competencia electoral se vuelva poco predecible.
“Antes era más sencillo analizar qué pasaría porque los pocos partidos que había partían de un piso alto de respaldo y ocupaban un poco más de votos para ganar la elección”, comentó. “En este siglo es todo lo contrario, prácticamente no hay nada que se pueda descartar en este momento”, agregó.
Este escenario deja el espacio abierto para que factores contextuales condicionen la partida. La volatilidad deja abierta la puerta para que cuestionen momentáneas permitan a uno o varios candidatos capitalizar efectos que puedan darles acceso a mayores respaldo.
Otro punto de peso lo jugarán las redes sociales y la tecnología digital. Habrá que sopesar el impacto que pueda tener la desinformación en esta contienda. Un estudio del CIEP en julio de 2019 determinó que hasta uno de cada cinco costarricenses admitía haber compartido noticias falsas en sus perfiles.
Además está el “factor pandemia”. Este modificará las relaciones entre candidatos y electores, aunque ya estas ha venido siendo frías en términos de contacto directo. El distanciamiento podría tener un efecto sobre la movilización a las votaciones en febrero, junto con el desaliento electoral, pero aún queda mucho tiempo y se deben esperar las condiciones reales una vez que llegue la fecha de los comicios.
La encuesta para el último Estudio de Opinión Sociopolítica del CIEP determinó que, hasta el 1 de septiembre, solo el 51% de los electores se decía totalmente decidido para votar en 2022.
La mesa está servida para un proceso que apunta a ser igual de convulso que los últimos dos, con expectativas de un voto repartido y de un balotaje, entre las dos tendencias que resulten menos pequeñas, aparentemente inevitable.