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Con el permiso del escritor del Génesis y del estadounidense Mark Twain (1835-1910), autor de Diarios de Adán y Eva, y del portugués Eca de Queirós (1845-1900), padre literario de Adán y Eva en el paraíso, ensayo aquí una nueva versión de la vida de la primera pareja en el Edén.
Resulta que como Dios le encargó a aquellos tórtolos la tarea de dominar en todo el planeta, sobre los peces, la aves y sobre absolutamente todos los animales que se arrastraban sobre la tierra, además de cuidar las plantas que daban semillas y frutos, y —como si fuera poco— reproducirse, multiplicarse y llenar el mundo de habitantes, a Adán y Eva no les quedó más opción que hacer uso del sistema de transporte público que operaba en aquel jardín de las delicias.
Como suele suceder con las novedades, al principio todo funcionó bien, de maravilla, sin quejas; ¡excelente servicio al cliente!
Sin embargo, la atención se fue deteriorando poco a poco. Claro, aquellos transportistas se durmieron en los laureles debido a que representaban la única opción de movilización en aquel planeta abundante en cocodrilos, tiburones, pumas, dantas, águilas, quetzales, tucanes, ceibas, guanacastes, cedros, marañones, guayabas, caimitos, cocos, mangos, naranjas, culantro, apio, romero, canela, yuca, papa, ayote, camote...
Fue así como llegó el momento en que muchos de ellos —no todos porque siempre hay excepciones— alteraban los dispositivos de cobro, escogían las rutas más largas o congestionadas, despreciaban los recorridos cortos, descuidaban las unidades y la presentación personal, a veces dejaban plantados a los usuarios, le faltaban el respeto a los pasajeros, quienes tenían que soportar no solo los malos tratos, sino el estridente volumen de los equipos de sonido y cometían irregularidades con las concesiones.
Se sabe que en más de una ocasión a Eva le robaron las compras de la cadena de supermercados Caín & Abel Ltda., pues el chofer arrancaba a toda prisa en cuanto la esposa de Adán bajaba del vehículo con la intención de descargar las bolsas de la cajuela.
Adán, por su parte, nunca más volvió a ver la mochila marca Serpiente que dejó olvidada en uno de aquellos carros y que reportó oportunamte.
Una lástima que incluso los choferes honestos, decentes, respetuosos y serviciales se vieran perjudicados por culpa de los patanes y matones.
Claro, afortunadamente llegó el día en que Adán y Eva descubrieron lo que algunos llamaron el fruto prohibido: el sistema de transporte que ambos soñaban, necesitaban y merecían debido a la alta calidad del servicio y, sobre todo, la posibilidad de reportar a los buenos y malos conductores.
"¡Hay que expulsarlos del Edén!", exigieron quienes vieron a la pareja disfrutando y saboreando las mieles de un buen servicio. A partir de ahí se perdió la paz en el huerto, el cual se dividió entre quienes apoyaban el "fruto prohibido" —lo masticaban y engullían con todo gusto— y quienes se oponían a él.
Por fortuna para los "pecadores" que cedían a la tentación día tras día y noche tras noche, los enemigos del "fruto prohibido" equivocaron la lucha.
Al parecer, la controversia continúa pese a que Adán y Eva ya no viven en el paraíso. Esperamos que este Génesis no concluya en Apocalipsis...