Los talibanes fueron expulsados del poder hace 20 años por permitir que Al Qaida organizara los atentados del 11 de septiembre. Pero ahora, los nuevos amos de Kabul deberían adoptar una mayor prudencia, aunque sus vínculos con la potencia yihadista podrían seguir siendo fuertes.
Cuando negociaron con los estadounidenses, los nuevos hombres fuertes de Afganistán prometieron que no protegerían a los combatientes de Al Qaida, fundada por Osama Bin Laden y responsable del peor atentado jamás cometido contra una potencia occidental.
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Pero esta promesa no convence a nadie.
"Los talibanes nunca fueron sinceros sobre la ruptura de sus relaciones con Al Qaida y nunca debimos haberles creído", estimó Michael Rubin, exfuncionario del Pentágono e investigador del grupo de reflexión conservador American Enterprise Institute (AEI).
"No estamos hablando de dos grupos militares que cortan sus relaciones, sino de hermanos o primos", dijo.
"La presencia de Estados Unidos y de la OTAN impidieron que Al Qaida usara Afganistán como un santuario. No podían operar libremente. Ahora, todas las apuestas están abiertas", añadió, en una entrevista con la AFP.
Las relaciones entre estas dos ramas del islamismo ultrarradical son muy íntimas en varios aspectos. Los padres de Sirajudin Haqani y del mulá Yaqubi, ambos altos dirigentes talibanes, estaban vinculados a Bin Laden. El líder talibán, Haibatulá Akhundzada, fue elogiado como "emir de los fieles" por el líder de Al Qaida, Ayman al Zawahiri, cuando fue nombrado en 2016.
Edmund Fitton-Brown, coordinador del equipo de la ONU encargado de supervisar al grupo Estado Islámico, a Al Qaida y a los talibanes dijo en febrero en una entrevista con el canal NBC que creía que la dirección de Al Qaida seguía "bajo la protección" de los talibanes.
No obstante, la naturaleza precisa de sus vínculos está por definirse. Los talibanes no pueden permitirse cometer el mismo error que hace 20 años, a riesgo de exponerse a violentas represalias occidentales, o incluso de aislarse de China o Rusia, que se espera reconocerán rápidamente al nuevo régimen.
La organización fundada por Bin Laden también ha cambiado profundamente en las últimas dos décadas. Con un funcionamiento decentralizado, se ha extendido a varios países del mundo, desde el continente africano al sureste de Asia, pasando por Medio Oriente.
Y aunque su órgano central se ha debilitado, ha ganado en agilidad y resistencia.
Por lo tanto, su presencia en Afganistán será más clandestina, menos oficial, presagió Aymenn Jawad Al-Tamimi, investigador del programa sobre extremismo de la universidad George Washington. "No creo que los talibanes les permitan abrir campos de entrenamiento que puedan ser detectados desde el exterior y bombardeados", afirmó.
Los nuevos amos de Kabul podrían querer adoptar una política similar de la que se acusa a Teherán, es decir "mantener a los líderes de Al Qaida bajo arresto domiciliario, mientras se les da margen para comunicarse con sus afiliados en el extranjero".
Como mínimo, la rapidez con la que arrasaron con el anterior gobierno es un testimonio de su fuerza frente al antiguo régimen afgano, pero también de las insuficiencias de la lectura occidental de los acontecimientos.
"Fíjese en lo que la CIA pasó por alto: los talibanes comenzaron a negociar con los líderes locales para conseguir su deserción y (...) se desplegaron por todo el país para preparar los asaltos en cada capital de provincia", dijo Michael Rubin.
Una nueva situación se impondrá en todo el país. La organización autora de los atentados del 11-S puede soñar ahora con reconstituirse.
“Lo que está ocurriendo en Afganistán es una clara y rotunda victoria de Al Qaida”, afirmó Colin Clarke, director de investigación del Centro Soufan, con sede en Nueva York. “Es un evento que podría utilizar para atraer nuevos reclutas y crear un impulso que no ha conocido desde la muerte de Bin Laden” en 2011.