El liderazgo es saber dirigir personas hacia un objetivo común. O como diría Warren Bennis, “El liderazgo es la capacidad de transformar la visión en realidad”. De hecho, la esencia de cualquier liderazgo es bastante noble: gestionar individuos con diferentes valores para lograr una meta. No obstante, aunque muchas organizaciones predican rectos preceptos de liderazgo, no siempre actúan en consecuencia.
Son numerosos los casos que se pueden ofrecer sobre esta doble moral del liderazgo, tan vigente antes de la pandemia como durante ella. Es frecuente escuchar que el talento femenino es un valor corporativo, pero vemos que a lo interno se excluyen mujeres embarazadas de los procesos de reclutamiento, o que se restringe a las madres de derechos laborales que la misma legislación nacional les confiere, tales como la lactancia.
Hay quienes evitan el término “recursos humanos”, porque aducen: “no son cosas, sino personas”; y prefieren hablar de “talento humano”. Incluso ven impropio referirse a ellos como “empleados”, porque son “colaboradores”. Desafortunadamente, vemos que a lo interno se les trata como “assets”: se predica la grandeza de sus equipos, pero luego prescinden de ellos como un activo más, con tal de lograr un margen de utilidad, en ocasiones de por sí multimillonario.
Un problema de integridad. El telón de fondo de esta problemática es la falta de ética. Vivimos en una sociedad cada vez más tecnificada, pero no necesariamente más humana. La sociedad cuenta con más tecnología que nunca, pero su manera de resolver los problemas es con frecuencia cruel y poco consciente de que todos somos personas, indistintamente de la escala salarial.
A pesar de la virtualidad, tampoco se respetan los horarios de trabajo, ni los tiempos de descanso, ni los fines de semana. Pero esperamos salud mental, claridad en la toma de decisiones. Más aún, a pesar de los grandes avances durante la pandemia, el teletrabajo sigue pareciendo ineficiente a muchas empresas, porque no hay control, y las jornadas de 10 a 14 horas siguen siendo vistas como una condición de eficacia. Pero si somos conscientes de esto, podemos cambiarlo, sobre todo en esta nueva etapa que ofrece la pandemia.
En resumen, a pesar de que las organizaciones predican valores socialmente aceptados, en pocos casos los viven. El peligro del liderazgo actual es su actuar maquiavélico, porque el fin (el resultado) justifica sutilmente los medios (los procesos). Al final del día, este modo de actuar nos lleva a creer que esa doble moral “es lo normal”. Pero se acerca el fin de un año lleno de cambios y desafíos, y es una buena época para reavivar la esperanza de que las lecciones de esta pandemia nos llevarán a ser más sensibles y humanos que antes.
Roy es doctor en Gobierno y Cultura de las Organizaciones. Es asesor en procesos de capacitación corporativa, para áreas como negociación, ética, trabajo en equipo, estrategia e innovación. Es profesor de la Escuela de Negocios de la UCR y autor del libro "Integridad 24/7: ¿cómo liderar siempre?”.
En beneficio de la transparencia y para evitar distorsiones del debate público por medios informáticos o aprovechando el anonimato, la sección de comentarios está reservada para nuestros suscriptores para comentar sobre el contenido de los artículos, no sobre los autores. El nombre completo y número de cédula del suscriptor aparecerá automáticamente con el comentario.