La reciente cumbre de las naciones occidentales más desarrolladas terminó marcada por el liderazgo del presidente francés, Emmanuel Macron.
El ocupante del Eliseo ve a su país equilibrando los pulsos entre las grandes potencias y en los conflictos mundiales. Durante la cumbre de Biarritz (G7) moderó a Trump, recibió al ministro de relaciones exteriores iraní e impulsó un encuentro entre Teherán y Washington.
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Anteriormente se había reunido con Putin, con el propósito de redefinir la relación con Rusia, pues sería un error mantener alejados a los rusos en un planeta que vive el fin de “… la hegemonía occidental ...”.
Macron ha asumido el papel de promotor de la unidad europea y del multilateralismo, frente a los nacionalistas soberanistas, promotores del aislacionismo xenófobo.
Tradición gaullista
Paralelamente ha apoyado la activa promoción de los acuerdos de París para la defensa de la sostenibilidad del planeta y enfrentado a Bolsonaro por la deforestación de la Amazonia.
En sus relaciones con los Estados Unidos ha definido a los franceses como aliados, pero no alineados: “No somos una potencia que considera que los enemigos de nuestros aliados también son los nuestros”, siguiendo la tradición gaullista.
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La vocación europea ha sido reafirmada al señalar que Europa es la prioridad de su política exterior y el fundamento para un nuevo orden internacional, edificado sobre principios universalistas y humanistas, en lucha contra autoritarismos y oscurantismos.
Francia es la heredera de las tradiciones del Renacimiento y refundadora de un orden marcado por el equilibrio del poder y el respeto a la dignidad de la persona.
Esta conceptualización es oportuna y articuladora en momentos en que la paz mundial está amenazada por la desintegración de los particularismos y las fricciones entre potencias.