En el frío del invierno, Beautine Wester-Okiya camina entre cajas de ropa de bebé donada para los habitantes de Hackney, barrio del este de Londres donde el alza de los precios está causando una pobreza extrema difícil de imaginar en un país occidental desarrollado.
"Nunca había visto algo así en mi vida aquí en el Reino Unido", afirma Wester-Okiya, que llegó hace 40 años procedente de Malasia.
La situación de penuria que viven algunos habitantes de este barrio popular de la rica capital británica se repite unos 140 km más al norte, en Coventry, ciudad del centro de Inglaterra.
En un enorme almacén, los empleados de la oenegé Feed the Hungry empaquetan alimentos de emergencia no sólo para niños de Nicaragua, Ucrania y África, sino también para familias que viven a pocos kilómetros de distancia.
El Reino Unido sufre su mayor subida de precios -desde el combustible y la calefacción hasta los alimentos y la vivienda- en décadas.
La crisis incrementó la presión sobre los 2.500 bancos de alimentos del país, muy frecuentados por los británicos más desfavorecidos, para que ofrezcan otros servicios, como ropa de bebé o asistencia para solicitar prestaciones sociales.
"Tenemos madres suicidas (...) tenemos niños que acaban de superar la pandemia para encontrarse con esta terrible crisis del coste de la vida", afirma Wester-Okiya.
"Madres rotas, hogares rotos, familias rotas. Las madres están deprimidas, los niños lloran todo el tiempo", explica.
Desde hace dos años y medio, el Hackney Children and Baby Bank coordina la ayuda.
Ha hecho frente a situaciones como la de los migrantes llegados sin nada y los refugiados ucranianos sin hogar.
Pero ahora muchos de quienes requieren su ayuda son británicos que nunca antes habían sufrido tantas estrecheces económicas.
"Ya no hablamos solo de inmigrantes, hablamos de gente de clase media que tiene que vender su casa, gente como profesores", dice Wester-Okiya.
Ante una crisis que se agrava, el banco de bebés amplió su acción para ayudar a niños más mayores.
La demanda de artículos de aseo es especialmente alta.
"Una adolescente de 14 años escribió un poema terrible sobre el acoso que sufre porque no puede lavarse", explica. La niña describió cómo su madre cortaba una pastilla de jabón en cuatro y daba un trocito a cada miembro de la familia.
En Coventry, ciudad que antaño albergó una próspera industria automovilística, la carestía empujó a Hannah Simpson, soltera con cuatro hijos, a visitar por primera vez un banco de alimentos.
Esta madre de 29 años, cuyo hijo menor tiene un año, se salta sus comidas para que los pequeños puedan comer.
Pero esto le pasa factura y la deja "agotada".
"Intento ocultarles mis dificultades (...) pero mi hija dijo el otro día en el colegio 'estoy preocupada porque mamá no está cenando con nosotros y no hay suficiente comida para todos'", explica.
"Es mucho estrés, tengo cuatro hijos a los que atender y preocuparme de dónde voy a conseguir la próxima comida", agrega.
Buscando ayudar a la gente a sobrellevar la situación a largo plazo, Feed the Hungry, que gestiona los 14 bancos de alimentos de la ciudad, está desarrollando un proyecto para enseñarles a cocinar aprovechando al máximo lo que tienen.
Otro proyecto ofrece la posibilidad de comprar por 5 libras (6 dólares) alimentos valorados en 25 (31 dólares), ofreciendo a las personas algo de "dignidad" además de ayudarles a gestionar la solicitud de ayudas sociales.
"Funciona. El único problema es que la demanda supera con creces lo que podemos ofrecer", afirma Hugh McNeill, director del proyecto Pathfinder.
Las personas que llegan a sus locales "no tienen ninguna resiliencia financiera, ya pidieron créditos y lo vendieron todo", explica.
"Pueden recorrer todo el país y la situación es exactamente igual en todas las ciudades y pueblos", asegura.
También Wester-Okiya ve lejos el sueño de construir resiliencia.
"Mi teléfono no para nunca", dice, agitando un smartphone que zumba constantemente con peticiones de ayuda.
"El año pasado fue terrible, pero temo por los próximos tres meses", afirma.
har/acc/mas/zm