La Navidad es un tiempo único, lleno de luces, reuniones y emociones encontradas. Sin embargo, entre el consumismo y la vorágine de las redes sociales, a menudo olvidamos lo esencial. No me canso de insistir que el principal patrimonio de las empresas familiares es la unidad y la paz.
Sin embargo, esas pugnas internas contrastan con la escena del Belén: un niño envuelto en pañales, entre animales, en un entorno humilde pero rodeado de amor. Esa imagen nos recuerda lo que realmente importa: la conexión auténtica con los demás y con Dios.
A pesar de lo razonable de ese argumento, nuestras tradiciones navideñas, aunque entrañables, a menudo se vuelven abrumadoras. Desde las cenas familiares hasta los regalos interminables, la presión puede ser excesiva, especialmente para quienes enfrentan situaciones complejas. Pienso, por ejemplo, en las familias que cuidan a un ser querido con demencia: las demandas tradicionales pueden sentirse como una carga. Quizá sea momento de reinventar estas costumbres y crear nuevas tradiciones que traigan calma y alegría: un simple rato de conversación y compañía entrañable, puede ser más apreciado por un adulto mayor enfermo, que un carnaval hasta el final de la madrugada.
San Nicolás de Bari, un obispo conocido por su generosidad, nos da otra lección valiosa. Aunque hoy lo asociamos con regalos y fantasía, su ejemplo nos invita a dar lo mejor de nosotros mismos. Tiempo, atención y cariño son regalos invaluables, especialmente en un mundo que nos empuja constantemente hacia lo material.
Muchos experimentamos la trampa del materialismo durante el black friday y el cyber monday: jornadas agotadoras para comprar cosas que quizá no eran indispensables, e incluso gastar una parte del aguinaldo que luego echaremos en falta. ¿Vale la pena esa tensión financiera en una época de reflexión?
El consumismo nos roba la esencia de estas fiestas. Tal vez sea más significativo enviar una tarjeta navideña a un ser querido, o simplemente desconectarnos de las redes sociales, para reconectar con quienes tenemos cerca. El rompope, los tamales y los queques de navidad son algo bueno, pero parafraseando lo que se dice en el mundo del emprendimiento, “saben mejor si se comparten”.
La Navidad es, en esencia, el mejor “negocio familiar”. Es una oportunidad para fortalecer los lazos con nuestros seres queridos y cuidar la “empresa” más importante: el hogar. Más que centrarnos en adornos y regalos, enfoquémonos en lo que construye relaciones duraderas: el amor, la fe y la solidaridad. Este año, dejemos las apariencias y las preocupaciones de lado. Abramos espacio para lo que llena el alma y recordemos que el verdadero espíritu navideño no está en los centros comerciales ni en las redes sociales, sino en nuestras familias y en el amor que compartimos.
---
El autor es director del Posgrado en Administración y Dirección de Empresas de la UCR; y doctor en Gobierno y Cultura de las Organizaciones.