Cuenta la mitología griega que luego de muchos años de intentarlo, Pigmalión, rey de Chipre, abandonó el proyecto de buscar con quién casarse. En su lugar, decidió dedicarse a trabajar hermosas esculturas. Un día se enamoró de la más bella de todas, la de Galatea. Entonces Afrodita, la diosa de la belleza, la dotó de vitalidad, y dijo a Pigmalión “mereces la felicidad, una felicidad que tú mismo has plasmado. Aquí tienes a la reina que has buscado. Ámala y defiéndela del mal”. A partir de allí surgió lo que se conoce como el “efecto Pigmalión”, cuya aplicación se extendió al campo de la educación, las ciencias sociales y también a los negocios.
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Hay varias maneras de definir el efecto Pigmalión. En primer lugar, puede referirse al logro que puede alcanzar una persona por la fe que tenía en sí misma. En segundo lugar, al efecto que tienen los profesores sobre sus estudiantes al creer en ellos. En tercer lugar, a la expectativa que se genera sobre las personas y las impulsa a conseguir una meta. A esta última se le suele llamar “la profecía auto cumplida”. Todas ellas pueden influir tanto en sentido positivo como negativo, según se espere un desempeño bueno o malo, respectivamente.
El profesor de Harvard J. Sterling Livingston, es el autor del clásico artículo “Pygmalion in Management”, publicado en “Harvard Business Review”. Allí relata cómo algunos gerentes siempre tratan a sus subordinados de modo que logran un buen desempeño. Sin embargo, la mayoría de ellos –según Sterling–, trata a sus subordinados de una manera que obtienen un desempeño peor del que son capaces de alcanzar. Así, el modo en que los gerentes tratan a sus subalternos está sutilmente influenciado por las expectativas que tienen de ellos. Por ejemplo, los vendedores que son tratados por sus jefes como vendedores estrellas, se esmeran por conservar esa imagen. En cambio, los que son considerados malos vendedores, procuran cuidar su ego y esto los lleva a cometer más errores. Según Sterling, las expectativas son imposibles de enmascarar, por eso hay una correlación directa entre expectativas y desempeño. Lo mismo sucede con las ilusiones, los sueños y los sentimientos: ninguno de ellos se puede ocultar por mucho tiempo.
Cuestión de confianza
La clave para comprender esta relación tan estrecha, obedece a que la confianza y desempeño que proyectan los gerentes son una consecuencia de la confianza que tienen en sí mismos, y en sus propias expectativas. En consecuencia, un gerente inseguro y que no se fía de sus metas, ni del modo de lograrlas, será incapaz de proyectar esa confianza en su equipo u organización. Por tanto, los gerentes deberían enfocarse más en mejorar la confianza en sí mismos para que se produzca un efecto dominó en sus subalternos. Dicho en otras palabras, el nivel de autoconfianza de los gerentes tendrá un efecto positivo o negativo en la forma en que tratan a sus subordinados, y en su desempeño.
La sabiduría popular dice: “piensa mal y acertarás”. De hecho es una afirmación que muchas veces responde a experiencias negativas en los negocios o incluso en la vida personal. Por ello se trata con poca benevolencia a las personas, desconfiando de ellas. De lo dicho antes, este enfoque negativo no solamente trae efectos contraproducentes para las organizaciones y para quienes las conforman, sino también para las personas que conviven e interactúan con ellas fuera de la organización. Así, si un colaborador se siente minusvalorado, podría tratar con igual indiferencia a sus hijos o amigos: en lugar de ser una fuente de inspiración, sería la raíz de desánimos y desilusiones. La desconfianza que recibe en el trabajo podría ser llevada hasta otros ámbitos extra laborales, con efectos malos en las personas, que podrían afectar sus vidas.
Aunque no es fácil, “piensa bien y acertarás” podría ser el “slogan” de las personas que saben confiar en las demás. De hecho, hay quienes creen que el efecto Pigmalión es real, y otras que no. En cualquier escenario, estas ideas nos permiten reflexionar acerca de las consecuencias de nuestras acciones: tienen implicaciones más allá de lo que podemos imaginar. Por tanto, nuestro desafío no solamente debería consistir en lograr lo mejor de quienes dependen de nosotros, sino en dar lo mejor de nosotros mismos, como personas y profesionales, para impactar positivamente en el bien común.
Roy es doctor en Gobierno y Cultura de las Organizaciones. Es asesor en procesos de capacitación corporativa, para áreas como negociación, ética, trabajo en equipo, estrategia e innovación. Es profesor de la Escuela de Negocios de la UCR y autor del libro "Integridad 24/7: ¿cómo liderar siempre?”.
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