Si se trata de creer en la existencia de un ser divino que nos coarta la creatividad, la imaginación, la inventiva, el ingenio, la fantasía, la ilusión, la locura, los sueños, la irreverencia, la osadía, el juego, las travesuras, la provocación, el derecho a equivocarnos, la libertad, la ironía, el sarcasmo, la espontaneidad...
Si se trata de creer en un ser superior que nos quiere a todos pensando igual, viviendo igual, actuando igual, viendo la vida igual, con los mismos gustos, valores, principios y creencias, uniformados, actuando como robots, títeres y marionetas, sumisos y dóciles ante todo tipo de autoridad, castrados, mansos y humildes ante todo lo que se nos dice y enseña, domesticados, blandengues, agachados...
Si se trata de creer en un Creador al que se llega solo por medio de alguna religión oficial, el monopolio de la fe, una determinada escalera teológica, la voz autorizada e infalible de algunos iluminados, la tramitomanía eclesiástica, algún andamiaje de rituales y ortodoxias, la Carta Magna en asuntos espirituales, la última palabra, antología de legalismos y tradiciones...
... entonces, me declaro ateo. No me interesa creer en un dios así.