El sistema internacional atraviesa cambios estructurales hacia el policentrismo. Somos testigos también de una transformación interna de las regiones mundiales, con profundas mutaciones en las relaciones interregionales.
Así como la interacción en tiempo real afecta nuestra actividad cotidiana, el fenómeno ocurre simultáneamente entre todas las regiones y el sistema. El desarrollo de las telecomunicaciones origina parte de este proceso y si bien el mundo nunca ha dejado de recomponerse, esta vez este hito marca una nueva diferencia.
Si bien Estados Unidos continúa poderoso, estamos en una fase de intensa rivalidad entre potencias, signada por la guerra comercial entre Washington y Pekín, y el retorno ruso al protagonismo internacional. Asistimos al nacimiento de un mundo multipolar que cambia los paradigmas diplomáticos y militares, como lo evidencia la cuasi sustitución de la política exterior de EE. UU. por la “lógica” del tuit.
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El ascenso económico de la República Popular China inaugura una nueva época, situándose a la par de Estados Unidos; el ejército chino, además, se moderniza. Xi Jinping se propuso construir el Sueño Chino, que busca consolidar un país grande. El subdesarrollo de sus regiones occidentales lleva a Pekín a invertir en esta zona colindante con el Asia Central, rica en hidrocarburos, espacio geopolítico desprendido de la antigua URSS, lo que ya provoca ansiedades en el Potomac.
Asia Central también tiene importancia como vía de tránsito hacia Europa y no es tan vulnerable para las importaciones chinas como las vías marítimas por el Océano Índico. En este sentido, el acceso terrestre es más seguro y China construye infraestructura con múltiples propósitos, entre ellos la proyección global de su poder, a lo que obedecen las iniciativas de la Franja y la Ruta.
Por otro lado, el aumento de la capacidad militar china en los mares del Este y Sur de la China amenaza la hegemonía norteamericana. La preeminencia regional de EE. UU. mutó, las primeras patrullas aeronavales entre rusos y chinos confirman que la correlación de fuerzas se modificó.
La geopolítica cambia y Washington abandona el concepto de Pacífico Occidental por el de Indo Pacífico, interconexión política y militar entre el Pacífico y el Índico, que busca alianzas para contener a China (India, Australia, Japón).
El ascenso de Xi Jinping y el fortalecimiento del Partido Comunista indican búsqueda de centralización, unidad y solidez ante una situación internacional tirante, de la que hacen parte los disturbios en Hong Kong, tensiones con la minoría Uigur y confrontaciones potenciales en los mares del Este y del Sur de China. Precisamente la anticipación de nuevos conflictos llevó a Pekín al desarrollo de cohetes, portaaviones, aviones furtivos y preparación para la guerra espacial.
China y Rusia
EE. UU. insiste en generar mecanismos de control de las armas de alcance intermedio, lo que posiblemente creará un nuevo contencioso entre ambos países, Rusia incluida.
El desbalance comercial favorable a China desencadenó la imposición de aranceles por parte de Estados Unidos. China replicó cancelando compras de productos agrícolas y argumentó que el déficit comercial se compensa con el superávit norteamericano en servicios. Las restricciones norteamericanas a Huawei son un duro golpe para el esfuerzo chino en el campo de la red 5G e inteligencia artificial. Para Trump, más que un asunto comercial se trata de seguridad nacional, intensificando las fricciones. China objeta con la posible restricción al procesamiento y exportación de tierras raras, necesarias para la producción de nuevas tecnologías.
La carestía china de hidrocarburos y el imperativo de amortiguar el impacto de las sanciones occidentales sobre Rusia, acercaron a ambas naciones, con visitas presidenciales frecuentes y maniobras militares conjuntas en el Extremo Oriente, el Mediterráneo y el Báltico. Rusia, por su parte, reivindica una zona de influencia en Bielorrusia, Ucrania, el Cáucaso y hasta en los Balcanes, a la vez que intenta quebrar la unidad europea.
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Aguas revueltas. Eso parece la dinámica entre potencias. Pero, ¿qué de los antagonismos regionales? En nuestro continente, la preocupación de Washington por la presencia de actores extrarregionales en el hemisferio occidental condujo a la reafirmación de la Doctrina Monroe, enfatizando la “malignidad” de las presencias rusa y china. Venezuela y Nicaragua, por su parte, plantean el retroceso del socialismo del siglo XXI.
Experimentamos el ascenso de una marea de derechas, afectación interregional derivada de las migraciones hacia el Norte y conflictos en el traspatio de los Estados Unidos. Una vez más, Medio Oriente es foco de atención. El enfrentamiento entre Irán y Arabia Saudita se mezcla en una creciente autonomía de Turquía, presencia rusa en la guerra siria, reafirmación de los intereses israelís y yijadismo. Las recientes decisiones de India en torno a Cachemira crean inestabilidad, al redefinir el estatus de Jammu y Kasmir, una vieja y conflictiva situación con Pakistán que involucra a China.
Europa se suma a la redefinición regional. Salida del Reino Unido de la UE, divergencias del gobierno italiano con Bruselas, Madrid y París, camino iliberal tomado por Polonia y Hungría, desarrollo de una ultraderecha populista euroescéptica, así como injerencia rusa en sus procesos políticos, señalan tendencias a la desintegración y crisis profundas.
La xenofobia ante los migrantes africanos y mediorientales, expresa también el conflicto interregional. Pero hay más. Caída de bolsas, deterioro de la economía alemana, debilitamiento de mecanismos de control de armas, creciente animosidad entre Corea del Sur y Japón, situación tensa en Hong Kong, peligrosos experimentos rusos con nuevos tipos de armas, permanente tensión en el Golfo Pérsico…
En efecto, nuestro mundo luce desordenado, pero sobre todo se configura una situación internacional muy compleja, llena de puntos calientes que amenazan con extenderse a la estructura total del sistema. Las modificaciones estructurales son constantes, como lo es la amenaza permanente a la paz. El juego geopolítico actual no adelanta conclusiones ni pronósticos, únicamente la constatación de esta aguda e inédita interacción entre política, economía y cultura, mediada por las nuevas tecnologías y una competencia sin tregua por hacerse de espacios protagónicos, dentro de este proceso de recomposición mundial.