Uno sabe que las redes sociales saben todo de uno. Pero una cosa es suponerlo y otra comprobarlo.
El otro día, conversando sobre los cambios en la gestión del mercadeo en Internet, sitios web y apps por las nuevas reglas en protección de datos personales, Kevin Vílchez, director de estrategia de Sense Digital, mencionó lo que ya todos sabíamos pero no habíamos comprobado.
Y como uno no cree hasta que lo ve, me puse a la tarea, me metí en el enlace para descargar la información y me armé de paciencia infinita más por la velocidad del Internet que tenía que porque mi archivo fuera impresionante: cerré la ventana, me dediqué a hacer las tareas pendientes y a adelantar otras, y al rato volví a ingresar.
Todavía estaba preparando el archivo. Cuando terminé ese día no había concluido de hacerlo, así que cerré todo, apagué y desconecté la computadora. Hasta el otro día.
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Al día siguiente ingresé para chequear los recordatorios (lo único que ahora hago ahí) y vi una notificación: ya el archivo estaba listo.
Lo descargué en el escritorio de la computadora. Es un folder que incluye otra cantidad de folders más. Algo así como un mueble de archivo de documentos, como los que se usaban en oficinas, con sus gavetas para guardar folders y dentro de ellos los documentos.
En mi caso eran 33 folders con etiquetas de grupos, amigos, likes, juegos, “tus lugares”, las fotos, los videos, las historias y “tus tópicos”.
Abro un archivo sobre lo que he visto en artículos, grupos, historias, marketplace y videos en vivo. Según esto el 2 de julio de 2018 dediqué medio minuto viendo un video de Who Remembers? y el 23 de junio de ese mismo año gasté 120 segundos en otro de The Late Late Show with James Corden.
Ya me acuerdo. Fue el video donde sale Paul McCartney y en el que hace carpool karaoke con Corden. ¿Se acuerdan? Creo que publiqué un post en este blog.
El archivo también menciona a las personas que vi cuando el Facebook me dio sugerencias de amistad, algunos que son colegas muy preciados y otros a los que ni en el Chapuí acepté. Pero ahí están: me dice el día y la hora en que los vi.
Abro otro archivo, uno de visitas y me despliega una lista de amistades o empresas en cuyos perfiles me fijé en algún momento. El 7 de setiembre de 2015 a las 3:39 p.m. dice que revisé el de Comunidad de músicos unidos de Costa Rica. Ni idea de porqué me metí ahí.
El 21 de diciembre de ese mismo año anduve merodeando en el perfil de fanáticos de Don Ramón y en 2017 en el de WordPress Costa Rica, Empresarios Costa Rica y Blockchain.
Voy al archivo de lugares.
El Facebook me ubica en Heredia, Tibás y Santo Domingo (aquí seguramente de paso cuando iba en buseta, desde donde seguro publiqué algo sobre las presas en esa ruta). Ubica una publicación desde Ciudad Quesada, en San Carlos, a mediados de 2019, cuando visité a mi hermana y mi hermano.
No asocia esas fechas o lugares a ninguna publicación específica, pero Facebook sí sabe en cuáles lugares ando desde el 2 de febrero del 2016 cuando compartí algo a las 7:37 p.m.
Tu ubicación pública principal está cerca de Heredia, Heredia Province, Costa Rica, me indica en otro de los archivos.
Facebook sabe dónde está mi baticueva.
Voy a revisar los post. El archivo indica: Notas que creaste o en las que te etiquetaron.
Del 2011 aparece este post: Lo que falló al Congreso de Celulares en Barcelona. Eso fue de febrero y fue la última vez que estuve en ese evento y en esa bella ciudad. Lo que no recuerdo es si era un texto propio o si compartí uno de alguien más.
Dos meses después, este otro: Atención. No activen aplicación e invitación sobre quién visita el perfil. Ese fue un poco paranoico para paranoicos. Y con razón.
El 15 de octubre de 2001 compartí este otro: 50.000 usuarios afectados por virus en función de ‘No me gusta’ en Facebook. Eso fue para los cabezones.
Reviso otro archivo y me encuentro un post sobre la reseña del libro de Valeria Luiselli, una escritora mexicana que vivió en Costa Rica y reside en Nueva York. El libro denuncia la violencia que sufren los niños migrantes centroamericanos en EE. UU. La última vez que visité la librería vi un ejemplar. Todavía anda por ahí.
En las fotos aparecen un montón de archivos.
Me meto a uno que dice Fotos de San Carlos. Abro una: es la del equipo de San Carlos FC de los años 80 con Miguel Lacey, Marvin Obando, Juan Pablo y Enrique Chacón, Carlos Mario Hidalgo, Deyver Vega, Pablo Sauma y Carlos Nicanor Toppins. Ese equipo lo dirigía Antonio Moyano.
Abro otra foto: es de un antiguo ingenio de azúcar que quedaba cerca del Liceo San Carlos, todavía con su chimenea y en un galerón que ya se estaba cayendo. Otra más es de una tienda del centro de Ciudad Quesada de los años 40 o 50.
Ya recuerdo: estas fotos las compartió una compañera de mi generación de 1981 del Liceo, por algún aniversario del cantón.
Por último, reviso unas fotos del álbum que etiqueté como Haciendo que se hace y aparezco hablando en público a las personas asistentes a un Encuentro Empresarial Pyme de EF que realizamos en el Hotel Tabacón, en Muelle de San Carlos, en 2014 o 2015.
Reviso otras fotos: una portada de The New Yorker y una de Gabriela Traña levantando la bandera de Costa Rica al ganar una carrera (creo que fue la primera maratón San José).
Como ven, Mark Zuckerberg y su muchachada lo saben todo de uno. Es lo que le permite trazar un perfil de uno, meterlo en su base de datos, decirle a las empresas cómo ofrecerle a uno anuncios y obtener ingresos.
No sabemos qué más, excepto si le preguntamos a empresas como Cambridge Analytica, que —fundada en 2013 y cerrada en 2018— seguramente tiene muchas imitadoras por ahí.
¿Podrán las regulaciones limitar los datos personales —y, por ejemplo, que borren la información de hace unos años para atrás que ya no sea pertinente— que mantienen guardados?