Empezaba yo a gatear en la cobertura periodística de temas políticos, cuando recibí una lección inolvidable: quienes gustan de las mieles del poder no son dioses del Olimpo, sino simples mortales capaces de comerse un mango verde manoseado, sin lavar y con todo y semilla.
Esa clase tuvo lugar en la campaña electoral de cara a los comicios de 1994, un día en que yo tomaba nota de la caminata proselitista que uno de los candidatos a la presidencia de la República realizaba en el corazón de San José.
¿Quién era el aspirante? No me parece relevante dar el nombre, ya que después de todo cualquier político de nuestro país pudo haber sido el protagonista del episodio.
Este personaje caminaba en compañía de partidarios, bombetas y aduladores cuando un vendedor del Mercado Central le regaló un mango verde que a esas horas del día habría recibido una buena dosis de humo de carros y camiones. El candidato dio las gracias y se lo entregó a uno de sus colaboradores para que se lo guardara, pero el vendedor y otros de sus colegas corearon: “Que se lo coma, que se lo coma”.
Ni lerdo ni perezoso, le dio un buen mordisco al mango y se lo devolvió a su colaborador. Pero la turba presionó: “Que se lo coma todo”.
Ante la insistencia y la presencia de cámaras, el político engulló el mango verde sin lavar, con todo y su amarga semilla.
Ese día aprendí lo siguiente:
Primero. Si los políticos son capaces de comerse un mango en tales condiciones, los periodistas no debemos preocuparnos tanto por lavar bien las preguntas incómodas, remojarlas en cloro o esterilizarlas para que luzcan apetecibles.
Segundo. Los “poderosos” de Tiquicia no tienen poder ni para satisfacer sus deseos. Si no son capaces de exigir un mango verde lavado, menos pueden imponer sus proyectos de ley.
Tercero. Ellos no mandan; el verdadero poder está en manos de las presiones populares y del mercado (en este caso el Central).
Cuarto. Los políticos son actores. “¡Qué rico! ¡Qué rico!”, decía aquel candidato mientras se comía el mango verde, mas la mueca que hacía revelaba lo contrario.
Quinto. Estos personajes son seres solitarios en la hora de la prueba. Ninguno de los súbditos del aspirante a la presidencia ingenió algo que lo eximiera de aquella incómoda situación.
Quizá alguna vez los políticos fueron dioses del Olimpo, pero habrían sido expulsados del Paraíso tras comer el fruto prohibido, que en este caso no fue una apetitosa manzana, sino un mango verde sin lavar.