Uno menos uno no da cero, no siempre… Al menos no cuando estamos hablando de dieta y ejercicio.
Creo que todos tenemos la idea generalizada de que, si comemos equis cantidad de calorías y luego, en algún momento del día, hacemos un ejercicio que demande esa misma cantidad de calorías, lo que comimos temprano desaparecerá; o que si no comemos nada en todo el día pero en la noche nos pegamos una hartada, nada se acumulará porque estamos “compensando” por lo que no comimos temprano; o que si no comemos y hacemos ejercicio, gastaremos el doble de calorías.
Pero el asunto metabólico no funciona así tan matemáticamente cuadrado.
“Nuestra perspectiva sobre el balance energético es demasiado simplista. Pensamos que si reducimos en un 25% lo que comemos perderemos 25% de nuestro peso y eso no es así”, explicó el especialista en nutrición deportiva, Dan Benardot , en la conferencia que dio en la UCR, durante el XIX Simposio Internacional en Ciencias del Deporte, el Ejercicio y la Salud.
“No se trata de tener un balance energético al final del día, sino de mantenerlo durante todo el día” .
Las investigaciones del especialista han demostrado que, entre más horas pasa la persona desviada de su balance energético, más grasa acumula su organismo, aún si al final del día los números cuadran, y la persona consumió toda la ingesta calórica que, en teoría, le correspondía comer.
Esto sucede porque nuestra fábrica corporal es eficiente y, en época de crisis, recorta gastos. “Los únicos tejidos del cuerpo que requieren energía son los músculos y los órganos. Por eso, cuando el organismo detecta un déficit en su balance energético, disminuye esos tejidos y posteriormente almacena más grasa para tener reservas en caso de que el déficit se mantenga y la requiera para sobrevivir”, explica Benardot.
Así las cosas, para empatar el marcador calórico no basta con comer de todo, ni basta con comer suficiente cada día, sino que hay que hacerlo en el momento adecuado del día.
¿Y cómo se logra eso? Haciendo más de tres tiempos de comida diarios.
“Uno siente hambre cada tres horas aproximadamente pero le teme tanto a las calorías que prefiere tomar café que comer. Ya para cuando llega la hora de la comida siente tanta hambre que su mecanismo biológico para frenar el apetito ha dejado de funcionar y termina comiendo más de lo que debía”, explicó Benardot.
De ahí la importancia de hacer meriendas, que ayudan a mantener el balance energético durante el día, a que los sistemas hormonales que regulan el apetito y la sensación de saciedad funcionen correctamente y a consumir de todos los grupos de alimentos de forma distribuida, para tener una mejor absorción de los nutrientes que estos aportan.