Dice la Historia que nació en 1420, en España, y murió en 1498, en ese mismo país. Sin embargo, el espíritu de Tomás de Torquemada, el mayor inquisidor que ha conocido la Humanidad, sigue vivo. Sí y goza de excelente salud.
En efecto, me refiero al monje dominico que fue nombrado el primer inquisidor general de Castilla en 1483, por el papa Sixto IV, puesto desde el cual reorganizó la Inquisición fundada en 1478. Luego el papa Inocencio VIII lo nombró gran inquisidor para toda España.
Así, durante 11 años se deleitó investigando, señalando, hostigando, aterrorizando, acusando, torturando y condenando a la hoguera a todo aquel al que considerara hereje, brujo, bígamo o usurero. Se dedicó a limpiar España de "falsos conversos".
Hay que agregar a su tenebroso currículo el hecho de que respaldó, en 1492, la expulsión de los judíos y los moriscos de España.
Sus excesos le pasaron la factura: posteriores papas le demandaron moderación; finalmente fue relevado del cargo. Pero ni con esta medida papal ni con la muerte del oscuro personaje desapareció el espíritu inquisidor en este mundo.
Día a día somos testigos de las obras y ecos de jueces de la moral, fiscales de la ética, policías de la pureza, árbitros de la honestidad, fariseos de la transparencia, superintendentes de lo políticamente correcto, capataces de la verdad, supervisores de la entereza.
Me parece escucharlos decir (armados de leña, gasolina y fósforos): "Salí a quemar".