Creo que a estas alturas, tod@s tenemos muy claro los efectos devastadores de este virus en la humanidad, al día de hoy (22/03/2020) son 13.767 muertes y 323.659 casos confirmados, desde que empezó a saberse de él, alrededor de la primera quincena de diciembre del 2019.
La gran pregunta que está en boca de todos es, ¿qué vamos a hacer? Y como no sabemos cuánto va a demorar, no es fácil señalar el set de políticas que deben implementarse. Si esto dura poco (tres meses o menos), es posible desarrollar medidas “contracíclicas” desde el Estado y las empresas que puedan paliar los efectos. Pero si no se logra una vacuna relativamente pronto y l@s ciudadan@s no respetan las disposiciones de las autoridades de salud, y por tanto, aumentan los casos positivos, la temporalidad y dimensiones de la pandemia son impredecibles. Solo en Italia hay más de 4.825 fallecidos, y en España 1.756 hasta hoy, naciones donde las medidas han sido más paulatinas.
No sabemos cuánto va a durar esto. Sobre ello, la Canciller alemana Ángela Merkel señala que con las medidas estamos comprando tiempo, y tiene razón. Tiempo para ver si podemos lograr una vacuna, y a la vez, mejorar la capacidad de atención de los sistemas de salud, y así lograr que tenga mayor cobertura ante algo que ninguno de nuestra generación conoce ni sabe cómo afrontar. Ese es el primer gran problema: tiempo.
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Es una crisis del sector real, y por lo tanto, si la gente no va a producir, las cosas no se producen. Y eso tiene impacto tanto en el mercado interno, como en la posibilidad de importar. Por eso son muy importantes dos cosas: (1) que la industria y el comercio no se detengan –o sea lo menos posible–, por lo que es indispensable que la mayor cantidad de gente se mantenga en sus hogares, y así evitar los contagios; (2) que la capacidad productiva del campo se conserve, y eso, afortunadamente está pasando. También porque el virus está alojado en las grandes ciudades. Y por eso es tan importante que la gente no se mueva a otras regiones. Ese es el segundo gran problema: respetar el aislamiento social.
Lo cierto es que la gente debe quedarse en su casa, y en eso no hay ni habrá cambios en el corto plazo. Pero igual, estas personas tienen que seguir consumiendo. Al mismo tiempo, muchas empresas han tenido que parar, otras cerrar, y muchas de ellas son micro y pymes. Lo mismo pasa con los trabajadores independientes que se quedan sin sustento, porque su actividad es del “día a día”. Este es el problema más grande y en el que es necesario poner atención de inmediato (independiente de las medidas sanitarias ya implementadas, y quizás por implementar). Para ellos las medidas paliativas son las de congelar –al menos por dos meses– pagos de luz, agua, teléfono, Internet, y fragmentarlos para pagarlos desde el tercer mes en tres o más cuotas. Lo mismo con las deudas de tarjetas o créditos (y no cobrar intereses). Incluso con los alquileres. Todas ellas son medidas de muy corto plazo que permitirán que los ingresos que se puedan generar sirvan para sostener consumo, y por tanto, la actividad económica. El tercer gran problema: mantener el consumo.
Sobre las opciones; los únicos que tienen oxígeno para tratar de solventar la situación son El Estado y las grandes empresas. Es posible usar ese oxígeno para evitar el colapso, pero no sin costos. El Estado puede congelar pagos de servicios públicos e incluso de la banca estatal, como se ha señalado anteriormente. Y una buena medida sería que la banca privada lo haga. También que las empresas envíen a su personal no esencial (o a todos) a sus casas y asuman heroicamente un par de meses de salarios (reducidos, con teletrabajo, etc.). Al Estado le va a costar un mayor endeudamiento y seguramente más déficits, mientras que al sector privado se le reducirán (probablemente desaparecerán) las ganancias esperadas.
Pero si la tendencia de la pandemia no cede en un plazo relativamente corto, la destrucción de empleos y de empresas crecerá a dimensiones insospechadas. Esta es una crisis de salud (como la peste negra del siglo XIV, la viruela en el siglo XVI en América, o la gripe española en el siglo XX), con impacto en la economía porque la gente no puede ir a trabajar. Lamentablemente, el teletrabajo (o trabajo remoto) es una posibilidad para una minoría (si acaso el 20% de la fuerza laboral, en países donde el desarrollo de las tecnologías de información y comunicación es alto). Por ello, serán las políticas públicas las que marquen el rumbo de la salida a la pandemia.
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Finalmente, pero no menos importante, también nosotros como ciudadanos jugamos un rol clave para salir de esta situación. Y para ello, la responsabilidad y la solidaridad son esenciales. En primer lugar, cumplir escrupulosamente con los protocolos señalados por las autoridades de salud. Y eso va desde la forma adecuada de estornudar o toser, hasta el no salir de sus casas a menos que sea de gran necesidad (como compras de alimentos o farmacia). Pero también supone no comprar de más. En Dinamarca, algunos supermercados frenan la especulación poniendo precios bajos por unidad, pero altos si compra más de una unidad (por ejemplo, alcohol en gel a ¢2.000 colones si lleva uno, pero a ¢10.000 colones cada uno si lleva dos). Por lo anterior, creo que es necesario cerrar con este comentario de Ángela Merkel en su mensaje a la Nación Alemana del 18 de marzo pasado.
“Todos pueden confiar en que el abastecimiento de víveres está garantizado en todo momento; y si los escaparates se vacían un día, se vuelven a llenar. A todos los que van al supermercado quiero decirles: tener reservas es sensato, y siempre lo ha sido. Pero con mesura. Acaparar, como si nunca fuera a haber algo nuevamente, no tiene sentido y por último no es solidario”.