Es como observar a un perro negro caminando en la playa.
No en cualquier punto, sino en el más cercano a donde revientan las olas. Sí, esa franja húmeda que se torna espejo, donde navegan los reflejos.
No sobre la arena seca donde crecen los almendros, se broncean las pieles, toman el sol las iguanas y los cangrejos construyen sus guaridas.
Uno no termina de decidirse en cuál de las dos versiones del perro anclar la mirada.
A ratos los ojos se concentran en el que creemos es el perro. A ratos, en la figura distorsionada que camina al mismo ritmo que el animal que parece real.
Sí, porque, ¿cuál es el perro verdadero? ¿El que vemos completo o el que se fragmenta?¿Cómo estar seguros de que lo que consideramos real y de lo que calificamos de destello son eso con toda certeza?
¿No será nuestra “realidad” una copia aparentemente fidedigna, supuestamente nítida, de una realidad que nos negamos a aceptar porque no es la que esperamos, queremos, nos hace sentir cómodos, se ajusta a nuestras formaciones, creencias, convicciones, valores, prejuicios, temores, necesidad de controlar el entorno?
¿Qué tal si todo aquello que conservamos en el archivo de lo “auténtico” no es más que una versión abstracta de lo existente y material, y por lo tanto debería ser trasladado a otra gaveta?
Compliquemos aún más este asunto: ¿Y si le sumamos una sombra al perro negro? Puede que la esté proyectando, pero no la apreciamos porque estamos ubicados —quizá sea más preciso decir aferrados— en un sitio desde el cual resulta imposible mirarla.
A lo mejor si renunciamos al confort de la silla de playa o la hamaca entre palmeras donde descansan nuestras ideas y perspectivas, nos levantamos y tenemos la suficiente voluntad y flexibilidad para movernos un poco, podemos ver la sombra. El tercer perro.
¿O es uno solo, una especie de rompecabezas que se arma con muy diversas piezas?
Quizá por eso alguien dice “hay un perro en la playa”; otro, “hay un reflejo de un perro en la playa”, y un tercero que afirma “hay una sombra de perro en la playa”.
No faltará quien asegure que perro, reflejo y sombra son lo mismo, y se sienta privilegiado por poseer una visión completa; algo así como ser el dueño de la verdad.
"El mar es el perro"
Sin embargo, sus treinta segundos de fama serán picoteados y engullidos por la gaviota de la controversia en cuanto se escuche otra voz que asevera que no existen el perro, el reflejo ni la sombra, sino que todo es producto de la imaginación, de las ganas de ver el mundo tal y como lo soñamos o deseamos. Castillos de arena que se disfrazan de fortalezas, pero basta una ola para que desaparezcan.
”¡Pero sí lo acabo de ver. Estaba allí, justo al lado de ese tronco, con cuatro torreones firmes, sólidos!”, exclamará algún turista que se quedó con las ganas de tomarle una foto.
“El mar es el perro. Oigan cómo ladran las olas, vean como mueve la cola de espuma. ¿Lo ven? Está sacando la lengua; larga y brillante. Y se rasca las pulgas con las panzas de los botes y las lanchas”, interviene un niño y los adultos ríen para disimular el corto circuito que chisporrotea en sus mentes al entrechocar los cables de la “realidad” y la “fantasía”.
Finalmente llega el ocaso y en cuestión de pocos minutos todas las imágenes, perspectivas, visiones, lecturas, ideas, verdades, certezas naufragan en la noche.
Es entonces cuando una pregunta anida en el almendro de lo incierto: ”¿Por qué somos tan arrogantes y soberbios para creer que la única “realidad”, “verdad”, es la nuestra y atacamos con violencia y denigramos a quienes tienen otras perspectivas?”
Quizá no era un perro negro el caminaba en la playa, sino un potro, un ternero, un cerdo, un pizote desorientado, un mapache hambriento.
Tal vez, no podemos descartarlo, era una bolsa plástica que revoloteaba.
¿Qué era en realidad?
No hay una respuesta definitiva; depende de la mirada de cada quien.
La misma pregunta vuelve a trinar desde el almendro: ”¿Por qué somos tan arrogantes y soberbios para creer que la única “realidad”, “verdad”, es la nuestra y atacamos con violencia y denigramos a quienes tienen otras perspectivas? ¿Estamos obligados todos, absolutamente todos, a observar a un perro negro caminando en la playa?”